Capítulo 6: Viejas Cicatrices, Nuevas Guerras

La identidad del ex-empleado de la Universidad de Athelburg que coincidía con la muestra de ADN era un nombre que Solís y Guzmán ya conocían de los archivos del primer caso, aunque de forma tangencial: Marco Valenzuela. Valenzuela había sido el jefe de la unidad de soporte técnico y redes en Athelburg durante casi dos décadas, un hombre discreto pero fundamental para el funcionamiento digital de la universidad. Fue desvinculado de su cargo de forma silenciosa, apenas unos meses después de que estallara el escándalo de la Beca Fundacional.

"Valenzuela fue uno de los 'ajustes' que el Rector Herrera hizo para mostrar transparencia," explicó Laura, revisando su expediente. "Lo despidieron por 'reestructuración', pero los rumores eran que no estaba dispuesto a colaborar plenamente con las auditorías externas, o que su unidad no había sido lo suficientemente 'vigilante' con las viejas prácticas."

Solís frunció el ceño. "Un hombre con acceso total a los sistemas, con conocimiento de las redes internas y de los puntos débiles. Y un motivo claro: resentimiento por su despido, quizás sintiéndose injustamente sacrificado."

Se confirmó que Valenzuela había sido una figura poderosa en la sombra de Athelburg, controlando los flujos de información y la seguridad digital. Su despido, aunque justificado para la universidad como parte de la "limpieza", lo había dejado sin empleo y con una reputación empañada. Para él, las reformas de Herrera no eran un paso hacia la transparencia, sino una purga injusta.

La investigación de Solís se centró en rastrear los movimientos de Valenzuela desde su despido. Se descubrió que había mantenido una actividad digital inusualmente alta, frecuentando foros de ciberseguridad y grupos de activismo anónimo. También había expresado públicamente su frustración en redes sociales sobre la "hipocresía" de la "nueva Athelburg" que, según él, solo había sacrificado a los chivos expiatorios mientras los verdaderos culpables seguían protegidos.

Mientras Solís se preparaba para la confrontación con Valenzuela, el Rector Herrera convocó a una nueva reunión de emergencia con el equipo de Solís. El rostro de Herrera estaba surcado por la preocupación, pero también por una creciente frustración.

"Los incidentes no cesan, Detective," dijo Herrera, con la voz tensa. "Anoche, el sistema de proyección del auditorio principal, justo antes de una charla magna sobre ética, se activó solo y mostró imágenes de documentos censurados del fraude de la beca. Fue bochornoso. Los estudiantes están furiosos, y la prensa nos crucifica."

"Tenemos una pista sólida, Rector," respondió Solís. "Creemos que el Vigilante es Marco Valenzuela, su ex-jefe de TI."

El Rector Herrera se quedó en silencio, sus ojos dilatados por la sorpresa. "Valenzuela... no puede ser. Era un hombre leal, discreto. No me sorprende que estuviera resentido, pero ¿llegar a esto? ¿A un intento de asesinato?"

"El resentimiento, Rector, puede mutar en muchas cosas, especialmente cuando se mezcla con un sentido de traición y una profunda comprensión de cómo funcionan los sistemas," replicó Solís, con la mirada fija en Herrera. "Valenzuela tiene el motivo, el conocimiento y el acceso. Los sabotajes son su firma digital, y el ataque a la Dra. Valdés es su escalada personal."

Laura Guzmán interrumpió, mostrando una fotografía del perfil de Valenzuela en un foro de ciberseguridad. En su última publicación, fechada el día del ataque a la Dra. Valdés, se leía: "Cuando la verdad no puede caminar, hay que obligarla a correr. Y a veces, para correr, hay que cortar los lazos que te atan."

Solís sintió un escalofrío. La frase, la referencia al alfil que se mueve en diagonal pero es una pieza limitada, todo encajaba. El Vigilante no solo atacaba las reformas; atacaba a quienes las impulsaban, cortando los lazos de la "nueva Athelburg". La caza había comenzado.