La Sombra de Athelburg: El Vigilante

Capítulo 7: La Red del Resentimiento

Con la confirmación de la identidad de Marco Valenzuela, la operación para su captura se puso en marcha de inmediato. La PDI sabía que no se enfrentaban a un criminal común. Valenzuela era un técnico brillante, metódico y con un profundo conocimiento de cómo operar en las sombras digitales y físicas de Athelburg.

"Necesitamos ser cuidadosos," advirtió Solís a su equipo. "Valenzuela sabe cómo cubrir sus rastros. Es posible que haya anticipado que lo buscaríamos."

La investigación reveló que Valenzuela, tras su despido, había caído en una espiral de resentimiento y obsesión. No solo utilizaba los foros de ciberseguridad para expresar su ira, sino que había creado una pequeña red de cuentas anónimas y perfiles falsos, desde donde lanzaba sus ataques digitales. Su motivación, según los pocos contactos que aún mantenía, era la de "limpiar" la universidad de lo que él veía como una nueva hipocresía: sacrificar a los "peones" como él, mientras la institución se lavaba la cara sin una verdadera rendición de cuentas de todos los involucrados.

Mientras la policía rastreaba las últimas ubicaciones conocidas de Valenzuela y monitoreaba sus actividades en línea, la noticia de que un ex-empleado era el atacante impactó aún más a la Universidad de Athelburg. La paranoia se volvió generalizada. Los estudiantes se organizaron para formar "patrullas de seguridad" improvisadas, y la asistencia a clases disminuyó. El personal se miraba con desconfianza. ¿Quién más podría sentir este tipo de resentimiento?

El Rector Herrera, aunque aliviado de tener una identidad, estaba en una situación precaria. La imagen de Athelburg se desplomaba. La prensa nacional clamaba por respuestas, exigiendo saber cómo un "insider" había logrado sembrar el terror durante meses.

"Rector," dijo Solís en una tensa llamada. "Necesitamos su cooperación plena. Cierre el campus si es necesario. Valenzuela es peligroso y está acorralado. Podría intentar un último acto desesperado."

Herrera accedió, y la universidad emitió un comunicado urgente suspendiendo todas las actividades no esenciales y pidiendo a estudiantes y personal que permanecieran en sus residencias. Athelburg, por primera vez en su historia, parecía una fortaleza bajo asedio.

Laura Guzmán, revisando el historial de Valenzuela, encontró una particularidad. "Detective, Valenzuela era un apasionado del ajedrez. Solía participar en torneos universitarios internos. Y su pieza favorita... el alfil."

Solís asintió, la pieza de ajedrez cobraba un nuevo significado. "El alfil que ataca en diagonal. Una mente retorcida, pero con un patrón. Necesitamos pensar como él."

Las cámaras de seguridad del campus, a pesar de los sabotajes intermitentes de Valenzuela, captaron una silueta familiar en una de las entradas de servicio, durante la madrugada. Era él. Se le veía llevando una mochila grande. Se dirigía hacia el corazón del campus, hacia los edificios más antiguos.

"Está de vuelta en Athelburg," dijo Solís, la urgencia en su voz. "No va a escapar. Va a intentar un último golpe, su 'jugada final'. Quiere desmantelar la Athelburg que lo expulsó."

El equipo se movilizó. La caza había llegado a su punto álgido. El Vigilante estaba en el campus, y la confrontación final era inminente.




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