Emilia está sobre su cama, con los ojos rojos en llanto.
—Lamento que terminaras con Ignacio —dice Romina abrazándola, tratando de darle suficiente consuelo.
—Y lo peor de todo —comienza a decir Emilia, secándose las lágrimas con un pañuelo— es que le enviaba cosas subidas de tono a niñas pequeñas. Algunas de 13 o 14 años, y eso que ni siquiera me enteré de su boca sino por una denuncia. Eso ya es aborrecible. No me imagino cómo hubiera sido si tuviéramos hijos —Romina la mira raro ante la mención de tener hijos—. Pero bueno, eso no quita el hecho de que tienes una cita hoy, una diferente a las demás. Una en el restaurante más elegante de la ciudad, "El gran Platino". No sé cómo lo ha pagado.
—Después de la cena le preguntaré el precio para pagarle —dice Romina un poco molesta ante lo que dijo Emilia.
—Hermana, lamento decírtelo, pero es una cita, y si él invita él paga ¿comprendes? —y tiene razón.
—Bien, bien —contesta Romina un poco fastidiada.
—Ahora a escoger el vestido —dice Emilia con una sonrisa. Se ve extraña mostrando una sonrisa teniendo la cara llena de lágrimas. Romina le quita algunas lágrimas de la cara y asiente. Su hermana da otra sonrisa, una que parece más real, aunque sigue siendo falsa.
Romina piensa en cancelar la cita en vista de cómo está su hermana, pero no quiere avisarle a última hora a Rodrigo cómo para que él pierda el dinero de lo reservado y a la vez le cause un daño moral al avisar tan tarde. Eso no sería justo. Ella hará lo que le gustaría que le harían, y cancelar la cita no es parte.
Ambas se acercan al armario y lo abren de par en par. No es mucho lo que tienen de vestidos elegantes. Han salido pocas veces en cosas así, y eso se demuestra en que el único vestido elegante es el que tienen guardado de la gala de graduación. Está mal cuidado y ya está un poco pequeño para ella, por lo que el vestido no es opción.
—¿Especificó que sea elegante? Podría ser uno bonito —dice Emilia, observando el único vestido elegante.
Romina niega. Comienzan a buscar los vestidos más casuales que tienen, los que también son formales. Tiene varios de esos, más porque se le exige ir al trabajo formal y porque a ella le gustan los vestidos. Termina escogiendo uno azul, 4 dedos sobre la rodilla, ceñido, aunque no lo suficiente como para que no pueda respirar.
—Este me encanta —dice Romina poniéndoselo por encima.
Emilia levanta el pulgar en aprobación. Romina va a ducharse. Media hora después sale de la ducha y comienza a exfoliarse la piel.
—¿Es en serio? Solo es una cena elegante hermana, no el día de tu boda —dice Emilia sarcástica.
—No por eso iré sin arreglarme
—Él sabe cómo eres sin arreglarte ¿cuál será la diferencia?
—Que esto no es algo casual
Romina cierra la puerta del baño y continua arreglándose. Al terminar con su piel, se seca el cabello y luego, con el ondulador, se hace pequeñas ondas en las puntas. Al terminar, se mira en el espejo satisfecha de lo que ha hecho.
Emilia la espera con el maquillaje listo. Comienza poniéndole base, luego poniendo sombra para suavizar algunos rasgos y resaltar otros. Sigue delineando los labios de un rojo y pintándolos de un rojo opaco. Continúa con los ojos, delineándolos con una línea gruesa por arriba y una muy delgada por abajo.
Toma el encrespador de pestañas y se las pone. Luego echa rímel en ellas. Terminado el trabajo, le pasa un espejo a su hermana. Ella se observa con satisfacción: el maquillaje ha hecho que se vea mejor, y la manera en que Emilia lo ha aplicado ha hecho que no se vea grotesco sino natural y a la vez notable.
Elije unos zapatos altos que combinan con el vestido, y que tienen un taco ancho y cómodo.
Mira la hora. Debería de estar saliendo ahora.
—Debo irme —le da un beso en la mejilla a su hermana—. Hasta luego.
Sale casi corriendo de la casa. Sube al auto y empieza el camino. Antes de comenzar a manejar, se cambia de zapato a unos planos, todo para evitar un accidente.
Anda por el camino. Todo es sencillo de pasar a excepción de una cuesta pequeña que no causa mucha dificultad. Llega justo a tiempo.
Su mesa es la 104. Camina por el lugar hasta encontrar la mesa en que hay dos asientos y un letrero en el centro con el número. No ha llegado. Seguramente está estacionando el auto o algo así. Se sienta en una silla y espera.
Se fija en el lindo detalle de que la mesa tiene en el centro tres velas. El lugar es muy bonito y elegante, tal como dijo él.