El cielo se oscureció antes de que cayera la tarde.Nubes pesadas, de un gris casi negro, se reunían sobre el valle como si el océano entero se hubiera levantado del horizonte para cubrir el pueblo.El aire olía a sal y hierro.
Y el río ,que siempre había sido manso, rugía ahora con una fuerza desconocida.La abuela encendió las lámparas de aceite y cerró las ventanas.
"Ya empezó. La tormenta del recuerdo… el mar está buscando su memoria".
Dijo con voz temblorosa. Alma apretó su brazo, donde la espiral azul brillaba más fuerte que nunca.Cada pulso era un latido, y cada latido, una voz.
“Ven…”, susurraban las aguas dentro de su mente, “ven antes de que se rompa el equilibrio”.
Tomás se negó a quedarse quieto.
"Si Lucía está viva, voy a encontrarla. No voy a dejar que el mar la tenga".
La abuela se interpuso en su camino.
"No puedes luchar contra el agua. No se enfrenta, se entiende".
"Entonces enséñame a entenderla".
Respondió él, con el rostro endurecido.La anciana lo miró largo rato, y luego tomó de un estante un frasco con arena pálida.
"Esto fue recogido del lecho donde nació el primer pacto. Si el mar te acepta, el frasco se abrirá. Si no… el agua te negará la entrada".
Tomás lo sostuvo entre las manos. El vidrio comenzó a vibrar. Dentro, la arena se movió por sí sola, formando la misma espiral que Alma tenía grabada en la piel. Un destello azul lo envolvió por completo.
"El mar te escuchó.Pero cuidado, hijo mío… recordar puede doler más que olvidar".
Susurró la abuela. Esa noche, la tormenta cayó con furia.Truenos, olas que se alzaban desde el propio río, y un viento que traía fragmentos de voces, cantos, gritos.El agua entraba por las calles del pueblo, arrastrando hojas, flores, y algo más: recuerdos.Los aldeanos comenzaron a ver cosas imposibles.
Algunos decían ver barcos antiguos flotando entre los árboles. Otros, figuras de mujeres con ojos de espuma que caminaban sobre el agua.Alma corrió hacia el río. Su brazo ardía con un fuego frío. Tomás la alcanzó bajo la lluvia.
"¡Lucía está ahí!".
Gitó Alma, señalando el remolino en el centro del cauce.Y entonces la vieron.Lucía emergió del agua, rodeada de un resplandor plateado.Su voz era la misma melodía que el viento había susurrado la primera noche.
"No teman.No vine a perderme… vine a recordar por ustedes".
Dijo, con un eco que se confundía con el trueno. El río se abrió bajo sus pies, revelando un pasaje de luz líquida.Dentro, se veían escenas antiguas: el primer pacto, la promesa sellada con lágrimas, la Sirena original entregando su don a la sangre de los ancestros.Tomás y Alma comprendieron que esa no era solo su historia, sino la historia del pueblo entero.
"El mar no busca venganza. Busca ser recordado".
Dijo Lucía. Ella extendió sus manos. La espiral del brazo de Alma se encendió, y la de Tomás apareció en su pecho, ardiendo con la misma luz.Los tres hermanos quedaron unidos por un hilo azul que latía como un corazón.
El río rugió una última vez… y la tormenta comenzó a calmarse.Al amanecer, el agua retrocedió.Las calles quedaron limpias, como si la lluvia hubiese borrado siglos de silencio.
En el centro del pueblo, el río había cambiado de forma: ahora trazaba una espiral perfecta, que brillaba bajo el sol.La abuela se acercó, con lágrimas en los ojos.
"El pacto fue recordado.El mar duerme otra vez".
Murmuró. Lucía sonrió, pero su sonrisa tenía algo de tristeza.
"No puedo quedarme.Soy parte del agua ahora. Pero los veré en cada lluvia, en cada ola".
Dijo. El viento sopló suavemente, y el cuerpo de la niña comenzó a desvanecerse en un polvo azul que el aire llevó hacia el río.Tomás cayó de rodillas. Alma lo abrazó.
Y mientras el sol se alzaba sobre el valle, ambos escucharon una última melodía que venía desde el agua:una canción sin palabras, un susurro que prometía paz.El mar, por fin, recordaba su historia.Y los herederos del pacto… también.
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Editado: 17.10.2025