Ethan y Anya se encontraron en una encrucijada peligrosa. Tras la advertencia del Sr. Harper sobre el diario, supieron que continuar con su investigación los pondría en riesgo, pero detenerse significaba aceptar que nunca descubrirían la verdad detrás de las desapariciones y los oscuros secretos de la academia. Ethan había pasado la noche en vela, mirando el techo del dormitorio, pensando en las palabras de Harper y la promesa que le había hecho a Anya. No podía permitir que nada la lastimara, y aún así, sabía que si retrocedían ahora, todo lo que habían sufrido habría sido en vano.
A la mañana siguiente, Ethan y Anya se encontraron en el pequeño jardín detrás del ala este, el mismo lugar al que habían escapado la noche anterior. El sol apenas empezaba a iluminar el cielo, y el frío del amanecer les hacía estremecer. Anya lo miró con los ojos cansados, como si hubiera envejecido años en una sola noche. Sus manos temblaban mientras jugueteaba con el colgante que llevaba al cuello, un amuleto que le había dado su abuela antes de que comenzara todo este caos.
—Ethan, necesitamos hablar —dijo Anya, rompiendo el silencio. Su voz era suave, pero había una determinación en sus palabras que hizo que el corazón de Ethan se encogiera.
—Lo sé —respondió él, acercándose para tomar sus manos entre las suyas—. Pero si es para decirme que me aleje, no quiero escucharlo.
—Por favor, déjame terminar —replicó ella, apartando la mirada por un momento antes de volver a mirarlo a los ojos—. No puedo dejar de pensar en lo que dijo el Sr. Harper. Estamos en peligro, Ethan, y no quiero arrastrarte conmigo. Si algo te pasara... —su voz se quebró, y respiró profundamente para calmarse—. Si te pasara algo, nunca me lo perdonaría.
Ethan negó con la cabeza, su expresión era firme pero tierna. —Anya, te lo dije anoche y lo repito ahora: no voy a dejarte. No importa cuán oscuro se vuelva esto, no voy a dejarte sola. No vine aquí solo por curiosidad, vine porque te amo. Y si eso significa que ambos terminemos... —su voz vaciló un momento, pero luego se fortaleció—. Entonces prefiero enfrentar cualquier cosa a tu lado, que vivir sabiendo que te dejé sola en esto.
Anya sintió cómo las lágrimas empezaban a acumularse en sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. Era increíble cuánto lo amaba, y cuánto temía perderlo. —Ethan, tú eres la cosa más importante en mi vida. Pero tenemos que ser inteligentes. Si seguimos adelante con esto, no hay vuelta atrás. Necesitamos estar preparados para lo peor.
—Entonces nos prepararemos —dijo Ethan, acariciando suavemente su mejilla—. Pero no me pidas que te deje, porque no voy a hacerlo.
Pasaron los siguientes días en tensión constante, investigando el diario y buscando pistas adicionales. Parecía que todo apuntaba a una sociedad secreta que operaba desde los inicios de la academia, manteniendo sus oscuros rituales y sacrificios ocultos bajo capas de mentiras. El Sr. Harper se mostró renuente a darles más detalles, como si temiera las represalias, pero acordó ayudarlos de todas maneras, proporcionándoles copias de antiguos mapas de la escuela que revelaban pasadizos y cámaras ocultas.
Todo parecía ir de acuerdo al plan hasta que Ethan recibió un mensaje de texto anónimo: "Nos vemos en el ala oeste. 10 p.m. Tengo información sobre Calloway. —J."
Ethan mostró el mensaje a Anya, y ambos supieron inmediatamente quién era el remitente: Jack, uno de los pocos amigos cercanos que habían hecho en la academia. Jack había sido uno de los primeros en advertirles sobre Calloway y sus actividades sospechosas, y había prometido ayudarles a encontrar pruebas. Pero cuando llegaron al punto de encuentro, no encontraron a Jack. En cambio, fueron rodeados por hombres vestidos de negro, con los rostros cubiertos, que los sujetaron con fuerza y les cubrieron las bocas antes de que pudieran gritar.
Despertaron horas más tarde en un lugar oscuro y húmedo, con el frío de la piedra antigua penetrando en sus huesos. Se encontraban en una cripta subterránea, rodeados de paredes cubiertas con inscripciones extrañas y símbolos que parecían antiguos. Sus manos estaban atadas, y al otro lado de la sala, Calloway los observaba con una sonrisa que helaba la sangre.
—Veo que encontraron el diario —dijo Calloway, acercándose con pasos lentos y calculados—. Lástima que no supieron cuándo detenerse. ¿Creían que podían jugar a los detectives y salir impunes? Qué ingenuos.
Ethan trató de liberarse de las cuerdas, pero eran demasiado fuertes. —¿Qué quieres de nosotros? —gruñó, mirando a Calloway con furia—. ¿Por qué no nos matas y acabas con esto de una vez?
Calloway soltó una risa suave y siniestra. —¿Matarles? Oh, no. Eso sería demasiado fácil. Necesito que sirvan de ejemplo para el resto. Los estudiantes deben saber que hay consecuencias para aquellos que se atreven a desafiar el orden establecido.
Anya lo miró con odio. —¡Esto no tiene nada que ver con el orden! ¡Es sobre control y poder! No puedes seguir haciendo esto, Calloway.
—Oh, pero puedo, y lo haré —respondió él, acercándose hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para susurrarle al oído—. Porque tengo algo que ustedes no tienen: lealtad. —Al decir esto, hizo una seña, y desde las sombras apareció Jack, con una expresión de remordimiento y miedo.
—¡Jack! ¿Qué has hecho? —gritó Ethan, incapaz de creer lo que veía—. ¿Nos traicionaste?
Jack no pudo sostenerle la mirada. —No tenía opción, Ethan. Ellos... ellos me encontraron y me amenazaron. Dijeron que si no los ayudaba, me harían desaparecer a mí también. Yo... lo siento.
—¡No! —gritó Anya, su voz llena de desesperación—. ¡Tú eras nuestro amigo! ¡Confiábamos en ti!
Calloway levantó una mano para silenciarla. —Oh, la traición es un arma muy poderosa, mi querida. Y Jack aquí lo entendió bien. A veces, para sobrevivir, uno debe hacer sacrificios... ¿No es así, Jack?
Ethan sintió una oleada de furia como nunca antes había sentido. Luchó contra las cuerdas, ignorando el dolor en sus muñecas. —¡Voy a matarte, Calloway! —gritó, con los ojos llenos de odio—. ¡No me importa lo que pase, voy a hacer que pagues por todo esto!