La Sirena

El Pacto del Mar

La noche siguiente cayó más fría que nunca. Las sombras del bosque parecían más densas, y hasta los grillos callaron. Dentro de la casa, la abuela preparaba un brebaje oscuro que hervía en una vieja olla de cobre. El vapor formaba figuras en el aire: peces, olas, rostros que se disolvían con el humo.

Tomás y Alma observaban en silencio. Desde el encuentro con la Sirena, Lucía apenas hablaba. Sus ojos parecían mirar más allá del presente, como si algo invisible la llamara desde lejos.

"No debimos dejarla ir".

Dijo Tomás con un hilo de culpa en la voz.

"No podías detener lo que ya estaba escrito.La Sirena no aparece por azar. Cuando su canto despierta en alguien, el pacto debe renovarse".

Respondió la abuela, sin apartar la mirada del fuego. Alma frunció el ceño.

"¿Qué pacto, abuela? ¿De qué estás hablando?".

La anciana se volvió hacia ellos. Su rostro estaba marcado por arrugas que parecían grietas en un mapa antiguo.

"Hace generaciones, uno de nuestros antepasados salvó a una criatura del mar… una que no pertenecía del todo a este mundo. En gratitud, ella le ofreció un don: poder sanar y escuchar las voces del agua. Pero todo regalo tiene su precio. Cada cien años, uno de los nuestros debe responder a su llamado y recordar el juramento. Esa es la ley del Pacto del Mar".

El silencio se hizo espeso.El fuego crepitó, proyectando en las paredes figuras de olas que parecían moverse de verdad.De repente, Lucía se levantó. Su voz era suave, pero firme.

"No quiero huir de ella. Quiero saber por qué me eligió".

La abuela la observó con una mezcla de tristeza y orgullo.

"Porque eres la primera en generaciones que nació bajo la Luna del Agua. Tienes la marca del linaje antiguo".

Lucía extendió su mano, y al hacerlo, una delgada línea azul brilló en su muñeca, como si una vena de luz recorriera su piel. Alma dio un paso atrás; Tomás contuvo el aliento.

"El mar ya te reconoce. Esta noche iremos al río. Allí donde el agua se vuelve espejo, el pacto será revelado".

Susurró la abuela. A medianoche, caminaron hasta el claro donde el río nacía entre las piedras. La corriente era tan calma que reflejaba el cielo como un cristal. La Sirena emergió lentamente del agua: sus ojos eran verdes como el musgo y su voz, un murmullo que parecía provenir de todas partes.

"El tiempo ha cerrado su círculo.El don debe regresar a su fuente".

Dijo. Lucía dio un paso al frente.

"¿Qué debo hacer?".

La Sirena sonrió con una melancolía antigua.

"Recordar. Lo que fue olvidado vive en tu sangre".

Entonces, la superficie del agua se iluminó, mostrando visiones: un hombre con redes rotas rescatando una figura plateada del mar; un juramento pronunciado bajo tormentas; generaciones de mujeres que guardaban secretos, esperando el día del regreso.

Lucía cayó de rodillas, abrumada por la fuerza de lo que veía.El río comenzó a brillar, y un remolino de luz la envolvió.Tomás gritó su nombre, pero la abuela lo detuvo.

"No la interrumpas. Si rompe el pacto, el mar nos tomará a todos".

Dijo. El viento sopló con violencia. Las ramas se doblaron. Y en medio del torbellino de agua y luz, la voz de la Sirena retumbó una última vez:

"El mar no olvida, Lucía. Pero ahora elige: ¿ser guardiana… o ser libre?".

El remolino se cerró de golpe.El río quedó quieto.
Y donde antes estaba Lucía, solo quedaba una pequeña concha azul, brillando bajo la luna.Tomás se inclinó y la tomó con manos temblorosas.

"¿Volverá?".

Preguntó.La abuela miró el horizonte, donde el agua se perdía entre la niebla.

"El mar siempre devuelve lo que ama.Pero nunca del mismo modo".

Respondió. Y así, con el sonido del río apagándose entre las sombras, comprendieron que el pacto seguía vivo…y que la historia de la Sirena apenas comenzaba.




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