La rueda de prensa del Detective Solís desató un verdadero terremoto en la Universidad de Athelburg. El Rector Dr. Patricio Herrera, un hombre de treinta y tantos años cuya carrera había ascendido meteóricamente gracias a su carisma y su enfoque modernizador, se encontró de pronto al frente de una crisis sin precedentes. Su promesa de una nueva era de transparencia se desmoronaba bajo el peso de un escándalo que venía de décadas atrás.
La junta directiva de la universidad, compuesta por figuras influyentes del mundo académico y empresarial, estaba en ebullición. Llamadas constantes, reuniones de emergencia que se extendían hasta la madrugada y comunicados de prensa redactados y desechados sin cesar. La preocupación principal no era solo el asesinato de la Dra. Rojas, sino el impacto devastador que la revelación del fraude tendría en la reputación, las donaciones y las futuras inscripciones de Athelburg.
"Necesitamos controlar la narrativa," exigió el Rector Herrera en una acalorada reunión con sus asesores legales y de comunicaciones. "La imagen de Athelburg está en juego. ¿Cómo es posible que algo así haya ocurrido bajo nuestras narices durante tanto tiempo? ¡Y que salga a la luz por un asesinato!"
Mientras tanto, el Detective Solís no perdió el tiempo observando el pánico de la élite universitaria. Su objetivo era Ricardo Fuentes. El anciano abogado era el último eslabón vivo con los cerebros originales del fraude, y Solís estaba convencido de que aún guardaba secretos vitales. Había notado la evasión en su mirada, la forma en que supo que Elena Rojas había encontrado las pruebas de manipulación.
Con una orden judicial en mano, Solís y la Detective Guzmán regresaron a la lujosa residencia de Fuentes en la costa. Esta vez, la recepción fue diferente. La asistenta parecía tensa, y Fuentes los recibió en el mismo estudio, pero su semblante era más sombrío, casi derrotado.
"Detective Solís," dijo Fuentes, su voz ya no tan firme. "Supongo que la noticia de la detención de Castro ha llegado a sus oídos."
"Y la nuestra al campus, señor Fuentes," replicó Solís, sin preámbulos. "Hemos hecho una declaración pública sobre el fraude de la beca y su conexión con la muerte de la Dra. Rojas. Su nombre, y el de los Decanos Vargas y Thompson, figuran prominentemente en los documentos de la víctima. Tenemos las pruebas de las transferencias bancarias y la manipulación de expedientes."
Los ojos de Fuentes se abrieron ligeramente. "Pruebas..."
"La Dra. Rojas fue muy meticulosa. Sabemos cómo se desvió el dinero. Sabemos cómo se descalificó a estudiantes como el Dr. Castro. Y sabemos que usted era el abogado de la universidad en ese momento." Solís se sentó frente a él, su mirada fija. "Puede seguir negándolo, pero la verdad saldrá a la luz con o sin su cooperación. Ya está afectando la reputación de Athelburg. Esto es una oportunidad para usted de mitigar el daño, para la universidad y para su propio legado."
Fuentes bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas en su regazo, sus dedos temblaban levemente. El silencio se prolongó, lleno del sonido lejano de las olas rompiendo contra la costa. La gran villa, antes un refugio, parecía ahora una prisión de secretos.
"Fue... una locura de la época," comenzó Fuentes, su voz áspera, apenas un murmullo. "Una práctica extendida. La beca era una tentación. Los fondos eran enormes. Y había mucha presión. 'Ayudar' a ciertos estudiantes, 'redistribuir' el dinero para 'beneficio de la institución' de otras maneras..."
"¿Quién dio las órdenes, señor Fuentes?" inquirió Guzmán, registrando cada palabra.
Fuentes suspiró, un sonido que venía de lo más profundo de su ser. "Vargas y Thompson eran los cerebros, sí. Tenían acceso, control. Yo... yo era el encargado de darle un barniz de legalidad. De asegurar que las 'irregularidades' parecieran errores administrativos, o que los 'criterios no cumplidos' fueran lo suficientemente ambiguos para justificar la descalificación de los que no les convenía. El caso de Castro... fue particularmente cruel. Tenía todo para ganar esa beca, pero se interpuso en el camino de alguien con conexiones."
"¿Y el dinero, señor Fuentes? ¿A dónde fue el resto del dinero? ¿Quiénes fueron los verdaderos beneficiarios?" Solís no le quitaba los ojos de encima.
La expresión de Fuentes se endureció de nuevo, aunque esta vez era más de resignación que de resistencia. "Eso es más complejo. Parte fue a cuentas personales, sí. Pero otra parte... otra parte fue utilizada para financiar proyectos 'discretos' de la universidad, que nunca pasaron por los canales oficiales. Construcciones, equipos de investigación, 'favores' a políticos... Siempre se justificaba como 'por el bien de Athelburg'. Pero era un fondo oscuro, un sistema paralelo."
"¿Hay documentación de eso?" preguntó Solís.
"Elena la encontró," admitió Fuentes. "Ella era demasiado buena. Incluso encontró... los contactos de los bancos en el extranjero. Los cómplices externos que facilitaron las transacciones. Por eso estaba tan cerca. Y por eso... por eso Castro la silenciara. Tenía demasiado que perder si su historia, y la de Athelburg, salían a la luz."
Solís asintió lentamente. La confesión de Fuentes no era un arrebato, sino un goteo amargo de la verdad. El último fantasma del fraude de la beca, presionado por la sombra de Athelburg que él mismo había ayudado a crear, comenzaba a desvelar los horrores que se habían ocultado bajo el prestigio de la universidad. La investigación se expandía más allá de un simple asesinato, hacia las profundidades de una corrupción institucional.