La Dama de Honor
El sonido de la alarma retumbaba en los pasillos del edificio, cortando el aire con una claridad dolorosa. Lena sintió que su corazón se aceleraba, el miedo y la adrenalina convirtiéndose en una mezcla peligrosa que nublaba sus pensamientos. Cada segundo que pasaba parecía más pesado que el anterior, como si el tiempo se estuviera estirando en una agonía interminable.
Kiran tomó la delantera, guiando al grupo con pasos firmes, su rostro impasible, como si ya estuviera acostumbrado a esta clase de situaciones. Lena lo seguía, el eco de sus propios pasos resonando en el suelo, mientras Juno, con la computadora a cuestas, trataba de mantenerse lo más cerca posible, su rostro marcado por la concentración.
—¡Rápido! —gritó Kiran sin mirar atrás, sabiendo que no había tiempo que perder.
El grupo dobló una esquina y se dirigió hacia un corredor oscuro, donde las luces parpadeaban intermitentemente. El espacio parecía volverse más estrecho, las paredes metálicas ahora una prisión que se cerraba alrededor de ellos.
De repente, una figura apareció en la entrada del pasillo. Una mujer, elegante, con una túnica dorada que brillaba incluso bajo la tenue luz de emergencia. Sus ojos eran fríos, y su postura erguida reflejaba una confianza inquietante. A pesar de la alarma que había comenzado a sonar, ella no mostraba ningún signo de prisa.
Lena se detuvo en seco, reconociendo a la mujer al instante. Era la Dama de Honor, una figura clave dentro de la jerarquía de Mnemósine. Su presencia no solo era conocida en los pasillos del poder, sino que su reputación había trascendido la realidad misma. Era quien mantenía las riendas del control de las memorias, y todo indicaba que, si ella estaba allí, el grupo había sido descubierto.
—Pensé que eran más astutos —dijo la Dama de Honor, su voz suave pero cargada de una amenaza subyacente—. No esperaba que alguien tan... curioso como tú, Lena, llegara tan lejos.
Lena sintió un nudo en el estómago. Había algo en la mirada de la mujer, una mezcla de familiaridad y desdén, que la hacía sentirse más vulnerable que nunca.
Kiran dio un paso al frente, su rostro tenso, como si estuviera preparándose para lo peor.
—No estamos aquí para enfrentarnos a ti, —respondió con firmeza—. Estamos aquí para detener esto. Para que todos sepan lo que Mnemósine está haciendo.
La Dama de Honor sonrió, una sonrisa fría y calculadora.
—¿Crees que puedes detenerlo? —preguntó con desdén—. ¿Lo crees realmente? Mnemósine no es algo que puedas destruir tan fácilmente, querido. Es el tejido mismo de esta sociedad. Sin él, ¿quién seríamos?
Lena frunció el ceño, sintiendo un estremecimiento recorrer su cuerpo al escuchar esas palabras. La mujer no hablaba como una simple administradora del sistema. Su postura, su tono, todo en ella indicaba que había algo más en juego, algo mucho más profundo.
—No somos lo que creemos ser, ¿verdad? —dijo Lena, casi sin quererlo. La verdad, la verdad de todo lo que Mnemósine había manipulado, la verdad que había estado enterrada en su mente, estaba emergiendo de a poco. Las palabras de la Dama de Honor no eran solo una amenaza, sino una verdad que estaba a punto de desmoronarse.
La Dama de Honor la miró fijamente, como si le estuviera leyendo los pensamientos.
—No eres tan ingenua como pensaba —comentó la mujer, cruzando sus brazos—. Es cierto que Mnemósine ha creado una capa sobre lo que alguna vez fuiste, Lena. Y tal vez, en algún rincón de tu mente, ya sabes lo que eres en realidad.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Lena, pero se mantuvo firme, no podía ceder. Kiran, al ver la tensión, dio un paso hacia la Dama de Honor, buscando desviar la atención de Lena.
—No nos detendrás. No importa cuántos recuerdos borres, ni cuántos secretos guardes —dijo Kiran, su voz desafiante—. Sabemos lo suficiente para destruir tu control.
La mujer soltó una pequeña risa, una risa que sonó más amarga que divertida.
—¿Destruir el control de Mnemósine? —repitió ella, en un tono casi divertido—. No entiendes, ¿verdad? Tú eres parte de Mnemósine, Lena. El control ya está dentro de ti. Y si intentas destruirlo, no solo destruirás a los demás... te destruirás a ti misma.
Las palabras de la Dama de Honor golpearon como una tormenta en el corazón de Lena. Su mente comenzó a desmoronarse, luchando por entender lo que le estaba diciendo. ¿Qué significaba eso? ¿Qué quería decir con que ella formaba parte de Mnemósine?
Kiran, sin embargo, no se dejó intimidar.
—¡No nos importa lo que digas! ¡Lo que nos importa es liberar a la gente! —exclamó, levantando su voz.
La Dama de Honor lo miró con una mezcla de aburrimiento y lástima.
—¿Liberar? ¿Qué es la libertad cuando todos tus recuerdos están manipulados? ¿Qué es la verdad cuando todo lo que sabes ha sido distorsionado? No hay escape, Kiran. No lo hay.
Con un movimiento rápido, la Dama de Honor levantó su mano, y un zumbido eléctrico recorrió el aire. En un instante, una serie de soldados de Mnemósine aparecieron en el pasillo, rodeando al grupo. Los uniformes plateados brillaban bajo la luz, y sus armas estaban listas.
—El juego ha terminado —dijo la Dama de Honor, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. ¿Qué harán ahora?
El miedo se apoderó de Lena por un momento, pero luego, recordó lo que Kiran había dicho. Habían llegado demasiado lejos para rendirse. No podían permitir que Mnemósine ganara. La lucha, por más desesperada que fuera, no era solo por ellos. Era por todos aquellos cuyas vidas habían sido robadas, cuyos recuerdos habían sido borrados.
Kiran, con determinación, miró a Lena y le hizo un gesto. Era hora de actuar.