La oficina de Solís en la PDI se había transformado en el centro de operaciones del caso Athelburg una vez más. Apenas unas horas después de la confirmación del ataque a la Dra. Valdés, los informes iniciales de la escena del crimen y la clínica ya estaban sobre su escritorio. Laura Guzmán organizaba las fotografías y los primeros análisis forenses.
"El golpe fue contundente, Detective," informó Guzmán, mostrando imágenes del despacho de Valdés. "Aparentemente con el alfil. La forma de la herida en la cabeza de la doctora Valdés coincide con la base de la pieza de ajedrez."
"¿Y la sangre en el alfil?" preguntó Solís, observando la pequeña figura de mármol ensangrentada, ahora en una bolsa de evidencia.
"Se está procesando para análisis de ADN. Pero la cantidad indica que el agresor sufrió un corte o una herida abierta al impactar la pieza, o al manipularla después. Fue un error por su parte, un rastro que dejó." Laura deslizó el informe preliminar de ADN. "La muestra es masculina."
Solís asintió. "Un hombre. Y dejó un mensaje personal, una firma. Un alfil. ¿Qué significa eso para usted, Laura?"
Laura hizo una pausa, sus ojos pensativos. "El alfil en ajedrez se mueve en diagonal, no en línea recta. Y no puede saltar otras piezas. Podría simbolizar una forma de operar indirecta, o alguien que se siente 'bloqueado' en su avance. También es una pieza que ataca a la distancia, pero que puede ser sacrificada."
"O que se mueve con astucia," añadió Solís. "No es el rey, no es la reina. Es alguien que ataca desde ángulos inesperados."
Mientras tanto, la situación en Athelburg era un polvorín. La noticia del brutal ataque a la Dra. Valdés se había filtrado a la prensa, y la universidad estaba sumida en el caos. Los estudiantes organizaban pequeñas protestas pidiendo más seguridad y "verdad", mientras los medios de comunicación acampaban en las entradas del campus. El Rector Herrera, ahora bajo una presión inmensa, había convocado a una reunión de emergencia con todos los decanos y los jefes de departamento.
Solís sabía que el Rector intentaría controlar el daño a la imagen de Athelburg, pero esta vez la violencia era innegable. La sombra ya no era solo de fraude; era de sangre.
Se dirigió al campus. El aire se sentía más denso, cargado de miedo y desconfianza. En el despacho del Rector, la atmósfera era sombría. Herrera, flanqueado por su jefe de seguridad y el decano de la facultad de Derecho, tenía el rostro demacrado.
"Detective Solís," dijo Herrera con voz tensa. "Hemos intensificado la seguridad, pero los estudiantes están aterrorizados. Y la prensa... Esto es un golpe devastador."
"Rector, necesitamos ser transparentes," respondió Solís con firmeza. "Esto no es un simple accidente o vandalismo. Es un ataque deliberado, probablemente relacionado con las reformas que su administración está impulsando. El agresor dejó su ADN y una posible firma. Necesitaremos acceso total a los registros de personal, de estudiantes, al historial de seguridad de la universidad, a todo."
Herrera asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. "Tendrá todo lo que necesite, Detective. Solo... por favor, encuentre a este monstruo antes de que Athelburg se desmorone por completo."
Solís miró a su alrededor. Las caras en la sala reflejaban miedo y frustración. La sombra, que había creído limitada a los secretos financieros, había mutado. Se había convertido en un depredador acechando en los pasillos de una de las instituciones más prestigiosas del país, y Solís sabía que esta caza sería mucho más personal y peligrosa que la anterior. El Vigilante estaba observando, y el juego apenas comenzaba.
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Editado: 28.07.2025