Con Adrián Castro bajo custodia y un informe preliminar de su confesión en manos del Capitán Ruiz, el Detective Solís sabía que el trabajo real no había hecho más que empezar. El asesinato de la Dra. Rojas era la punta del iceberg; debajo yacía una red de engaños que se extendía por casi treinta años, un veneno lento que había corrompido la prestigiosa Beca Athelburg. Su prioridad ahora era desenterrar las identidades de los "cerebros" detrás del fraude original, aquellos que habían manipulado el sistema y de alguna manera habían silenciado la verdad hasta ahora.
El despacho de la Dra. Rojas, ahora una escena del crimen descontaminada, se había convertido en el epicentro de la nueva fase de la investigación. Laura Guzmán, con su metódica organización, había logrado clasificar los miles de documentos que Elena había acumulado. Había cajas llenas de legajos de solicitudes de becas de décadas pasadas, actas de reuniones de comités, correspondencia interna, estados financieros y, lo más revelador, las meticulosas notas personales de Elena.
"Detective, creo que esto es lo que buscaba," dijo Guzmán una mañana, su voz vibrante de descubrimiento, mientras señalaba una serie de documentos esparcidos en una de las grandes mesas de la sala de juntas. Eran fotocopias de recibos bancarios y transferencias de grandes sumas de dinero, fechadas en los mismos años de las controversias de la beca, hacia cuentas offshore. Junto a ellas, había una lista de nombres.
Solís se acercó. La lista incluía figuras que habían sido pilares de Athelburg en el pasado: el Decano Emérito de Administración, Dr. Horacio Vargas; el exrector, Dr. Samuel Thompson; y el abogado principal de la universidad en ese entonces, Sr. Ricardo Fuentes. Todos ellos habían fallecido en la última década, excepto Fuentes, quien vivía retirado en una comunidad de lujo en la costa.
"Elena no solo probó el fraude, Detective," explicó Guzmán, señalando las anotaciones de Rojas. "Ella descubrió el modus operandi: la beca, destinada a estudiantes de mérito y necesidad, era desviada parcialmente a través de cuentas fantasma y empresas de fachada. Los beneficiarios reales, estudiantes brillantes y a menudo de origen humilde como el Dr. Castro, eran sistemáticamente descalificados por 'errores administrativos' o 'incumplimiento de requisitos', mientras que los fondos terminaban en los bolsillos de estas personas o eran usados para inflar presupuestos universitarios fraudulentos."
"¿Y Adrián Castro?" preguntó Solís, la pieza central de su rompecabezas.
"Según las notas de la Dra. Rojas, el caso de Castro fue uno de los más notorios y descarados. Tenía todas las credenciales para la beca, pero fue descalificado por una 'irregularidad' inventada en su expediente. Rojas había encontrado una carta firmada por el Dr. Vargas que invalidaba su solicitud de forma unilateral, sin el aval del comité completo. La beca fue otorgada a un estudiante con un perfil mucho menos meritorio, pero con conexiones familiares con uno de los 'cerebros' de la operación," detalló Guzmán. "Adrián Castro no solo fue una víctima, sino un ejemplo perfecto de la crueldad de su sistema."
Solís sintió una punzada de compasión por Castro, una emoción incómoda para un detective de homicidios. Sin embargo, no justificaba el asesinato de Elena. "Esto es oro, Laura. Necesitamos el historial completo de cada uno de estos nombres. Sus activos, sus movimientos, cualquier conexión entre ellos que Elena no haya terminado de atar. Y Ricardo Fuentes. Necesito saber todo sobre él. Su pasado y su presente."
La investigación se transformó en una excavación arqueológica, desenterrando capas de engaño y corrupción bajo la p pátina de prestigio de Athelburg. Solís se reunió con abogados de la fiscalía, preparando el terreno para posibles cargos póstumos y para desvelar la verdad que la universidad había escondido con tanto celo. La reputación de Athelburg estaba a punto de tambalearse hasta sus cimientos.
Mientras el equipo seguía los rastros de papel, Solís visitó a Adrián Castro en la sala de interrogatorios de la comisaría. Castro estaba pálido, más demacrado que antes, pero la furia latente en sus ojos seguía intacta.
"Hemos encontrado sus papeles, Dr. Castro," dijo Solís, mostrando una copia del informe de Elena sobre su caso. "Sabemos la verdad sobre lo que le hicieron con la beca."
Adrián Castro soltó una risa amarga. "Así que ella lo encontró todo. ¿Y de qué sirve ahora, Detective? ¿Me devolverá mi juventud? ¿Mis sueños? ¿La beca que me robaron? No. Solo me traerá la vergüenza de haber sido un tonto. Por eso no podía dejarla. No podía permitir que la historia se repitiera, que me despojaran de todo de nuevo."
La voz de Solís se mantuvo firme. "Pero Dr. Castro, Elena Rojas no quería despojarlo de nada. Quería justicia para usted y para todos los que sufrieron lo mismo. Usted la silenció y, al hacerlo, le arrebató la oportunidad de limpiar su nombre y exponer a los verdaderos responsables. Se convirtió en lo que juró destruir."
Las palabras de Solís parecieron golpear a Castro con la fuerza de un golpe físico. La furia en sus ojos se transformó en una tristeza abismal, un reconocimiento tardío de su trágica paradoja. La sombra que había creído combatir, se había apoderado de él mismo.