Van caminando por el centro comercial tomados de la mano ¿está bien eso? Ahora Romina es su novia, y hacer eso es de lo más normal. Se siente raro sostener su mano, y más saber que ahora tienen una relación.
Se sonríen mientras caminan por el lugar. Observan las tiendas con poco interés, siendo la única cosa importante para él observarla a ella. Pero algo de repente se lleva su atención. Ve a una mujer caminando de la mano de un hombre y de un niño pequeño de unos 7 u 8 años. Ya había visto antes a esa mujer, en fotografías con su padre.
—Romina, Romina —dice él tratando de llamar la atención de su novia. Ella deja de observar las tiendas y fija su atención en él.
—¿Qué ocurre? —pregunta ella mientras sonríe.
Él, al ver como la mujer se aleja, comienza a seguirla con rapidez.
Cuando llegan bastante cerca a ella, él comienza a explicarle.
—Esa mujer… —dice él mientras señala jadeando a quién podría ser su madre— creo que es mi madre.
Ella observa con detenimiento a la mujer que le señala, y su sonrisa se esfuma. Aparece en ella una expresión de rabia, de frustración. Pone sus puños duros con ira. A su vez, una lágrima resbala por su mejilla con timidez.
—¿Qué ocurre? —pregunta él extrañado.
—Ese hombre es mi padre —las lágrimas caen caudalosas.
Ahora empieza a armar las piezas del rompecabezas: el papá de Romina se fue con su amante, la que quizás sea su mamá. Y quizás por eso la sombra quería que se alejara de Emilia pero ¿por qué no de Romina si ella también es hija de ese hombre? Aunque no es seguro que esa mujer sea su madre, sólo le encontró un parecido, pero eso no asegura nada.
—Tranquila, quizás no sean quiénes creemos -le dice él. Ella despega su cabeza del hombro del joven, mostrando su rostro hinchado, rojo y lleno de lágrimas.
—¿A qué te refieres? —pregunta ella en tono lloroso.
—Preguntémosle sus nombres —sugiere él.
—¿Crees que nos dirán sus nombres? Si tú estuvieras un día de lo más normal caminando con tu hijo y tu... lo que sea, ¿le darías tu nombre a un extraño que te lo pregunte de la nada? —él no lo haría, y eso le hace suponer que ellos tampoco lo harán. Pero más vale intentar y morir en el intento.
—Igual lo haré —dice él decidido caminando hacia la pareja. Ella trata de detenerlo sin conseguir nada. Al rendirse, se mantiene al lado de su novio esperando que haga lo que él cree que es correcto.
—Hola, disculpen, quisiera saber sus nombres —dice él con rapidez. Ella no esperaba que él lo fuera a hacer tan pronto. Su timidez pareciera haber desaparecido.
El hombre se pone por delante de su esposa, como queriendo protegerla. Tiene una expresión muy dura, como si ya lo odiara.
—¿Por qué? —le pregunta él, mirándolo de arriba a abajo con detenimiento.
—Soy universitario en periodismo y tengo que entrevistarlos para la tesis —dice él con seguridad. Romina aguanta la risa por la mentira de su novio, la que fue muy bien inventada.
La expresión del hombre se vuelve blanda, y el odio parece desaparecer.
—Bien, ella es mi esposa Carla Cárdenas, él mi hijo Cristóbal Reyes y yo soy Diego Reyes —se les cae el mundo a ambos al oír sus nombres, al saber que lo que el joven ingeniero pensó que sólo eran sospechas es realidad. Romina se agarra al hombro de él, ocultando su cabeza.
—Ok, debo irme —dice él dándose la vuelta, confiando en que ellos no pedirán explicaciones.
—¿No nos va a entrevistar? —pregunta la mujer, en tono de mucha duda.
—Ya lo hice —contesta el joven con rapidez y seguridad.
—¿Cómo? ¿cuando? —pregunta el hombre. El joven se da la vuelta. Al mirarlo a los ojos, el hombre tendrá mayor confianza en su respuesta, o eso cree.
—La entrevista era para encontrar los nombres y apellidos más comunes en el país —contesta él. El hombre se queda satisfecho con la respuesta.
Romina y él se van, sin mirar atrás. Con la valentía que el joven usó para preguntarles los nombres ya fue suficiente.
—Quisiera haber hecho más —dice Romina cuando van camino al estacionamiento. Se ve frustrada.