El despacho de Ricardo Aldunate, el bisnieto de Carlos, se sentía más opresivo que nunca bajo la mirada de Javier Solís. El aire, denso con el aroma a cuero y madera pulida, no podía ocultar la tensión que se cernía sobre el empresario. Solís había solicitado esta reunión con una discreción que, paradójicamente, solo aumentaba la carga de lo que estaba a punto de revelar. Laura Guzmán estaba a su lado, con la tablet abierta, lista para presentar las pruebas.
"Don Ricardo," comenzó Solís, su voz tranquila pero firme, "hemos completado nuestra investigación sobre los restos encontrados en Athelburg. Lo que le voy a decir no es fácil, pero es la verdad que su familia, y la universidad, han ocultado por más de un siglo."
Don Ricardo asintió lentamente, su rostro una máscara de contención, pero sus ojos delataban una creciente ansiedad. "Adelante, Detective. Supongo que tiene pruebas irrefutables para una acusación tan... grave."
Solís procedió a desgranar la historia. Presentó la reconstrucción facial de Julián Vargas, las entradas del diario anónimo que detallaban la feroz rivalidad con Carlos Aldunate, los registros contables auxiliares que probaban el fraude en la construcción de la biblioteca, y finalmente, el análisis forense de la herida mortal, compatible con una escuadra metálica de arquitecto. Mencionó los cambios inexplicables en los planos de construcción y los "pagos por confidencialidad" a los obreros de la época.
"Julián Vargas descubrió el fraude en la construcción del ala de la biblioteca, fraude orquestado por su bisabuelo, Don Fernando Aldunate, y gestionado por su padre, Carlos," explicó Solís. "Vargas, siendo un estudiante de principios, amenazó con exponerlo. La noche del 15 de noviembre de 1903, Carlos Aldunate, impulsado por la presión de su padre, el miedo a la ruina social y la envidia por el talento de Julián, lo confrontó en la obra. En un momento de furia, lo golpeó con una herramienta de su propia profesión."
Laura deslizó la microfotografía del fragmento metálico encontrado en el cráneo de Vargas. "Una escuadra de dibujo de gran formato, o un nivel metálico. Un solo golpe fue suficiente."
Don Ricardo escuchaba con la mirada fija en un punto distante, su rostro perdiendo color a medida que la verdad, cruda y brutal, se desvelaba. La historia familiar que siempre había sido una "nube oscura" o un "error de juventud" tomaba una forma horripilante. Cuando Solís describió cómo el cuerpo de Julián fue ocultado en el muro y cómo Don Fernando Aldunate había orquestado un elaborado encubrimiento, utilizando su influencia y sus conexiones en la naciente universidad, Don Ricardo finalmente se quebró.
"Es... es una pesadilla," musitó, su voz apenas un susurro. "Mi abuelo... mi bisabuelo... todo este tiempo. Pensé que era algo menor. Una disputa de tierras, quizás." Se levantó y caminó hacia el ventanal, contemplando la ciudad que su familia había ayudado a construir, y en la que habían cimentado su fortuna y su prestigio sobre un asesinato. "El secreto familiar. Nos fue transmitido como una carga, pero nunca con su verdadero peso. Siempre fue un 'silencio necesario' para la reputación."
"No es un silencio necesario, Don Ricardo," dijo Solís. "Es una injusticia que ha perdurado por generaciones. Julián Vargas merecía justicia. Athelburg merecía la verdad en sus cimientos."
Don Ricardo se volteó, sus ojos vidriosos. "Haré lo que sea necesario. Por Julián Vargas, y por el honor que, claramente, mi familia perdió hace un siglo." La confesión, aunque no de un crimen propio, era una aceptación tácita del sombrío legado que los Aldunate habían heredado.
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lasombradeathelburg, detective javier solís, el laberinto de los fundadores
Editado: 10.10.2025