Habían pasado diecisiete años desde aquella tormenta que cambió para siempre el destino del valle.El río, ahora más ancho y luminoso, seguía trazando su espiral de agua clara. A su alrededor, el pueblo había aprendido a convivir con su presencia, ofreciendo flores al cauce cada luna llena, como señal de respeto.
Nadie hablaba abiertamente del pacto, pero todos sabían que algo sagrado dormía bajo esas aguas.Alma vivía sola en la vieja casa familiar.La abuela había partido hacía tiempo, dejando tras de sí un cofre de madera y un cuaderno cubierto de símbolos. Tomás, por su parte, se había marchado hacia el norte, intentando olvidar la noche en que el mar se llevó a Lucía.
Pero el olvido nunca llegó del todo.A veces, cuando llovía, Alma juraba escuchar la risa de su hermana mezclada con el sonido del agua golpeando los cristales.Una tarde de verano, Alma escuchó pasos pequeños en el patio.
Una niña de cabellos oscuros y mirada profunda la observaba desde la entrada.
Tenía en la mano una piedra azul, translúcida.
"¿Quién eres, pequeña?" .
Preguntó Alma, inclinándose.
"Me llamo Lía. Mi mamá dice que escucho cosas que los demás no oyen. Dice que hablo dormida… y que siempre repito un nombre: Lucía".
Respondió la niña. El corazón de Alma se detuvo por un instante.La invitó a pasar.Sobre la mesa del comedor aún reposaba el viejo cofre de la abuela, el mismo que guardaba las tres conchas del primer encuentro.Lía se acercó, fascinada.
"Puedo oír algo adentro. Suena como… como una canción".
Dijo, apoyando el oído sobre la madera.Alma tembló. Abrió el cofre lentamente.Dentro, las conchas estaban secas, inertes… excepto una: la más pequeña, la de Lucía.Brillaba con una luz azul suave, palpitante, como si el mar hubiera despertado una vez más.
"¿Qué ves, Lía?".
Preguntó Alma, apenas susurrando.La niña sonrió.
"Una mujer de agua… me habla. Dice que soy su eco".
Esa noche, el viento del sur sopló igual que diecisiete años atrás.Alma y Lía salieron al patio.El río reflejaba la luna en forma de espiral perfecta, y sobre la corriente, pequeñas ondas parecían moverse siguiendo un ritmo secreto.
Lía avanzó unos pasos. La luz azul del agua se reflejaba en su rostro.De pronto, sobre su muñeca apareció un resplandor: una espiral, igual a la marca que una vez tuvo Alma.
"No… No otra vez…".
Murmuró Alma, conteniendo el aliento. Pero la niña se volvió hacia ella con calma.
"No tengas miedo. Ella no quiere llevarse a nadie. Solo quiere ser escuchada".
Entonces, el río habló. No con palabras, sino con una melodía tan suave que parecía venir del corazón mismo de la tierra.Alma sintió que las lágrimas le corrían sin saber por qué.Lía extendió su mano hacia el agua, y en ese instante, el canto cesó.Todo quedó en un silencio tan puro que dolía.
Cuando el primer rayo de sol tocó la superficie del río, el agua se tornó cristalina.En el fondo, Alma creyó distinguir una silueta familiar: Lucía, sonriendo, con el cabello flotando entre la corriente.Y junto a ella, una figura más joven, que parecía una sombra de Lía misma.
"La heredera del silencio…"
Susurró Alma, comprendiendo.Lía se volvió, sus ojos resplandecían con la misma luz del mar.
"Ahora el agua tiene voz.Pero solo hablará cuando el mundo esté dispuesto a escuchar sin miedo".
Dijo. Desde ese día, la niña se convirtió en guardiana del río.Los animales la seguían, y donde ella caminaba, el agua florecía con reflejos de colores.El pueblo volvió a cantar.Y cada vez que el viento soplaba desde el sur, el eco del mar llegaba hasta el valle trayendo una promesa:
“Mientras exista alguien que escuche, el pacto vivirá.”
El mar dormía en paz.Y el silencio, por fin, era un canto.
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Editado: 17.10.2025