La detención de Marco Valenzuela fue recibida con una mezcla de alivio y una profunda vergüenza en la Universidad de Athelburg. El Rector Patricio Herrera, con el rostro exhausto pero una nueva determinación en sus ojos, convocó a una conferencia de prensa al día siguiente. No hubo rodeos. Confesó que la universidad había subestimado el nivel de resentimiento post-escándalo y que los ataques de Valenzuela eran una dolorosa prueba de que la verdadera sanación iba más allá de las reformas superficiales.
"Hemos fallado al no reconocer la profundidad de la herida," declaró Herrera ante los flashes de las cámaras. "Creímos que la transparencia bastaría, pero la desconfianza y la ira han estado gestándose en las sombras. Athelburg se disculpa con su comunidad y con el país por esta nueva crisis."
El plan de acción que anunció fue audaz. No solo se reforzaría la seguridad y la ciberseguridad con expertos externos, sino que se crearía un comité de reconciliación y diálogo, integrado por estudiantes, profesores, exalumnos y la nueva administración. Su objetivo: abordar los resentimientos, escuchar las quejas y construir puentes entre las facciones. Herrera también prometió una auditoría interna a fondo de todas las desvinculaciones de personal realizadas en el último año, incluyendo la de Valenzuela, para asegurar que no se hubieran cometido injusticias disfrazadas de "reestructuración".
El juicio de Marco Valenzuela fue rápido. Las pruebas eran irrefutables: el ADN, el dispositivo, los registros de sabotaje y el testimonio de la Dra. Sofía Valdés, quien, aunque con un largo proceso de recuperación por delante, pudo declarar sobre la brutalidad del ataque. Valenzuela fue declarado culpable de intento de homicidio y sabotaje informático, y recibió una sentencia acorde a la gravedad de sus crímenes. No mostró arrepentimiento, manteniéndose firme en su creencia de que era un mártir de la "verdad oculta" de Athelburg.
Para el Detective Javier Solís y Laura Guzmán, el caso de "El Vigilante" fue diferente al anterior. No se trataba de desenterrar un secreto del pasado, sino de atrapar una amenaza presente, nacida de las mismas heridas que ellos habían expuesto.
Una semana después de la sentencia de Valenzuela, Solís visitó a la Dra. Valdés en el hospital. Estaba más recuperada, aunque su cabeza seguía vendada.
"Gracias, Detective," dijo ella, con una voz aún débil. "Si no hubieran actuado tan rápido..."
"Solo hicimos nuestro trabajo, Dra. Valdés. Pero Athelburg no ha terminado su trabajo," respondió Solís. "La sombra cambia de forma. A veces es corrupción, otras veces es resentimiento."
"Y a veces," añadió Valdés, con una mirada pensativa, "la sombra es la propia institución intentando esconder quién es realmente. Espero que ahora, al fin, la universidad aprenda a vivir en la luz. Que las cicatrices, como dijo, sirvan de recordatorio."
Solís asintió. La Universidad de Athelburg, esa institución grandiosa y compleja, seguiría siendo un punto de interés para él. No solo por los crímenes que había investigado en sus muros, sino por la eterna lucha entre su fachada de excelencia y las oscuridades que seguía albergando.
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Editado: 28.07.2025