La Sombra de Eleanor Grey

Epílogo: La Doble Maldita

La casa de Ravenhill Manor se quedó en un silencio sepulcral tras la partida de Eleanor. La mansión, que alguna vez había sido un nido de sombras y secretos, comenzó a perder su oscuridad. La presencia sofocante que había plagado sus pasillos se desvaneció, como si una pesada nube finalmente se hubiese disipado. Los ecos de los pasos incesantes y susurros ahogados, que durante años acecharon a quienes entraban, cesaron. El aire, por primera vez en décadas, era liviano.

La maldición de la casa no se había roto de la forma en que Eleanor había imaginado, pero sí había encontrado su escape. La doble de Eleanor, el reflejo oscuro que había estado acechándola desde su llegada, no fue destruida en Ravenhill. En cambio, en el último y desesperado momento, la doble había conseguido lo que más deseaba: escapar con Eleanor, fusionándose con su ser. Con un gesto imperceptible y sin que Eleanor lo notara, la doble había dejado la casa… llevándose la maldición con ella.

Ahora, Eleanor y su reflejo estaban conectadas de una forma que iba más allá de lo físico. Mientras el mundo de los vivos pensaba que Ravenhill finalmente había sido liberada de su tormento, en algún lugar, muy lejos de las colinas que albergaban la mansión, Eleanor empezaba a percibir lo que había sucedido. No era solo un eco lo que la seguía en su vida diaria; era algo mucho más profundo, una sombra que había logrado adherirse a su alma.

Al principio, todo parecía normal. La paz de haber dejado atrás la mansión le dio a Eleanor un falso sentido de alivio. Los días transcurrían sin incidentes, y la pesadilla que había vivido parecía desvanecerse en los recovecos de su mente. Pero lentamente, pequeñas señales comenzaron a surgir. Cuando se miraba en el espejo, notaba sutiles diferencias: una sonrisa que duraba un segundo más de lo que debería, un parpadeo que no correspondía al suyo, o incluso la sensación de que el reflejo, en lugar de ser una réplica perfecta, estaba observándola a ella, como un ser independiente.

Eleanor trató de ignorarlo, atribuyéndolo al trauma reciente. Pero cuanto más intentaba vivir su vida, más constante se volvía esa inquietante sensación. El reflejo comenzó a aparecer en los momentos más inusuales. Podía estar mirando la televisión y, de repente, ver su propio rostro observándola desde el reflejo de la pantalla apagada, con una expresión que no era la suya. Al cerrar los ojos para dormir, sentía que algo la observaba desde los espejos del pasillo.

Pronto, los sueños llegaron. En ellos, se veía a sí misma de pie frente a un espejo, pero su reflejo no la imitaba. El reflejo comenzaba a hablar, en un susurro bajo y sibilante que solo Eleanor podía entender. Le contaba cosas sobre ella misma, secretos que ni siquiera ella conocía, como si el reflejo supiera más de su vida que ella misma. En esos sueños, su doble la llamaba por su nombre, pero el eco de la voz resonaba con una distorsión maligna.

A medida que los días pasaban, el reflejo dejó de ser solo una imagen en los espejos. Comenzó a manifestarse en su vida diaria. Eleanor lo veía de reojo en los reflejos de las ventanas y superficies brillantes. La sombra que había escapado de Ravenhill no se había desvanecido con la distancia; la había seguido, y con cada día que pasaba, la conexión entre ambas se hacía más fuerte. Su reflejo se volvía más tangible, más independiente, como si buscara suplantarla.

Finalmente, un día, mientras Eleanor se encontraba en su hogar, sola en el baño frente al espejo, lo comprendió: la maldición no había sido erradicada. Solo había cambiado de lugar. El reflejo estaba allí, más claro que nunca, mirándola directamente a los ojos. Y esta vez, no estaba imitando sus movimientos. No era un simple reflejo. El rostro del espejo sonrió de una manera que ella jamás había sonreído.

"Ahora, somos una", susurró la voz desde el otro lado, mientras la habitación parecía cerrarse sobre ella.

La verdad cayó sobre Eleanor como una piedra. Había llevado consigo la maldición. La doble no la había abandonado, y lo que antes había sido un vínculo tenue ahora era una conexión indisoluble. Eleanor se dio cuenta de que el ciclo no había terminado. Solo había comenzado de nuevo, con ella en el centro.

De vuelta en Ravenhill, la señora Worthington, atrapada en el mundo de los espejos, sintió la liberación. El lugar estaba vacío, libre del mal que había gobernado durante tanto tiempo. Pero en algún lugar, Eleanor y su reflejo luchaban por el control, y la maldición seguía viva, ahora más allá de los confines de la mansión.

El ciclo había cambiado, pero no había terminado.

Y mientras Eleanor luchaba por mantener su identidad, su doble solo tenía que esperar. Porque, en algún momento, todos los demás terminarían descubriendo la verdad.




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