Ana Martínez se deslizó por las calles de La Habana, la noche del viernes vibrando como un bongó. Después de un día de reuniones clandestinas, decidió escapar al Tropicana, la discoteca más famosa de Cuba, donde el jazz y el mambo no se detenían.
Con un vestido rojo ajustado y su pelo negro suelto, Ana pagó la entrada y se sumergió en el jardín tropical. Luces de colores bailaban sobre palmeras, el olor a ron y flores llenaba el aire. La orquesta de Bebo Valdés tocaba con entusiasmo, y el público giraba como una espiral.
Ana se sentó en la barra, pidiendo un mojito con hielo picado. Un tipo apuesto, con guayabera blanca, se acercó:
—¿Baila, señorita?
—Claro —sonrió ella, dejando el trago.
En la pista, Ana se perdió en el ritmo, pasos sensuales, caderas que hablaban. El hombre, un periodista llamado Pablo, la hizo girar:
—¿Evasión o misión? —susurró.
—Un poco de ambas —rió Ana, esquivando preguntas.
Entre vueltas, notó un hombre en la sombra, observándola. ¿Policía? Ana se tensó, pero Pablo la llevó a un rincón:
—Vente, conozco un lugar…
De pronto, la música paró. Un anuncio:
“¡Viva la revolución! ¡Unidos venceremos!”. Aplaudieron. Ana aplaudió, Pablo la miró serio:
—¿Tú…?
—Solo una cubana —cortó ella, sonriendo.
La noche siguió, bailes, risas, un trago de más. Al salir, el aire fresco la golpeó. Pablo le dio un papel:
—Mañana, el Malecón. ¿Te veo?
Ana lo rompió, sonriendo.
—Quizás. Cuidate.
Al regresar a su domicilio, Ana encontró un telegrama en el piso.
URGENTE
De: León, México
A: Ana Martínez, Sierra Maestra
Texto:
"Ana, la policía me arrestó. Me encontraron con los panfletos y las armas. Necesito que me paguen un buen abogado. La revolución fracasó. ¡MÉXICO NO SERÁ COMUNISTA!."
Firmado:
León.