La Sombra de Athelburg: El Vigilante

Capítulo 8: La Escalada

La orden de cierre del campus había sumido a Athelburg en un silencio sepulcral, una calma tensa que era más inquietante que el ajetreo habitual. Pero ese silencio era una fachada. El Vigilante, Marco Valenzuela, estaba dentro, y la PDI lo sabía.

Solís y Guzmán, junto a un equipo táctico de la PDI, se desplegaron por el vasto complejo universitario. Las cámaras de seguridad, que Valenzuela había manipulado a su antojo, ahora eran su propio enemigo, ya que los técnicos forenses de la policía lograban acceder a las grabaciones minuto a minuto, rastreando los movimientos de Valenzuela dentro del campus.

"Se está moviendo hacia el antiguo edificio de la Rectoría, Detective," informó Laura, señalando un punto en el mapa digital que se proyectaba en la furgoneta de mando. "Parece que quiere llegar al salón de actos principal."

El salón de actos era el corazón simbólico de Athelburg, el lugar donde se celebraban las ceremonias de graduación, los discursos importantes y las asambleas. Un ataque allí sería devastador para la moral de la universidad.

De repente, las alarmas de incendio comenzaron a sonar en cascada por todo el campus, ensordeciendo el silencio previo. No era un incendio real, sino un sabotaje masivo al sistema de seguridad. Simultáneamente, las pantallas gigantes exteriores del campus, normalmente utilizadas para anuncios universitarios, cobraron vida. En ellas no aparecían mensajes institucionales, sino una sucesión de documentos y cifras censurados del fraude de la Beca Fundacional, entremezclados con fotografías de exfuncionarios y, para el horror de todos, imágenes de los rostros de los miembros actuales de la Comisión de Ética y de la administración del Rector Herrera, con cruces rojas superpuestas.

La voz distorsionada de Valenzuela resonó a través de los altavoces exteriores del campus, un mensaje grabado que se activó con su sabotaje: "¡Athelburg miente! ¡Sus reformas son una farsa! ¡Han purgado a los peones mientras los verdaderos arquitectos de la sombra siguen impunes! ¡La verdad no se negocia! ¡Despierten!"

El caos se desató. Los pocos estudiantes y empleados que aún permanecían en las residencias o en sus puestos de trabajo salieron a las ventanas, algunos gritando, otros grabando con sus teléfonos. El mensaje de Valenzuela era una mezcla de resentimiento personal y una distorsionada cruzada por la "verdad" que él creía que la universidad seguía ocultando.

"Quiere exponerlos a todos, Detective," dijo Guzmán, con los ojos fijos en las pantallas. "Es su último intento de destruir su reputación."

Solís no perdió un segundo. "Equipo, concéntrense en el salón de actos de la Rectoría. ¡Ahora!"

Sabía que Valenzuela no buscaba solo sabotear; quería hacer una declaración final, y el salón de actos era el escenario perfecto para su acto de venganza. La confrontación era inminente, y el Vigilante no iba a rendirse sin luchar. La sombra de Athelburg, por fin, iba a enfrentarse a su más reciente y audaz enemigo.




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