La Sombra De La Paz

Capítulo 1: “Adiós al último refugio”

     Habituado a los presentimientos y las señales, Leonidas Walzmuller, se ubicó lejos de puertas y ventanas como si de esta forma pudiera protegerse de algo.A pesar de ser un día festivo y soleado, ésto no distrajo su estado de alerta frente a lo inevitable. Era predecible. Lo supo apenas sintió el auto detenerse frente a la casa. A duras penas, trató de disimular frente a un poblador con el que conversaba sentado en una precaria mesa, de la sede comunitaria en la que trabajaba. Sus sentidos pronto se alejaron de la plática y se concentraron en el motor del auto. Se preguntó asimismo cuanto tardaría en apagarse, bajar y llegar hasta él. A lo lejos escuchaba al poblador, un antiguo dirigente de una fábrica de zapatos de la población, lanzarle algunas preguntas que en otras circunstancias le hubieran incomodado, pero que en las actuales no tenían ninguna importancia.

- Yo no sé, padre-le decía el poblador- cuando fue que le perdí la pista al padre Leandro, su antecesor. Si era igualito a usted. Igualito. Usted me lo recuerda mucho.¿No serían parientes?¿no?.Una buena persona, querido por la gente, respetado.
Afuera el motor del auto seguía andando. Pronto llamaría la atención de una o varias personas que se acercarían con la habitual curiosidad y desconfianza con la que recibían a los forasteros, quienes sólo llegaban por esos lugares a vender sus mercancías ilícitas o bien los "pacos" para llevarse a algún vecino “por equivocación” con escándalo de familiares y ráfagas violentas de bala y molotov .

- Si no hubiera sabido que nuestro cura era católico y re-católico, yo diría que usted podría ser su hijo. Antes no era como ahora. Demás que sí. Pero,-y lanzado una risa socarrona- no, no creo.Usted también es extranjero, medio alemán, ¿cierto?

El sacerdote sólo le contestó arqueando las cejas y fingiendo asombro por la osadía del dirigente. Su mente ya no estaba en ese lugar, sino a metros, esperando que el ocupante del auto tocara de una vez por todas, la puerta.

- Eran tiempos duros-continuaba el dirigente- Mucho sacerdote vino a las poblaciones a ayudar; eran combativos los curas. La pasaron mal; muchos desaparecieron. Aquí cuando entraban no respetaban nada, nos sacaban a patadas y  a las mujeres de las mechas; los cabros chicos gritaban y lloraban al ver como se llevaban a su gente. Esos condenados prendían ¡ellos mismos! las fogatas para armar el ambiente de terror. Vivimos nuestra propia puerta giratoria; nos arrastraban a los furgones, llegábamos a las comisarías, algunos volvíamos, otros nunca más, poh. Con permiso suyo, eran noches de infierno las que se vivían ahí. Al otro día, nos liberaban gracias al padre Leandro que se la jugaba por aquí y por allá con la Vicaría. Fueron varias veces. Un día sí, le advirtieron que la suerte se le iba a terminar, claro que no así como se lo estoy diciendo sino  a garabato limpio. Estos nunca respetaron a nada ni a nadie. Ni siquiera al cura de nuestra población, al que no vimos más desde el ochenta y cinco...

El sacerdote absorto en sus pensamientos, sólo percibía de vez en cuando la mirada de incredulidad del hombre sobre él. Maquinalmente afirmaba con la cabeza el relato entrecortado de una experiencia que había estigmatizado al conglomerado de habitantes de la población de la cuál era guía y párroco desde hace seis años.

-Don Manuel, hoy  es distinta la situación-replicó el sacerdote-la iglesia está viviendo su peor crisis desde el cisma del siglo XVI, tiempos de Martín Lutero.Los sacerdotes ya no gozamos de la credibilidad y confianza de la población.Vivir con ustedes fue un reto y un privilegio.A eso súmele que soy inmigrante.

-Extranjero, Europeo, aclaremos , padre. Aquí extranjero e inmigrante es distinto; el americano es inmigrante, el europeo es extranjero. Así somos...

Y empezó el hombre a canturrear:”Y verás como quieren a Chile al amigo cuando es forastero”...El hombre continuó con su conversación atropellada y en tono jocoso:

-Han pasado tantos años. Imagínese que vuelvo después de tanto tiempo  de mi auto-exilio-tengo setenta años, no es menor- y lo primero que me encuentro, a un cura idéntico al padre Leandro. Lástima, no conservo ninguna foto de él, pero más de alguien debe tenerla...

-Por lo que sé, casi toda la gente de aquella época se fue de aquí hace más...mucho antes de que yo llegara-replicó el sacerdote-.Es lo que ustedes me han contado, claro.

El sacerdote seguía atento, simulaba calma.Afuera el motor rugía como amenazando seguir carrera, pero luego se calmaba,  seguía detenido, esperando. Al irrumpir en la conversación, Leonidas tuvo el presentimiento de haber precipitado las cosas al desenlace esperado.

Desde una de las piezas de la sede, que ocupaban los muchachos de la población y donde se realizaban  talleres de música, salió una jovencita morena,con el cabello teñido de rojo y amarrado en un moño,  vestía un buzo ajustado, destacándose en su labio superior un piercing, accesorio que lucía con orgullo. Detrás de ella, un muchacho de tez más clara,vestido de forma similar,con un celular en la mano, atravesó la pequeña salita donde conversaban los dos hombres.




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