|Vivir bajo la Luna|
Primera parte: Cuando nacen las estrellas.
En esta noche oscura (no te sientas solo)
Así como todas las estrellas (nosotros brillamos)
No desaparezcas
Porque nuestra existencia es grande
Brillemos
MIKROKOSMOS- BTS
Dicen que a veces la música es la única voz que tenemos cuando las palabras ya no alcanzan. Por eso paso mis días bajo una luna solitaria, con mi violín en las manos, tocando como si mi alma se fuese en eso. Y tal vez es así. Tal vez estoy tan acostumbrada al silencio que ya no sé cómo hablar.
Hace poco tiempo papá encontró mis notas y está lo suficientemente preocupado como para creer que debería ir a hablar con alguien que pueda ayudarme, pero perdí la esperanza hace tiempo. Cree que tengo salvación y siendo sincera, me rompo un poco más cada día al verlo sufrir. Y no solo por mí; lo hace por todo.
Caminando por el hospital, siento frío y no por el clima. El lugar está lleno de dolor que se siente en el aire. Las paredes son frías y grises. Últimamente parecen reflejar mi monotonía. Las enfermeras pasan por mi lado y me sonríen al reconocerme, pero se que, en realidad, no quieren hacerlo. Cada vez que vengo, me siento como si fuese un fantasma. O al menos que estoy a punto de convertirme en uno, aunque papá no quiera aceptarlo.
Me siento junto a él en una silla y me pierdo, dejando que todo a mi alrededor deje de existir. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que mis sueños comenzaron a desvanecerse, pero el tic-tac del reloj en la pared parece marcar el compás de mi vida. El tiempo se detiene y avanza al mismo tiempo, como si quisiera recordarme que cada segundo cuenta, que cada momento es una oportunidad que se me escapa de las manos. Siento dolor y quiero descansar, pero no quiero que piensen que todo por lo que han luchado fue una causa perdida, así que sigo esforzándome para no decepcionarlos.
Papá sigue insistiendo en que todo mejorará, que hay esperanza. Pero, ¿qué sabe él sobre la oscuridad que me consume? Lo veo tratar de sonreír, de ser fuerte por mí, y en su esfuerzo me siento aún más rota. No quiero ser la razón de su sufrimiento, pero parece que mi existencia se ha convertido en una carga, especialmente durante el último tiempo.
Los minutos comienzan a pasar y con ellos, más gente llega a este lugar. Algunas personas lloran cubriendo su rostro, otros ríen felices mientras cargan a su bebé recién nacido en brazos y otros simplemente existen, como yo. Los observo en silencio, intentando pensar en qué estarán pasando y la única conclusión a la que puedo llegar es: dolor. Están pasando por un dolor igual e incluso más grande que el mío, en la mayoría de los casos.
Mi pierna se mueve de arriba hacia abajo, haciendo que las sillas emitan un sonido que me parece molesto, pero no puedo evitarlo. El doctor Jason sale de su consultorio con una de sus manos en la espalda de una mujer que parece que lo único que puede hacer es llorar, totalmente desconsolada. Jason la mira con pena; como si lo lamentara. Y tal vez lo hace. Tal vez lo lamenta de verdad. La mujer no deja de llorar y llegan algunas enfermeras a intentar calmarla, pero no lo logran. La ayudan a dar unos pasos y la sientan junto a mí. La observo en silencio, como su pecho sube y baja tan rápido, que su corazón parece que está por salir de su pecho y lo comprendo, porque yo pasé por lo mismo. Durante un tiempo, lo único que quise hacer fue arrancarme el corazón para dejar de sentir, pero no parece una solución viable.
La mujer tiembla en los brazos de una enfermera y yo sigo con mi mirada clavada en ella. Siento los pequeños golpes de papá en mis costillas y entiendo lo que quiere decir: no seas indiscreta. Pero no puedo evitarlo. El señor Jason, que está a solo unos pasos más adelante de mí, me mira con una mueca y luego sonríe, indicando que puedo entrar.
—Vamos, Sol. Adelante.
Asintiendo me levantó de mi lugar y estoy a punto de agarrar mis cosas cuando papá habla.
—Tranquila, cariño. Puedo hacerlo yo.
—No me hará daño cargar una mochila.
—Lo sé, pero ya está. Vamos. El señor Jason está esperando.
Sin decir nada más, vuelvo a asentir y lo dejo cargar la mochila. Son esas pequeñas cosas las que hacen que papá se sienta bien y no soy quién para impedirlo. Comencé a avanzar hacia la puerta y no pude evitar jugar con mis manos. Mis pasos resonaron en el pasillo y me hicieron detenerme. Allí, ante el silencio del hospital y sus colores monocromáticos, me sentía sin vida. Es como si absorbiera todas mis energías y me dejara sin nada para seguir adelante, luchando por una vida que di por perdida hace años. Sacudo la cabeza y vuelvo a avanzar sin querer preocupar en vano a papá. Mientras atravieso la puerta, el aire se siente denso y a pesar de que sé lo que dirán los resultados, no puedo evitar estar nerviosa. Observo a papá que lucha por mantenerse indiferente, pero sé que su lucha es por no derrumbarse.
El doctor Jason está sentado detrás de su escritorio, revisando algunos papeles. Su rostro, aunque amable, lleva las marcas del estrés; se notan las ojeras que delatan noches de trabajo. Al levantar la vista, me dedica una sonrisa comprensiva, pero puedo ver en su mirada que la preocupación por mí es real.
—Hola, Sol —dice, y su voz suena cálida, hago una línea con mis manos a modo de saludo y me siento en el mismo lugar de siempre, incapaz de dar un cambio—. ¿Cómo te sientes hoy?
Me encojo de hombros, buscando las palabras adecuadas, pero las respuestas se me escapan. La verdad es que no sé cómo me siento. Algunas veces me despierto sintiéndome como si fuera a recuperar el control de mi vida, pero otros días, como hoy, me encuentro desesperada y desesperanzada.
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Editado: 09.11.2024