La llamada de alguien lo despierta por la mañana. Mira el número en la pantalla: desconocido.
Igualmente, contesta.
—Hola ¿es el vendedor de la casa amueblada? —le pregunta la persona en el teléfono.
Tuvo que sospechar que era por eso.
—Sí, soy yo —responde con voz somnolienta. Mira la hora de forma rápida en el reloj de su muñeca: las 7 am.
—Me interesa comprarla, pero el precio que tiene no me es alcanzable. ¿Lo bajaría a unos 20 millones de pesos?
Jamás. Su casa le costó 70 millones y lleva apenas un año viviendo ahí, y además está amueblada. Ese precio es muy bajo.
—No. Lo dejaré en los 40 millones —contesta de forma decidida.
—Ah, ok. Hasta luego —se despide la persona y corta la llamada de inmediato.
Aprovecha de revisar los mensajes que tiene. Son dos. Uno del número que lo acaba de llamar y otro desconocido. En el número desconocido no se entiende el mensaje, son muchas letras que parecen escogidas al azar.
No le toma importancia. Decide revisar su correo electrónico. Ahí tiene un mensaje de su jefe que le informa que se han reparado los daños menores en la oficina y que volverá la próxima semana. Eso lo deja con menos ánimos.
Ya han pasado días desde la cita con Romina y él ya espera otra, pero no tiene la costumbre de invitarla él. Podría llevarla a la playa. No le queda muy lejos.
¡Sí! ¡Eso debe hacer! Llevarla a la playa será algo bonito y simple. Nada de cosas caras ni refinadas, sólo al aire libre. No le agradan las cosas que son lujosas como aparece en la televisión, esas cenas románticas que le asfixian. Aunque ella nunca le ha, aunque sea sugerido que quiere algo así, por lo que no tiene pensado hacerlo.
A la playa será. Duerme unos minutos más y luego se levanta antes que Romina o Emilia le obliguen.
—¿Por qué sonó tu celular? —escucha a Emilia preguntar.
¿Cómo se acuerda de eso si pasó hace horas?
—Me llamó un interesado en la casa —contesta él. Sabe que ella está cerca, por el volumen cercano de su voz.
Va al comedor a tomar desayuno. Al llegar, se percata de que Romina no está.
—¿Dónde está Romina? —pregunta él.
—Salió a comprar —contesta Emilia. Por el volumen de su voz, pareciera que está en el segundo piso.
Él asiente a pesar de que ella no puede verlo, y continua su desayuno. Unos minutos después, Romina llega con varias bolsas.
—Te compré sábanas —dice ella mientras saca las sábanas de una bolsa.
Eso le alegra. Las sábanas disminuirán el frío que siente por las noches. Le alegra que ella se haya percatado de la falta de sábanas y del frío que sentía. Ella se percata de todo respecto a él.
—Gracias —dice él sonriendo y levantando una de las sábanas. Ve que incluye un calientacama.
Ella lo acompaña a poner las sábanas. No se hablan en todo ese tiempo. Mantienen un silencio que no es incómodo, sino de cierta reflexión. Es como si de esa manera se mantuvieran más conectados.
En ese instante se escucha el teléfono de él.
Le señala con la mano que lo espere un poco. Ella asiente y sale de la habitación. Es otra llamada de un número desconocido.
Contesta.
—Hola. Vi su anuncio que vende una casa en perfectas condiciones y me preguntaba ¿por qué la vende? —le pregunta la persona.
—Por motivos personales —contesta él, decidido.
—Ah, bueno. Sólo quiero saber eso porque algunos vendedores ofrecen su casa por problemas como en la infraestructura, por los vecinos y problemas que, en el fondo, quieren dejar al próximo dueño. En fin, entonces, si lo quiere vender por eso, quisiera comprarle la casa, aunque quisiera saber si le bajaría un poco el valor.
En ese momento, el joven ingeniero queda casi mudo. Ve, en la puerta de su habitación, una sombra. Se levanta de la cama para ver si la sombra es suya, y al hacerlo comprueba que sí es suya. Deja escapar un suspiro de alivio.
—¿Hola? —pregunta la persona en el teléfono.
—Hola, perdón. ¿A qué precio quiere que la baje? —en parte, se siente culpable por vender una casa "embrujada", y que no lo sepa.