La Sirena

El Canto del Agua

El amanecer llegó envuelto en una neblina azulada que parecía deslizarse desde el corazón del bosque. El rocío brillaba sobre las hojas como diminutas lágrimas, y el silencio era tan denso que ni los pájaros se atrevían a cantar.

La abuela ya estaba de pie. Vestía un chal oscuro y sostenía un pequeño cofre de madera, cubierto por símbolos tallados que los nietos nunca habían visto antes. Los esperaba junto al pozo del patio, donde el agua reflejaba un cielo aún sin sol.

"Hoy comenzarán a ver lo que el viento quiso anunciarles anoche.Pero recuerden: no todo lo que brilla bajo el agua desea ser encontrado".

Dijo sin girar la vista. Los tres nietos se miraron entre sí. El mayor, Tomás, avanzó primero; la mediana, Alma, lo siguió sin decir palabra; y la más pequeña, Lucía, apretó entre sus manos una piedra que había guardado desde el verano pasado, sin saber por qué.

La abuela abrió el cofre. Dentro, tres conchas marinas descansaban sobre un manto de terciopelo azul. Cada una parecía emitir un leve resplandor.

"Estas pertenecieron a la Sirena.A través de ellas pueden oír su llamado… si están dispuestos a escuchar más allá del miedo".

Susurró. Tomás tomó la suya. En cuanto la acercó al oído, un rumor profundo, como el oleaje de un mar lejano, llenó el aire. Alma cerró los ojos y creyó ver destellos verdes moviéndose entre sombras. Pero Lucía… Lucía no escuchó olas, sino una voz dulce, casi humana, que la llamó por su nombre.

"Lucía… ven".

El viento sopló, levantando las hojas secas del suelo. La abuela apretó el cofre y sus ojos se oscurecieron.

"Ella te eligió.La Sirena rara vez llama por nombre. Si lo ha hecho, es porque algo en ti recuerda lo que los demás han olvidado".

Dijo con un tono que mezclaba respeto y temor. Esa noche, la familia se reunió en torno al fuego. Afuera, el bosque murmuraba con vida propia. De pronto, el sonido del agua fluyendo llegó desde más allá del campo, aunque no había ríos cerca.

"El Canto del Agua".

Murmuró Alma.Lucía se levantó lentamente, como si el sonido la guiara. La abuela intentó detenerla, pero el fuego se avivó con fuerza y las llamas dibujaron una figura: la silueta de una mujer con cabellos dorados y ojos que brillaban como lunas verdes.

"No la temas.Donde canta la Sirena, el destino se revela".

Dijo la abuela con voz trémula. Lucía avanzó hacia el umbral. El viento la rodeó, tibio y perfumado a sal. A cada paso, el sonido del agua era más claro, más profundo, como si el mar entero respirara bajo la tierra.

Cuando cruzó la puerta, la neblina del amanecer regresó, pero esta vez tenía forma. Y entre los árboles, bajo un resplandor pálido, Lucía vio por primera vez la figura de la Sirena.

No tenía cola, cubiertos de escamas que brillaban con la luz de las estrellas. Su voz era un eco antiguo, mitad lamento, mitad promesa.

"Tu sangre recuerda el pacto.Y el tiempo de cumplirlo ha llegado".

Dijo la Sirena. Lucía sintió que el aire se detenía.El viento, testigo de todo, volvió a soplar.Y desde entonces, nada volvió a ser igual.




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