Chis, chis, chis...
La noche era oscura y silenciosa, solo interrumpida por el sonido de la lluvia que golpeaba contra el parabrisas del automóvil.
Seleste, una joven de 20 años con cabello oscuro y ojos verdes brillantes, se dirigía a la casa de su amiga Sofía, que vivía fuera de la ciudad, con la intención de pedirle que la dejara quedarse en su casa por algún tiempo, ya que había discutido con su padre.
Ella conducía por la autopista de la ciudad de México, con su corazón latiendo con ansiedad mientras se dirigía a su destino.
Los inevitables choques y descargas de las nubes generaban destellos en el cielo, como flashes de cámaras, deslumbrantes y haciéndolo muy difícil ver la carretera.
Con la luz de los faros que apenas iluminaban la carretera desierta, y ese viento que aullaba como un lobo herido.
Pero sin importarle nada, ni los riesgos que estos podían traerle, la oscuridad de la noche. Seleste, seguía muy convencida he iba decidida, para iniciar una nueva vida, una forma de vivir mejor y convencida que en su viaje, lo conseguiría. Mientras en su mente seguía resonando la discusión qué había tenido.
Horas antes...
"Papá, no entiendo por qué no puedes aceptar que quiero vivir de manera más libre y espontánea. No necesito seguir tus reglas y horarios todo el tiempo", había dicho Seleste, con su voz llena de frustración.
"Mientras vivas en esta casa, seguirás mis reglas, ¿entendiste, Seleste?", había respondido su padre, su voz firme y autoritaria.
Su padre, Saúl. Era un hombre estricto y tradicional, creía firmemente que si una mujer mostraba aún que solo fueran los hombros, ya era considerada una mujer de la lujuria.
Esta mentalidad restrictiva siempre había sido un obstáculo para Seleste, que anhelaba libertad y autonomía.
En la autopista...
-Ya estoy harta de sus reglas absurdas hija esto, hija aquello, esto si, esto no. -dijo Seleste, hablando sola en el auto mientras seguía conduciendo, su voz llena de frustración-.
"Quiero vivir mi vida, no la que ellos quieren para mí."
Mientras tanto,
en la casa de Seleste,
su madre Loren no paraba de llorar.
-Loren, por favor, deja de dar vueltas y vueltas me estoy mareando de solo observarte. ven a sentarte y juntos vamos a esperarla. Ya volverá, solo está haciendo un berrinche -decía Saúl, con una voz suave pero firme, intentando calmar la ansiedad de Loren.
Loren acepto, y fue a sentarse,aunque fue por un momento.
-No...! -Grito Loren, fue un grito que rompio el silencio, de la habitación y que solo la lluvia y los truenos rompían en la noche.
Loren se levantó del sofá, su voz llena de preocupación-. No mira, es de noche y la tormenta es muy fuerte.
No podemos perderla, es mi hija, mi única hija-dijo, su rostro reflejando la angustia.
-También es mía -respondió Saúl, su voz ligeramente elevada-, pero ella tomó la decisión de salir.
No podemos hacer nada más que esperar -añadió, intentando mantener la calma.
Loren se acercó a la ventana, mirando hacia fuera, la lluvia y el viento azotaban el cristal, haciendo que la visibilidad fuera casi nula.
La oscuridad parecía haberse vuelto más densa, más opresiva.
-No puedo perderla -musitó Loren, su voz apenas audible-. ¿Y si algo le pasa? ¿Y si no vuelve?
Saúl se levantó y se acercó a Loren, colocando una mano en su hombro.
-No pienses eso. Volverá -dijo, su voz suave-. Solo tenemos que esperar.
Pero Loren no parecía convencida. Su mirada seguía fija en la ventana, esperando ver a su hija regresar a salvo.
hor~e;do un ⚡ rayo que hizo vibrar los vidrios de la casa, y elevando la preocupación de la madre de Seleste.
El camino.
Durante el camino, a pesar de la fuerte tormenta todo parecía ir bien y normal.
De pronto, el GPS se volvió loco y no marcaba correctamente la ruta a la que se dirigía.
Seleste no se había percatado de que su GPS no estaba funcionando correctamente, hasta que llegó a un lugar que le pareció desconocido y aterrador.
La oscuridad parecía cerrarse sobre ella como una trampa, y la lluvia golpeaba contra el parabrisas como si fuera una mano invisible que intentaba atraparla.
Se detuvo en un semáforo, y el silencio repentino fue como un golpe en el estómago.
Miró a su alrededor, pero la oscuridad era total.
No había luces, no había señales de vida.
-¿Dónde estoy? -se preguntó, asi mismo su corazón comenzó a latir con fuerza, y una creciente sensación de miedo se apoderó de ella.
Recordó que llevaba un mapa en el auto, uno de esos que se consiguen en las librerías. Abrió la guantera, y el ruido del cierre resonó en la oscuridad como un disparo.
Sacó el mapa, y su mano tembló mientras lo desplegaba.
La luz del semáforo iluminó el mapa.
Un escalofrío recorrió su espalda, y Seleste se sintió atrapada en una pesadilla. La lluvia y el viento parecían estar cerrando sobre ella, y la oscuridad era como una boca abierta que la esperaba.
De pronto.
Un coche apareció de la nada, se detuvo a su lado, y una sombra apenas visible emergió como una aparición nocturna, envuelto en un manto de misterio.
La luz roja del semáforo fue iluminando lentamente, aquella sombra y revelando un rostro curtido por el tiempo, surcado por arrugas de preocupación.
Era un hombre mayor, que en su mirada parecía contener un mundo de experiencia, su expresión una mezcla de inquietud y compasión.
La luz de la luna se reflejaba en sus ojos, creando un brillo que parecía hablar directamente al alma de Seleste.