El verano llegó distinto aquel año.El río creció sin lluvias, las olas del viento traían olor a sal, y en las noches más quietas, el horizonte temblaba como si un mar invisible respirara bajo la tierra.Lía tenía ahora quince años.
Había aprendido a convivir con su don: escuchaba los murmullos del agua, entendía su tristeza y su alegría.El pueblo la llamaba la niña del río, y muchos acudían a ella buscando respuestas que solo el silencio podía ofrecer.
Pero en los últimos días, algo había cambiado.El agua ya no cantaba… susurraba nombres.Y cada amanecer, Lía encontraba en la orilla objetos que el río jamás había traído: fragmentos de conchas, trozos de redes, pequeñas monedas oxidadas… restos del mar.
Una tarde, Alma la observó desde el porche.Lía estaba arrodillada junto al cauce, con los pies desnudos y la mirada perdida en la corriente.El agua se movía de un modo extraño, formando círculos que seguían el ritmo de su respiración.
"El mar vuelve a hablarte, ¿verdad?".
Preguntó Alma.Lía asintió sin apartar la vista.
"Dice que el equilibrio se rompe. Que lo que fue sellado, pronto se abrirá".
"¿El pacto?".
Susurró Alma.La joven se volvió hacia ella.Sus ojos ya no eran del todo humanos; tenían un brillo profundo, como si reflejaran un cielo submarino.
"El mar no duerme,. Solo espera. Y ahora… me está pidiendo volver".
Esa noche, Lía soñó con una playa que nunca había visto.El cielo era rojo, el agua se alzaba en columnas de luz, y en medio de todo, una figura emergía: Lucía.Su rostro estaba sereno, pero su voz era un lamento.
"El mar se desborda, pequeña.Los humanos olvidaron escuchar".
Dijo.
"¿Qué debo hacer?" .
Preguntó Lía.
"Recordar, como yo lo hice. Pero esta vez… elegir".
"¿Elegir qué?".
"Entre quedarte o regresar. Entre el silencio de la tierra o el canto eterno del agua".
El sueño se quebró con un trueno.El sonido venía del río.El amanecer trajo una marea imposible.El cauce se desbordó, y el agua avanzó por las calles del pueblo, mansa pero firme, sin destruir, como si buscara algo.
En su superficie flotaban reflejos de rostros antiguos ,los guardianes del linaje, todos mirando hacia Lía.La muchacha se acercó sin miedo.El agua se abría ante sus pasos.
En el centro del cauce, una luz la esperaba: la misma concha azul que una vez marcó el destino de Lucía.Alma corrió detrás de ella.
"¡Lía, no lo hagas! ¡No quiero perderte también!".
Lía sonrió con ternura.
"No me perderás. Esta vez el mar no pide sacrificios… pide esperanza".
Al tomar la concha, un destello envolvió el valle.El agua ascendió en forma de espiral, como una columna viva que unía el cielo con la tierra.Dentro de esa luz, el canto volvió.No era un lamento ni una advertencia, sino una melodía nueva, clara, que hacía vibrar el aire y la piel.
El pueblo entero salió de sus casas.Por primera vez, todos pudieron oírlo.El mar, el río y el viento cantaban al unísono.Lía levantó la mirada al cielo.Su cuerpo brilló, cubierto de escamas de luz.
Por un instante, pareció disolverse entre gotas suspendidas… y luego, el agua descendió de nuevo, serena.Cuando todo terminó, Alma la buscó con desesperación.El río volvió a su cauce, tranquilo.Y allí estaba Lía, de pie sobre la orilla.Su cabello goteaba, pero su sonrisa era nueva, luminosa.
"¿Qué hiciste?".
Preguntó Alma, con la voz temblorosa.Lía miró el horizonte.
"No elegí entre tierra y agua. Elegí ser puente".
El mar y el mundo no están separados… solo necesitan recordarse mutuamente.El viento sopló desde el sur, trayendo un aroma dulce a sal.Y entre las ondas del río, una voz antigua ,la de Lucía murmuró:
“El ciclo se cierra. Donde una vez hubo dolor, ahora hay memoria.”
El mar había vuelto, no como amenaza, sino como promesa.El linaje estaba completo.Y en el valle, por primera vez, el agua y la tierra respiraron al mismo ritmo.
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Editado: 17.10.2025