Capítulo Dos

Atención:  Los capítulos no guardan relación alguna por lo que no te esperes una continuación de X historia.

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Él podía ser perfectamente una persona feliz a más no poder, pues lo tenía prácticamente todo excepto lo que realmente deseaba: Amor.

Siempre supo que sus pensamientos e ideas no eran como las de los demás niños que correteaban por el parque, pero hasta los 14 no se atrevió a contárselo a nadie porque claro, sabía perfectamente lo crueles que podían llegar a ser los adolescentes con gente diferente, puesto que el comportamiento y el rechazo eran plenamente visibles en el instituto.

Tiempo después, aún seguía recordando como se había arrepentido durante meses y años de haber soltado su secreto, ya que lo que más había temido era básicamente lo que le había pasado. Justo al cumplir los 14 años, se planteó confesarle a su mejor amigo lo que realmente sentía por él, cosa que no era amistad, aunque sí se acercaba.

Os preguntaréis, ¿que hago contándoos esto ahora? 
Bueno, se ve que lo que más le gustaba a él cuando tenía tiempo libre era reflexionar sobre... ¿la vida en general? ¿Los desastres que ocurrían? No. 
Le gustaba sentarse en la cafetería de siempre, pedirse un café, coger un periódico y fingir que estaba prestando atención a las estúpidas noticias que ocupaban el periódico.

Sin embargo, su mente y sus pensamientos se alejaban de la realidad, para tratar (tal vez) de existir en la fantasía.

Sí, cuando él se tomaba esos descansos lo que más le gustaba y odiaba a la vez era el imaginarse una vida si todo hubiera trascurrido de otra forma. Le gustaba porque su vida habría tenido otro final, pero lo odiaba porque si su vida hubiera ido como él sstaba pensando, por mucho que le doliera, admitiría que habría perdido una parte imprescindible de su persona, de su alma. Y ese sería el único dolor del que jamás se recuperaría.

Trató de retener con esfuerzo los recuerdos que empezaban a anunciar su llegada con trompetas y tambores.

Aquel día había sido el peor de su vida. No solo había perdido a su mejor amigo, aquel que –en teoría– le entendía, si no que había conseguido ganarse el rechazo de sus seres queridos.

Sonrió amargamente, recordando ya sin oponer resistencia el desastre que se había avecinado ese día en su casa. Había tenido que coger sus cosas a toda prisa, con todo el dolor en el corazón y a duras penas había llegado a Nueva York, haciendo autostop repetidamente, indiferente al riesgo que podía suponer para un chico de tan solo 14 años.

Ahora sin embargo podía reírse perfectamente de esa situación, de esa familia que le había rechazado con tanta facilidad, y de ese que había considerado amigo.
De echo, hasta soltó una carcajada, indiferente a las miradas extrañas que le dirigieron los clientes del establecimiento al ver a una persona trajeada y con aires de importancia reírse con aquella soltura.

"Sí, miradme" pensó observándolos a todos, uno a uno. "De todas formas, no habéis echo otra cosa en vuestra vida".

Por primera vez desde que se sentaba en ese local a "reflexionar" se sintió orgulloso de no haber caído en batalla como sabía que, lamentablemente, les pasaba a muchos.

Se sintió orgulloso de haber luchado contra la marea de insultos y rechazos que había vivido.

Se sintió orgulloso de haber sido capaz de gritar en medio de Central Park como si fuera loco que era homosexual y que cualquiera que no estuviera de acuerdo bien podía irse a "tomar por culo" (Literalmente).

Se sintió orgulloso de verse en las noticias con un gran titular que anunciaba "Los homosexuales imponen su ley".

Se sintió orgulloso de que gracias a ello, a su valentía de anunciarlo empezara a participar y crear asociaciones, a trabajar con gente a la que realmente no le imortaba lo que fueras.

Se sintió orgulloso de haber sido capaz de labrarse un futuro en el que existía como él quería, y no como le ordenaban.

Se sintió orgulloso de haber caído, porque eso le había dado fuerzas para gritar más fuerte.