Tres horas más de clases… y por fin termina el día.
Como siempre, espero con Estris afuera de la prepa a que sus padres pasen por ella antes de irme a casa. El sol de la tarde quema de manera agradable, pinta la calle con un brillo suave que me deslumbra … por un momento.
Un rato después, ya voy caminando sola por la banqueta. El viento trae ráfagas frescas con olor a tierra húmeda y hojas secas; señales claras de que el otoño está a la vuelta de la esquina. Me abrazo los brazos sin pensarlo. Falta poco para llegar a casa. Estoy a una cuadra cuando… algo me hace girar ligeramente la cabeza.
Siento esa punzada en la nuca. Esa que avisa peligro antes de que la razón lo entienda.
Por el rabillo del ojo, distingo una figura. Uno de los amigos de Japgy. Apenas logro identificarlo cuando aparece otro... y luego otro más. Justo al doblar la esquina, lo veo a él. Japgy. Y viene con el quinto.
Mis pasos se ralentizan solos. Algo en su mirada me obliga a frenar.
(¿En serio vamos a hacer esto? Estoy adolorida, cansada y con cero humor para idiotas.)
—Eres una entrometida, Seahart —gruñe Japgy, con los dientes apretados y la mirada como cuchillas. —Si no te hubieras metido en lo que no te incumbe, nada de esto habría pasado. Ya me tienes harto.
—Y tú deberías dejar de resolver tus daddy issues a través de otras personas —le respondo, seca. El rojo que le sube a la cara le delata: lo toqué donde duele.
—Ya va siendo hora de que alguien te enseñe a quedarte callada, como una buena chica —masajea los nudillos con una sonrisita asquerosa, como si ya se sintiera victorioso.
Cinco contra una. Otra vez. ¿En serio?
Obvio que me odia. Se le nota en cada centímetro de la cara. Pero mientras más dejas que el enojo te controle, más torpe te vuelves. Y ese… ese es su error.
Siento pasos detrás de mí. Los tres que estaban al fondo se acercan poco a poco. La tensión me recorre la espalda como electricidad. No puedo dejar que me agarren. Pero tampoco voy a pelear en serio.
No porque no pueda. Con el entrenamiento Eternalite que me han dado mis hermanos, podría mandarlos al hospital en menos de dos minutos.
Pero no lo haré.
Está prohibido pelear con civiles, incluso si son unos idiotas. El Código de la Sociedad es claro. Tengo que usar lo justo. Nada más.
Siento un movimiento rápido a mi derecha. Una mano va directo a sujetarme el brazo. Y al frente, un zumbido: el puño de Japgy viene hacia mi estómago con toda su rabia.
Mi cuerpo actúa antes que mi mente. Me ladeo, atrapo el brazo del tipo que quiso sujetarme, giro con fuerza y lo uso como escudo. El puño de Japgy impacta de lleno en su compañero.
Uno menos.
El siguiente se lanza sin mirar el piso. Un clásico. Le meto el pie, resbala y cae encima del otro. Ya van dos.
Japgy intenta ir directo a mi brazo vendado. Mala idea. Aplico la misma táctica que hice con Dartziel. Giro, lo esquivo, y él pasa de largo, cayendo de cara. El golpe suena seco contra la acera.
Estoy a punto de encargarme de los dos que quedan cuando alguien irrumpe corriendo y se interpone entre ellos y yo. Su cuerpo bloquea mi vista por un instante, y al empujar a los tipos hacia atrás, el aire se llena con su olor: fresco como la menta, limpio y un toque a madera.
Es Brytce.
Sigo justo detrás de él. Japgy se levanta, furioso, con la nariz sangrando. Se la toca, frunce el ceño... y sale corriendo.
Los otros lo siguen. Incluso los que estaban en el suelo, sobándose. (Qué valientes…)
—¿Estás bien? —me pregunta Brytce, girándose hacia mí, con esa mezcla de preocupación y sorpresa que me derrite.
—Sí… no me hicieron nada —respondo, aunque por dentro siento que el corazón está retumbando en mis oídos.
Brytce me mira con esos ojos tan claros que parecen atrapar la luz del sol. Hay algo en su postura, en cómo mantiene el brazo medio extendido hacia mí, que me hace sentir segura… y también un poco vulnerable.
—Qué cretinos… intentar golpear a una chica. Y siendo cinco —dice, frunciendo el ceño con fuerza.
—No les gustó que les pusiera un alto en la cafetería. Supongo que dañé su frágil masculinidad —respondo, con una media sonrisa que apenas puedo sostener de los nervios.
—Nunca había visto a alguien enfrentarse así a otros, y menos estando lesionada. ¿Qué te pasó? Claro, si no te molesta que pregunte.
—No, descuida. Me lesioné practicando defensa personal con uno de mis hermanos.
—Eso explica tu enfrentamiento con Japgy.
—Sí, Japgy es un cretino. Además, no soporto las injusticias. Si puedo hacer algo para evitarlas, lo hago.
Me sorprende lo natural que fluye esta conversación. Mis piernas todavía tiemblan un poco, pero con cada palabra, me voy soltando. El aire fresco acaricia mi cara y me despeja la mente.
—Ya me tardé mucho. Mis papás deben estar preocupados —digo, con un suspiro.
—Te acompaño a tu casa. No vaya siendo que vuelvan —responde con una sonrisa amable.
—Gracias, pero no es necesario...
—Por favor. No me sentiría bien conmigo mismo si te dejo sola ahora.
—Bueno… no quiero cargar con tu conciencia —digo con tono juguetón.
Él se ríe, y empezamos a caminar. Las hojas secas crujen bajo nuestros pies. Hay un silencio cómodo entre los dos, interrumpido solo por el canto distante de un grillo y el sonido del viento moviendo los árboles.
—Escuché que Japgy te llamó “Seahart” en la escuela. ¿Es tu apellido?
—Sí. Me llamo Visxiria, pero mis amigos me dicen Vis.
—Mucho gusto, Visxiria —dice haciendo una reverencia exagerada, como si usara un sombrero imaginario —. Yo soy Brytce. Brytce Hickston. Pero mis amigos me dicen Hicks.
—Encantada de conocerlo, señor Hickston —le respondo, imitando una reverencia de época, como si estuviera en una novela victoriana.
Ambos soltamos una carcajada. Siento cómo, poco a poco, mi cuerpo se relaja. Las mariposas en mi estómago siguen bailando, aunque ahora lo hacen al ritmo de una canción lenta.
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Editado: 04.09.2025