La figura de Julián Vargas, el joven estudiante de arquitectura cuyo esqueleto había emergido de los cimientos, se perfilaba cada vez más como la clave de este antiguo crimen. Su ausencia en los registros oficiales era casi tan elocuente como su presencia en el muro. Solís y Guzmán, con la ayuda incansable del Dr. Soto, se embarcaron en una búsqueda más profunda de su existencia.
"Vargas era un becado, de origen modesto, pero un prodigio," explicó el Dr. Soto, mientras revisaban viejos listados de matriculados y resultados de exámenes de la época. "Su ingreso a Athelburg fue una hazaña. Un talento puro que contrastaba con el estatus heredado de muchos de sus compañeros."
La pista más prometedora provino de los archivos de la Sociedad de Estudiantes de Arquitectura de Athelburg, una organización informal de la época que organizaba concursos de diseño y debates. Entre sus polvorientos actas y bocetos, encontraron varias menciones a Julián Vargas y su brillantez. Y, de forma recurrente, el nombre de Carlos Aldunate aparecía junto al suyo, a menudo en el contexto de competencias o discusiones acaloradas.
"Aquí está," dijo Laura, señalando una entrada en un acta de 1902, apenas un año antes de la desaparición de Vargas. "Debate sobre el 'diseño ideal de un ala de biblioteca universitaria'. Vargas presentó una propuesta audaz, Aldunate otra más tradicional. El jurado no pudo decidir, y el debate fue 'particularmente enérgico' entre los dos estudiantes."
Solís sintió la tensión de la vieja rivalidad a través de las palabras. "Una disputa académica que pudo ir más allá. Especialmente si la beca del Fundador estaba en juego."
El Dr. Soto confirmó que la prestigiosa "Beca del Fundador" en Arquitectura era el premio más codiciado de la universidad. Aseguraba no solo la matrícula, sino también una posición prometedora al graduarse y el favor de las familias fundadoras. Julián Vargas, a pesar de su origen, era un fuerte contendiente. Carlos Aldunate, como miembro de una de las familias más influyentes, sentía que la beca le pertenecía por derecho.
"Se decía que Aldunate sentía una gran presión por superar a Vargas, no solo académicamente, sino en todo," añadió Soto, pensativo. "La reputación de su familia dependía de ello. Y hay un rumor... sobre un concurso de diseño para un edificio externo a la universidad, donde Vargas presentó un diseño innovador que 'misteriosamente' se perdió, y luego un diseño similar apareció bajo el nombre de Aldunate, que le valió una gran aclamación."
Solís y Guzmán se intercambiaron una mirada. Un plagio, o algo peor. Esto añadía una capa de resentimiento y posible extorsión a la rivalidad. La pista los llevó a buscar viejos diarios personales o correspondencia que pudieran haber sido guardados por exalumnos o profesores de esa época. Una tarea monumental.
La suerte les sonrió en la biblioteca, pero no en los archivos oficiales. Una bibliotecaria les sugirió revisar una donación reciente de la colección personal de un antiguo profesor de literatura, un hombre que, según se decía, tenía un interés inusual en los "chismorreos" universitarios. Entre sus papeles, encontraron un pequeño diario de tapa de cuero gastada, sin nombre en la portada, pero con una letra pulcra y menuda. Las primeras entradas databan de 1901.
Al hojearlo, Laura detuvo su dedo en una página, sus ojos fijos en la tinta descolorida. Una entrada fechada a mediados de 1903, apenas unos meses antes de la desaparición de Julián Vargas, describía una escena en la facultad de arquitectura:
"Hoy presencié una discusión acalorada entre 'el joven prodigio' [J.V.] y 'el heredero' [C.A.]. La tensión era palpable. El prodigio insinuó que conocía 'verdades incómodas' sobre los 'cimientos' de la reputación del heredero y de su ilustre familia. Una amenaza velada, sin duda. El heredero palideció, pero su orgullo no le permitió ceder. Temo por el futuro del joven, su genio es un faro, pero también una antorcha en manos de un alma indomable."
Solís leyó la entrada una y otra vez. Las iniciales, la fecha, la descripción. Tenían su primera "voz" directa desde el pasado. El "joven prodigio" era claramente Julián Vargas. El "heredero", Carlos Aldunate. Y las "verdades incómodas" sobre los "cimientos" de la reputación sonaban a un secreto que valía la pena matar para mantenerlo oculto. El eco del crimen, finalmente, comenzaba a resonar.
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lasombradeathelburg, detective javier solís, el laberinto de los fundadores
Editado: 12.09.2025