Duerme con tranquilidad. Su sueño es profundo, aunque aún no sueña. Se despierta de repente por el sonido de unos pasos. Escucha a una persona subiendo la escalera lentamente, como si no tuviera razón de apurarse. Él se despierta de golpe. Puede ser que alguien se haya metido a su casa a robar. Qué lástima que viva sólo y nadie más pueda ir a mirar.
Los pasos se escuchan como si la persona estuviera parada frente a la puerta de su habitación. Escucha como se gira el picaporte, y también lo ve. Él toma la lámpara en su velador. Si es un ladrón, prefiere perder su lámpara que todas sus cosas, o quizás su vida si es que es un ladrón violento. Se abre completamente la puerta, y detrás de ella no hay nadie.
El joven sigue tenso. Él jura haber escuchado esos pasos, y después se abrió la puerta sola... eso no es normal. La "persona" no sigue caminando. Ya no se escucha ningún paso. Él no puede volver a dormir, se le hace imposible.
Después de media hora, los pasos se vuelven a escuchar. El joven sigue atento observando todo, con su lámpara encendida, aunque eso demuestre que no se ve a nadie. Los pasos se escuchan corriendo a toda velocidad hacia él. Se detiene en seco y el joven ingeniero siente un frío que pasa sobre su hombro, uno que llega a ser escalofriante.
No deja de tiritar de temor. ¿Qué habrá sido eso? ¿Será un fantasma? Lo seguro es que algo extraño ocurre en su casa, y ya está dudando en que ese mensaje escrito en su computador sea un virus.
Pero su peor temor es ¿qué hacer para solucionar el problema? No puede irse de su casa, más al no tener a dónde ir ni cómo venderla. Tiene dinero para otra casa, sus ahorros son altos. Pero no tiene como conseguir otro empleo. Además, considera la presencia de la vecina del frente... quizás ella pueda ayudarlo. Aunque duda que ella lo tome en serio.
Se vuelve sobre sus talones y se acuesta sobre las sábanas, temblando de frío y temor. No vuelve a cerrar los ojos para mantener la atención en todo lo que le rodea.
Amanece y él sabe que no "dormirá" más. Tiene los ojos rojos del sueño. Tambalea al caminar por avanzar cerrando los ojos. Se viste con rapidez y baja a la cocina a hacerse dos tazas de café. Quizás eso lo despierte. Usa el agua que le dio Ignacio ayer calentándola con lo poco de gas que le queda en la cocina. Toma su café, pero el sueño continúa. Se duerme sobre la mesa del comedor.
Su sueño continúa, hasta que escucha una voz lejana llamándolo. Él le pone atención y se percata que la voz es femenina, pero no es conocida. Abre los ojos y ve a lo lejos, sentada en su sofá a una mujer con un vestido verde limón floreado. El vestido le llega hasta debajo de la rodilla y tiene tirantes, perfecto para un día primaveral, quizás para un día de campo.
Él la reconoce de una foto, de esas que desde pequeño veía con tristeza. Es su mamá.
—¿Qué haces aquí? —le pregunta él con una rabia contenida, como si alguien se estuviera burlando por no haber conocido a su madre, porque está muerta.
Ella lo mira de reojo, con expresión de sentirse ofendida. Abre los brazos, cambiando la expresión de ofendida a esperanzada.
—Tú estás muerta —dice él con más rabia. De sus ojos escapan varias lágrimas que se deslizan muy silenciosas hasta estrellarse con el suelo.
—¿Qué? —alcanza a decir ella cuando él despierta. Se había dormido. El café no había sido suficiente para mantenerlo despierto.
—Al menos fue un sueño —se susurra a sí mismo.
Se levanta y camina a su habitación, con pasos suaves y sigilosos atento a escuchar cualquier cosa misteriosa.
Se acuesta en la cama y vuelve a dormir. Esta vez nada lo interrumpe.
Cuando ya no siente sueño se levanta de manera definitiva. Siente que ha tenido suerte por las pocas y leves réplicas. Observa por la ventana la casa del frente y se percata que Romina también está mirando a la casa del frente, a la suya. Sus miradas se encuentran y, en cuanto ambos se dan cuenta, la desvían de inmediato. Ambos ríen al percatarse de aquello.
El joven baja por las escaleras y sale a la casa del frente. Romina sale también y se juntan en medio de la calle.
—¿Por qué no vuelves a mi casa? No creo que vaya a pasar algo extraño de nuevo —asegura él. Gran mentira. Este día se han presentado más cosas extrañas que en ningún otro.
—Realmente... no debería dejar sola a Emilia después de un terremoto. Se aterra con cada réplica —dice ella desviando la vista. Trata de no tener contacto con los ojos del joven, lo que le da el presentimiento de que está mintiendo—. Podríamos ir a mi casa