El primer sonido que Adara escuchó fue el rumor del viento.No el viento salado del mar, sino uno tibio, que olía a flores recién nacidas. Abrió los ojos y se encontró recostada sobre una playa desconocida. La arena brillaba con un resplandor plateado y el cielo, cubierto de nubes lentas, parecía respirar junto a ella.
A su lado estaban Rain y Dylan, dormidos, envueltos en la misma luz que los había guiado.Cuando Adara se incorporó, notó que sus manos eran distintas: translúcidas, pero firmes, y cada vez que tocaba la arena, el suelo florecía por un instante.
"¿Dónde… estamos?".
Murmuró Dylan al despertar.
"No lo sé. Pero el mar nos trajo aquí por una razón".
Respondió ella. El horizonte no mostraba océano alguno, sino una vasta extensión de colinas luminosas, atravesadas por ríos que cantaban. En el aire flotaban notas musicales sin origen, fragmentos del canto de la Sirena que el viento aún no había olvidado.Rain se levantó y extendió los brazos.
"Escuchen… ¿lo oyen?".
Una melodía los envolvía, suave, persistente.Era su propio eco.A muchos kilómetros de allí, en el mundo que habían dejado atrás, el bosque que los vio partir había cambiado.
Los árboles crecían torcidos, buscando una luz invisible. Los aldeanos que alguna vez siguieron las leyendas hablaban ahora de “la noche de los espejos”, un suceso que pocos recordaban claramente, pero todos sentían en los sueños.
Cada cierto tiempo, el río que cruzaba la aldea amanecía cubierto de flores azules, flotando en espiral. Decían que era la memoria del agua, un mensaje del otro lado del velo.Una anciana,última guardiana del faro,solía sentarse junto al río y contar historias a los niños.
"Dicen que tres almas cruzaron el horizonte.Que el mar no se los tragó… sino que los transformó".
Les contaba.
"¿En qué, abuela?".
Preguntaban los pequeños.Ella sonreía.
"En canción. En aquello que nunca muere".
Mientras tanto, en el nuevo mundo, Adara y los suyos caminaban entre montes de luz líquida.Allí, los pensamientos se volvían formas y los recuerdos, criaturas.De pronto, frente a ellos, el aire se onduló y una figura emergió del resplandor: la Sirena, o lo que quedaba de ella.Ya no era espuma ni sombra. Era una constelación de agua, suspendida entre el cielo y el suelo.
"No pensé volver a verte".
Susurró Adara.
"Nunca me fui.Ustedes me trajeron con su memoria. Mientras alguien recuerde, el mar nunca duerme".
Respondió la voz. Rain dio un paso adelante.
"¿Qué somos ahora?"
"Guardianes del paso.Los primeros de una nueva marea".
Dijo la Sirena. Entonces el cielo se abrió, y sobre ellos apareció un círculo dorado, girando lentamente, como un corazón hecho de aurora.
Las tres luces que los habían unido volvieron a brillar sobre sus frentes, marcándolos con un mismo símbolo: la espiral del agua, la danza eterna entre lo que fue y lo que vuelve.El mar, en algún lugar más allá del tiempo, susurró con voz de madre:
“Nada se pierde. Todo se transforma en canto.”
Y así, comenzó una nueva era.Donde antes hubo espejos, ahora habría ecos.
Donde hubo silencio, ahora habría melodías.Y donde hubo sombra, siempre quedaría la luz del horizonte.
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Editado: 17.10.2025