De vuelta en el improvisado cuartel general, el Detective Solís repasaba mentalmente la conversación con el Dr. Adrián Castro. La frialdad, la negación casi demasiado rápida, el destello de algo parecido al miedo en sus ojos cuando se mencionó su pasado con la beca. Eran señales, sí, pero no pruebas. Necesitaba hechos, documentos, un rastro que conectara a Castro no solo con la Dra. Rojas, sino con el fraude original y, lo más importante, con la noche del asesinato.
"¿Qué tenemos de los papeles de la Dra. Rojas?" preguntó Solís a su asistente, la joven detective Laura Guzmán, mientras revisaba una pila de documentos en su escritorio. Guzmán era nueva en Homicidios, pero su agudeza y su meticulosidad ya la habían hecho indispensable.
"Una montaña, Detective," respondió Guzmán, señalando las cajas llenas. "La Dra. Rojas era increíblemente organizada para el volumen de su trabajo. Hay archivos digitales también. Parece que tenía casi toda la historia de la Beca Athelburg, desde su fundación. Pero los últimos documentos, los que estaban esparcidos... esos son los más interesantes."
Solís asintió. "Dime qué has encontrado en ellos."
"Son principalmente copias de actas de comités de selección de becarios de hace casi tres décadas," explicó Guzmán, sosteniendo una hoja envejecida. "Notas personales de la Dra. Rojas al margen, cruzando nombres, fechas, y lo que parecen ser cifras y porcentajes. Y sí, la palabra 'manipulación' o 'irregularidad' aparece varias veces. Pero lo más sorprendente es que ella había identificado a varias personas clave que estuvieron involucradas en la administración de la beca en ese período. Algunos son exdirectivos de la universidad, ya retirados o fallecidos, pero algunos otros aún tienen conexiones con Athelburg."
"¿Algún nombre que salte a la vista?" inquirió Solís, su interés agudizándose.
Guzmán le entregó una copia de una página donde varios nombres estaban subrayados con un rotulador rojo. "Aquí hay un par de profesores que aún están en la plantilla, aunque ya mayores. Y un nombre que aparece con una frecuencia inusual en las listas de solicitantes de aquel año, y luego una vez más, como 'rechazado por criterios no cumplidos', pero con una nota de la Dra. Rojas al lado: 'pruebas de alteración'. Ese nombre es... Adrián Castro."
Una punzada de confirmación recorrió a Solís. "Ahí lo tenemos. Ella estaba investigando su caso, o al menos un caso muy similar al suyo en el mismo período. Necesito todo lo que tengamos sobre ese período de la beca, y específicamente sobre Adrián Castro como estudiante y su solicitud."
Mientras Guzmán se sumergía en la búsqueda, el informe forense preliminar llegó al escritorio de Solís. La Dra. Márquez había podido determinar que la Dra. Rojas había muerto por un único y brutal golpe en la parte posterior de la cabeza. La hora estimada del deceso se situaba entre las 11:30 PM y la 1:00 AM. El arma homicida seguía sin aparecer. Sin embargo, en el suelo, cerca del cuerpo de Elena, se habían encontrado unas pequeñas fibras textiles que no correspondían a la ropa de la víctima ni a las alfombras del despacho. Eran fibras sintéticas, teñidas de un color gris oscuro.
Solís miró las fotos de la escena, prestando atención a cada detalle del desorden. Si hubo una discusión, como se sospechaba, Elena podría haber forcejeado. Las fibras. Si el Dr. Castro había estado allí, su ropa podría ser la clave. Pero, ¿qué tipo de ropa dejaría esas fibras? Una chaqueta, un abrigo...
La tarde se convirtió en noche, y el equipo de Solís continuó trabajando sin descanso. Las llamadas telefónicas y los correos electrónicos de la Dra. Rojas fueron el siguiente objetivo. Había estado en contacto con varias fuentes, incluyendo algunos historiadores externos y un periodista de investigación, lo que indicaba que su intención era hacer público su hallazgo. Pero un detalle saltó a la vista en su registro de llamadas: una llamada a un número interno de la universidad, la noche del asesinato, a las 11:10 PM. La duración fue de casi diez minutos. El número pertenecía al despacho del Dr. Adrián Castro.
El corazón de Solís dio un vuelco. Castro había negado cualquier contacto la noche del crimen. Esa llamada era una mentira, una mentira flagrante que lo ataba directamente a la escena y a la hora aproximada de la muerte. La intuición de Solís se había convertido en una certeza. Adrián Castro no solo era el principal sospechoso; era el asesino, y su pasado era el detonante.