Con las piezas del puzle histórico encajando, la Dra. Elisa Márquez tenía la tarea crucial de desentrañar el detalle final del asesinato de Julián Vargas: el arma homicida. En su laboratorio, la radiografía tridimensional del cráneo de Vargas revelaba un nivel de detalle que habría sido impensable un siglo atrás.
"La fractura es consistente con un objeto relativamente pesado, con una superficie de impacto plana pero con un borde definido, no necesariamente afilado," explicó Márquez a Solís y Guzmán, señalando la imagen holográfica del cráneo. "El golpe fue dado con una fuerza considerable, sugiriendo un momento de ira o pánico extremo. Por la forma de la lesión, descarto una simple piedra o un puño."
Guzmán, con la mente puesta en la época y la profesión de Vargas y Aldunate, sugirió: "¿Podría ser una herramienta de arquitectura o construcción? Algo que tendrían a mano en una obra o en un estudio."
Márquez asintió. "Es una excelente hipótesis. Un martillo de albañil, quizás. O, dada la profesión de la víctima y el presunto atacante, una escuadra metálica de gran tamaño, un mazo de tallado, o incluso una plomada pesada. Objetos de trabajo que, en un momento de furia, se convierten en armas letales."
Solís se hizo cargo de la investigación de las herramientas. Con el Dr. Soto, revisaron antiguos catálogos de ferreterías de la época, libros de texto de arquitectura del siglo XX y fotografías de obreros de la construcción de Athelburg. Buscaron cualquier objeto que coincidiera con la descripción de Márquez y que pudiera haber estado presente en el sitio de la construcción de la biblioteca.
Mientras tanto, Laura se sumergió en los detalles de la Beca del Fundador en Arquitectura de principios del siglo XX. Descubrió que no era solo una ayuda económica; era un trampolín directo a la élite arquitectónica del país, con la garantía de proyectos importantes y la tutela de los maestros de la época. Para Julián Vargas, representaba la oportunidad de trascender su origen humilde. Para Carlos Aldunate, era un derecho de nacimiento y la confirmación de su superioridad.
"La beca era el símbolo de todo lo que Carlos creía que le pertenecía por linaje," dijo Laura a Solís, después de revisar cartas de recomendación y evaluaciones académicas de la época. "Y Vargas, a pesar de su beca anterior, era el único que realmente amenazaba con superarlo. No solo en talento, sino en integridad. Si Vargas iba a exponer el fraude en la construcción de la biblioteca, su victoria en la beca se sentiría como una doble humillación para Aldunate."
La presión sobre Carlos Aldunate no era solo por su orgullo personal o el dinero desviado; era la supervivencia de la reputación de su poderosa familia, ligada intrínsecamente a la honorabilidad de la recién nacida Universidad de Athelburg. Un escándalo de fraude en los cimientos, orquestado por uno de sus fundadores (el padre de Carlos) y descubierto por un becado, habría sido devastador.
Al final del día, Solís regresó al laboratorio forense. La Dra. Márquez había encontrado un pequeño fragmento metálico incrustado en la fractura del cráneo de Vargas, casi invisible a simple vista.
"Es una aleación de hierro y carbono, consistente con herramientas de la época," anunció Márquez, mostrándole una microfotografía. "Y la forma del fragmento sugiere que provino de un objeto con una esquina o un borde angulado. Mi mejor estimación: el golpe mortal fue asestado con una escuadra de dibujo de gran formato o un nivel metálico de albañil, de los que tenían bordes rectos y pesados. Una herramienta común en una obra o en un aula de arquitectura."
Solís sintió una punzada de confirmación. La ira, el miedo a la exposición, la herramienta a mano. Carlos Aldunate, el arquitecto frustrado y celoso, había convertido un instrumento de su propia profesión en el arma que selló el secreto en los cimientos de Athelburg.
#991 en Thriller
#461 en Misterio
#555 en Detective
#100 en Novela policíaca
lasombradeathelburg, detective javier solís, el laberinto de los fundadores
Editado: 10.10.2025