Epílogo

Un año después.

La Universidad de Athelburg, aunque marcada por las cicatrices, respiraba un aire diferente. El Rector Patricio Herrera había cumplido sus promesas. La Comisión de Reconciliación había logrado avances significativos, reuniendo a estudiantes y profesores para discutir abiertamente el dolor y la desconfianza. El fondo de reparación para las víctimas del fraude de la beca estaba en pleno funcionamiento, y un par de profesores y administrativos, cuyos nombres habían surgido en la auditoría de desvinculaciones, fueron discretamente apartados o reasignados a puestos sin poder. La universidad estaba intentando, de verdad, sanar.

El despacho de la Dra. Sofía Valdés, reconstruido y con sistemas de seguridad de última generación, era un símbolo de esta nueva Athelburg. Valdés, recuperada de sus heridas, había regresado a su puesto, con la misma firmeza, pero con una nueva cautela. Había aprendido que la verdad, si bien esencial, podía ser un arma de doble filo.

Para el Detective Javier Solís, Athelburg se había convertido en un punto recurrente en su carrera. Ya no era solo un lugar de crímenes; era un microcosmos de las luchas de poder, la ambición y la resistencia al cambio que veía en toda la sociedad. Su relación con Laura Guzmán se había fortalecido; ella era ahora su mano derecha indispensable, con un instinto que rivalizaba con el suyo.

Una tarde, mientras revisaba expedientes en su oficina, sonó su teléfono. Era el Rector Herrera.

"Detective Solís," dijo Herrera, su voz contenida. "Disculpe que lo moleste de nuevo, pero... ha surgido algo. Algo que nos tiene muy preocupados."

Solís cerró el expediente en su mano, una sonrisa amarga y resignada asomando en sus labios. Athelburg, pensó, era un pozo sin fondo de secretos. La sombra podía cambiar de forma, de nombre, de siglo, pero siempre regresaba. Y él, Javier Solís, siempre estaría ahí para enfrentarla.