El juicio contra el Dr. Adrián Castro por el asesinato de la Dra. Elena Rojas capturó la atención de todo Chile. No era solo un caso de homicidio; se había convertido en un juicio al prestigio y la moral de la Universidad de Athelburg, una institución que se había enorgullecido de su impecable historia. El pequeño tribunal de la ciudad se abarrotó de periodistas, estudiantes, académicos y curiosos, ansiosos por ser testigos de cómo se desvelaría la verdad.
La Fiscal Núñez, con el Detective Solís y Laura Guzmán como sus principales pilares, presentó un caso demoledor. La prueba de la llamada telefónica, el hallazgo de las fibras textiles en la escena del crimen que coincidían con un abrigo del Dr. Castro (encontrado posteriormente por la policía científica), y su propia confesión parcial, dejaron pocas dudas sobre su culpabilidad en el asesinato.
Sin embargo, la estrategia de la defensa de Castro, dirigida por un abogado mediático y astuto, se centró en humanizar al acusado, presentándolo como una víctima trágica de un sistema corrupto. Argumentaron que Castro, un hombre marcado por la injusticia sufrida en su juventud, fue empujado a un acto de desesperación al ver que la Dra. Rojas, en su celo por la verdad, iba a exponer su dolor más profundo y humillarlo públicamente. La defensa llamó a testigos que recordaban la brillantez de Castro como estudiante y la amarga decepción que sufrió al perder la beca.
Fue en ese punto donde la labor de la Dra. Elena Rojas, completada por Solís y Guzmán, se volvió crucial. La Fiscalía, en un movimiento estratégico, no solo acusó a Castro de homicidio, sino que expuso la trama completa del fraude de la Beca Athelburg. Los documentos irrefutables de Elena, junto con el testimonio de Ricardo Fuentes, desvelaron cómo el Decano Vargas, el Rector Thompson y el propio Fuentes habían orquestado un sistema de desvío de fondos y manipulación de candidaturas durante décadas. Las transacciones al "Grupo Financiero Atlantis", las cuentas offshore y las "donaciones anónimas" que retornaban a la universidad para proyectos "discretos" fueron presentados como prueba de una corrupción institucional arraigada.
El testimonio de Gerardo Vera, aunque reacio y con su abogado intentando limitar cada palabra, fue la estocada final. Explicó fríamente cómo se diseñó la operación, cómo se descalificó a estudiantes meritorios y cómo el dinero, destinado a la excelencia académica, fue utilizado para alimentar la ambición personal de unos pocos y la fachada de prestigio de la propia Athelburg.
El impacto en el tribunal fue palpable. La audiencia quedó conmocionada al escuchar el alcance del engaño. La figura de Adrián Castro, el asesino, comenzó a verse bajo una luz más compleja. Ya no era solo un criminal, sino el trágico producto de una injusticia que se había ocultado durante demasiado tiempo.
El Rector Patricio Herrera de la Universidad de Athelburg, convocado a declarar, se vio obligado a admitir la dolorosa verdad. Con la voz quebrada, pidió disculpas públicas en nombre de la institución por los errores del pasado y por no haber detectado la corrupción antes. Prometió una auditoría externa independiente, la creación de un fondo de reparación para las víctimas del fraude y una reestructuración completa de los procesos de la beca y la administración de fondos. La sombra de Athelburg, finalmente, se desvanecía ante la luz de la verdad.
Después de semanas de testimonios, pruebas y argumentos, el veredicto llegó. El Dr. Adrián Castro fue declarado culpable de homicidio. La sentencia fue severa, pero el juez reconoció las circunstancias atenuantes del trauma que había sufrido en su juventud. Castro aceptó el veredicto con una extraña quietud, como si el final del proceso, sin importar el resultado, le hubiera traído una especie de paz distorsionada.
El caso de la Dra. Elena Rojas se cerró. Su asesinato, un acto desesperado de un hombre que se negaba a confrontar su pasado, había provocado, irónicamente, la revelación de una verdad mucho más grande y necesaria. La Universidad de Athelburg se enfrentaba a un largo y doloroso camino de recuperación, pero gracias a la tenacidad de una historiadora y de un detective que buscó la verdad en cada sombra, su legado manchado empezaba a ser limpiado. El misterio se había resuelto, pero las lecciones de la sombra de Athelburg perdurarían.
FIN