La Sociedad del Zircón

Capítulo 0: "Los orígenes"

 

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  "El universo se rige por una serie de principios que lo mantienen en constante equilibrio, pero como es bien es sabido, la excepción hace la regla. Existe un espacio en este universo donde esas leyes que gobiernan la realidad no son más que una sugerencia. Un rincón donde el tiempo fluye con otra naturaleza y ritmo. Solo en un lugar como este podría existir el Zircón Infinito."

   Año 1920

   Año 1920. Jean Favre y Luis Aranburu, geólogos de la Universidad de Estrasburgo, viajaron a España con la intención de cartografiar aquel país, cuya geología apenas se había estudiado hasta el momento. España nunca había sido una nación demasiado puntera en cuanto a ciencia se refería y todas las mentes brillantes que en ella nacían, terminaban huyendo en busca de algo de reconocimiento y financiación en el extranjero. Aunque con los acontecimientos que se fueron desarrollando a raíz de aquel viaje, el panorama mejoraría, al menos para los geólogos españoles. En tan solo cinco años desde su llegada, la Sociedad Geológica Española había pegado un salto monumental en cuanto a desarrollo de proyectos, logrando posicionarse entre las instituciones científicas más punteras de toda Europa.

   Luis era una de aquellas mentes inquietas que no había tenido más remedio que abrirse camino en el mundo de la ciencia fuera de su país. Una vez en Francia, descubrió su pasión por las Ciencias de la Tierra, cuando aún no era más que un universitario de primer año. Dejó de lado sus estudios en Ciencias Químicas para especializarse en geoquímica aplicada a la Bioestratigrafía. Terminó haciendo su doctorado en la Universidad de Estrasburgo, donde conoció a su colega Jean, geólogo e ingeniero de infraestructuras; junto a quien decidió llevar a cabo aquel improvisado proyecto. Quizás un tanto empujado por la nostalgia hacia su tierra natal, pero también movido por el aliciente monetario que había detrás.

   Comenzaron su labor partiendo desde el sur hacia el norte del país, dejando para el final la mejor parte, o al menos las tierras a las que Luis tanto ansiaba regresar. Para aquel entonces ya hacía más de dos meses que trabajaban en la cartografía geológica del territorio. El último tramo que les quedaba por estudiar, lo recorrieron desde la costa vizcaína hacia el interior del continente. En el transcurso de esta travesía, descubrieron bastantes puntos de interés geológico: desde yacimientos fósiles y minerales, hasta singulares estructuras tectónicas y geomorfológicas. Todos estos datos los fueron recogiendo en sus mapas y, con mucho trabajo, fueron completando la escasa bibliografía hasta aquel entonces existente.

   Como se desconocía la utilidad de toda aquella información a nivel práctico y económico, nadie había decidido invertir en ello. Sin embargo, los benefactores de estos dos científicos, eran grandes hombres de negocios franceses y alemanes, con lucrativos planes en la península, de construcción y explotación minera entre otros. Estos inversores eran conocedores de lo decisivos que podían llegar a ser los diagnósticos proporcionados por verdaderos especialistas en el terreno, como lo eran los geólogos. El dinero invertido en sus proyectos no era nada en comparación con los millones que ganarían con el negocio que tenían entre manos y con el considerable ahorro en imprevistos que les proporcionarían los informes geológicos e ingenieriles.

El dinero invertido en sus proyectos no era nada en comparación con los millones que ganarían con el negocio que tenían entre manos y con el considerable ahorro en imprevistos que les proporcionarían los informes geológicos e ingenieriles

   Un domingo extrañamente soleado de mediados de abril, ambos jóvenes geólogos despertaron con ganas de lanzarse a la aventura, aunque esta fuera un tanto ligerita de emociones. Decidieron pasar el día en el monte Pagasarri con la excusa de buscar un afloramiento en aquella zona tan frondosa y, por tanto, compleja de cartografiar.

   Alcanzaron la cima en no más de hora y tres cuartos de caminata, a través de senderos, abiertos por el paso del ganado y los pastores de la zona. Las vistas desde el punto más alto eran espléndidas, pero el más relevante de sus hallazgos fue un inmenso afloramiento de calizas coralíferas con las que se toparon como por casualidad. Metros y metros de roca carbonatada afloraban repletas de una gran variedad de fósiles: Bivalvos, Ammonites, Gasterópodos, Rudistas, Erizos de mar y por supuesto, Corales. Pasaron la mañana tomando los datos de este afloramiento y completando con ellos la memoria geológica que complementaba la cartografía de la zona. Tras tan arduo trabajo, el descanso estaba más que ganado.




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