La Sombra de los Caidos

ARCO 1 "El Silencio de los Campeones" CAPÍTULO 1

La Cresta de los Ecos se alzaba en el confín de Elysara, un desfiladero de roca negra y arena abrasada donde el viento aullaba como un lamento antiguo. Sus picos fracturados, esculpidos por tormentas incesantes, se erguían como espinas rotas bajo un cielo plomizo, mientras nubes de polvo giraban en espirales que desafiaban toda lógica. Valerius de Aetheria, campeón del viento, avanzaba con pasos medidos, su capa de aerotela ondeando como un estandarte desgarrado por la furia del aire. A su lado, Cassia de Chronos, guardiana del tiempo, mantenía los ojos fijos en el Reloj de las Eras, un artefacto de engranajes cristalinos que palpitaba con un ritmo errático en su mano.

—Este lugar es un desafío a la razón —dijo Valerius, su voz grave cortando el rugido de las ráfagas. Entrecerró los ojos contra una nube de arena fina, levantando la Espada de los Vientos Eternos. El filo emitió un zumbido suave, resonando con el aire. —Las corrientes están... desquiciadas. Giran en direcciones opuestas, como si el viento huyera de sí mismo. —Sus dedos apretaron la empuñadura, y las runas grabadas en la hoja brillaron débilmente, captando la anarquía del aire.

Cassia, protegida por la capucha de su túnica temporal, ajustó un dial del Reloj, que respondió con un destello azul intermitente. —No es solo el viento —replicó, su tono preciso pero teñido de inquietud—. El tiempo aquí está torcido. —Señaló un risco cercano, donde granos de arena parecían caer con una lentitud imposible, atrapados en un instante dilatado. —El Reloj detecta distorsiones, como si los segundos se fragmentaran. —Sus ojos oscuros se alzaron hacia Valerius, buscando en él la misma certeza que los había unido en misiones pasadas.

Valerius clavó la espada en el suelo, y el metal vibró, amplificando el eco de las ráfagas. —Territorio neutral o no, la Cresta guarda algo que no quiere ser encontrado —murmuró, su mirada fija en el horizonte brumoso. Cassia asintió, su mano apretando el Reloj, mientras avanzaban juntos hacia el corazón de un lugar que parecía rechazar toda presencia viva.

Valerius se detuvo en un claro de la Cresta de los Ecos, donde el viento ululaba entre riscos como un coro roto. Clavó la Espada de los Vientos Eternos en la arena negra, y el filo emitió un zumbido grave, resonando con las corrientes caóticas. Giró la empuñadura, activando runas doradas que proyectaron un halo de aire pulsante, midiendo la anomalía. —El viento aquí es un traidor —dijo, su voz firme pero teñida de fascinación—. No solo es errático, sino que se fragmenta, como si chocara contra algo invisible. —Alzó la mirada hacia Cassia, buscando su perspectiva, una danza familiar entre ellos tras años de misiones compartidas.

Cassia, acuclillada junto a un peñasco, giró un dial del Reloj de las Eras, cuyos engranajes cristalinos emitieron un destello azul errático. —El tiempo no es menos traicionero —respondió, su tono preciso, casi académico, mientras estudiaba el artefacto—. Los segundos se estiran y colapsan. Mira esto. —Señaló una nube de polvo cercana, atrapada en un bucle que repetía su ascenso y caída. —El Reloj registra fluctuaciones que no deberían existir fuera de los experimentos de Chronos. —Sus ojos oscuros se encontraron con los de Valerius, y una chispa de confianza mutua brilló en su expresión.

—Siempre fuiste mejor con los detalles —bromeó Valerius, limpiando la arena de su capa de aerotela con un gesto casual que aliviaba la tensión—. Si el viento y el tiempo están en guerra, ¿qué nos queda a nosotros? —Su sonrisa era leve, pero sincera, un reflejo de la camaradería que los había sostenido en tierras hostiles.

Cassia se puso de pie, ajustando su túnica temporal con un movimiento fluido. —Nos queda encontrar la causa, viejo amigo —replicó, su voz cargada de determinación—. Si la Cresta guarda un secreto, lo arrancaremos juntos. —El Reloj pulsó de nuevo, y ambos intercambiaron una mirada, listos para adentrarse más en el corazón de la anomalía.

El sendero de la Cresta de los Ecos se estrechaba, flanqueado por riscos que parecían cerrar filas contra los intrusos. Valerius y Cassia se detuvieron bajo un arco de piedra erosionada, donde el viento silbaba con un tono que recordaba un susurro roto. Valerius giró la Espada de los Vientos Eternos en su mano, su filo captando reflejos de un cielo plomizo. —Nuestra misión es clara, Cassia —dijo, su voz firme pero cargada de peso—. Estas anomalías, el viento roto, el tiempo fracturado... si no las entendemos, podrían desgarrar Elysara. —Sus ojos grises escanearon el horizonte, donde la bruma parecía devorar los contornos de los picos.

Cassia, con el Reloj de las Eras en la mano, ajustó un engranaje que chirrió como si resistiera su toque. —No es solo una amenaza técnica —replicó, su tono mesurado pero intenso—. En Chronos, los archiveros hablan de rumores antiguos, de una profecía que advierte sobre un mundo deshecho por fuerzas como estas. —Hizo una pausa, observando la reacción de Valerius, su rostro medio oculto por la capucha de su túnica temporal. —No son cuentos de taberna, sino registros de antes de las Casas.

Valerius resopló, una risa seca que el viento dispersó. —¿Profecías? —dijo, alzando una ceja mientras apoyaba la espada contra su hombro—. Prefiero confiar en lo que puedo medir, cortar, controlar. El viento no miente, Cassia, aunque esté roto. —Su escepticismo era palpable, pero no despectivo; era el contraste de un estratega aéreo contra la erudición temporal de su compañera, una danza de perspectivas que los había unido por años.

Cassia sonrió levemente, sin ofenderse. —Mide lo que quieras, pero el tiempo guarda secretos que ni tu espada puede cortar —respondió, señalando el Reloj, cuyos destellos azules parpadeaban erráticamente—. Sigamos, Valerius. Elysara depende de nosotros, profecías o no. —Con un gesto de confianza mutua, ambos reanudaron su marcha, adentrándose en la Cresta, donde el aire y el tiempo parecían conspirar en su contra.



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En el texto hay: fantasia épica, mundo construido, heroina resiliente

Editado: 11.10.2025

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