Ciudadela del Cielo, Aetheria
La Ciudadela del Cielo resplandecía bajo un cielo crepuscular, sus torres de cristal y acero suspendidas entre nubes, conectadas por puentes de aerotela que vibraban con el zumbido de las turbinas eólicas. En el Salón de los Vientos, Corvus, líder de Aetheria, aguardaba en un trono elevado, su capa azul celeste ondeando ligeramente, como si respondiera a un viento invisible. Sus ojos, fríos y calculadores, se posaron en el capitán Eryon, quien irrumpió con el rostro curtido por la arena de la Cresta de los Ecos. El capitán, aún con su armadura lumínica polvorienta, se arrodilló, sosteniendo un orbe lumínico apagado, símbolo de su fracaso.
—Señor Corvus —dijo Eryon, su voz quebrada por la fatiga—, Valerius y la campeona Cassia han desaparecido. La tormenta en la Cresta de los Ecos los engulló. Nuestros comunicadores fallaron; no pudimos seguirlos. —Hizo una pausa, bajando la mirada ante el peso de su informe. —Solo encontramos restos de tecnología antigua, nada más.
Corvus se inclinó hacia adelante, sus dedos tamborileando en el brazo del trono, cada movimiento preciso como las corrientes que Aetheria dominaba. —¿Tecnología antigua? —preguntó, su tono afilado pero controlado—. ¿Y la Espada de los Vientos Eternos? ¿Ningún rastro? —La desaparición de Valerius, su campeón, no era solo una pérdida personal; era una grieta en el poder de Aetheria. Sus pensamientos, aunque velados, giraban en torno a las implicaciones: Chronos podría aprovechar la ausencia, y las Casas rivales olerían la debilidad.
—Ordena a los navegantes buscar en la Cresta —dijo Corvus, levantándose, su preocupación estratégica disfrazada de determinación—. Aetheria no cederá su cielo. —El eco de sus palabras resonó en el salón, mientras Eryon asentía, consciente de que la guerra podría encenderse con esta noticia.
Valle del Eco Eterno, Chronos
La Gran Cronoteca se alzaba en el Valle del Eco Eterno, sus muros de mármol negro reflejando el brillo de engranajes colosales que giraban con un ritmo hipnótico, como si midieran el pulso del tiempo mismo. En la Sala de los Archivos, Janus, líder de Chronos, permanecía inmóvil en un estrado elevado, su túnica gris perla ondeando ligeramente, sus ojos ocultos tras una máscara de serenidad impenetrable. El capitán Myra, líder de los guardias de Cassia, entró con pasos cansados, su comunicador de pulso apagado en la mano, aún cubierto de la arena de la Cresta de los Ecos. Se inclinó, el peso de su fracaso palpable en el silencio de la sala.
—Señor Janus —dijo Myra, su voz firme pero teñida de urgencia—, Cassia y el campeón Valerius han desaparecido en la Cresta de los Ecos. La tormenta los consumió; nuestros comunicadores fallaron. —Hizo una pausa, buscando palabras para describir lo indescriptible. —Hallamos fragmentos de tecnología antigua, pero ningún rastro del Reloj de las Eras ni de ellos.
Janus escuchó en silencio, su expresión inescrutable, los dedos entrelazados como si midiera cada instante antes de responder. La pérdida de Cassia, portadora del Reloj de las Eras, era un golpe al corazón de Chronos, pero también una oportunidad para maniobrar en el tablero de Elysara. —¿Aetheria sabe esto? —preguntó, su voz baja, casi un susurro, cargada de un cálculo que Myra no pudo descifrar.
—Probablemente, señor —respondió Myra—. Sus guardias regresaron al mismo tiempo. —Janus asintió, apenas perceptible. —Discreción absoluta —ordenó, levantándose con una gracia medida—. Nadie fuera de esta sala debe saberlo aún. Prepara a los archiveros; investigaremos la Cresta en secreto. —El eco de sus palabras se desvaneció en los engranajes, mientras Myra partía, consciente de que Chronos ya planeaba su próximo movimiento.
Ciudadela del Cielo, Aetheria
En el Salón de los Vientos de la Ciudadela del Cielo, las torres de cristal proyectaban destellos azules sobre el consejo de Aetheria, reunido en torno a una mesa circular de aerotela pulida. Corvus, líder de la Casa, se alzaba en el centro, su capa azul celeste inmóvil pese al zumbido de las turbinas que resonaban en la sala. Su mirada, afilada como el filo de la Espada de los Vientos Eternos, recorrió a los nobles reunidos. “Valerius, nuestro campeón, ha desaparecido en la Cresta de los Ecos junto a Cassia de Chronos,” anunció, su voz fría pero cargada de intención. “No es casualidad. Chronos, con su obsesión por el tiempo, pudo haber orquestado un sabotaje para debilitarnos.”
Los consejeros intercambiaron miradas, el aire cargado de desconfianza. Lady Aeris, jefa de los navegantes, frunció el ceño. “¿Sin pruebas, señor? Enviar acusaciones podría encender una guerra,” dijo, su tono mesurado. Lord Sylas, un halcón político, sonrió con frialdad. “O podríamos usar esto para justificar una incursión en el Valle del Eco Eterno. Sus recursos temporales nos servirían.” La sala estalló en murmullos, la preocupación por Valerius ahogada por cálculos estratégicos.
Corvus alzó una mano, silenciando el debate. “Equipos de búsqueda son necesarios, pero no por piedad,” dijo, sus ojos brillando con ambición. “Buscaremos en la Cresta, demostraremos nuestra fuerza y vigilaremos a Chronos. Si Janus oculta algo, lo descubriremos.” La mención de equipos de búsqueda era un pretexto; la política pesaba más, y los consejeros asintieron, viendo en la crisis una oportunidad para inclinar el equilibrio de Elysara a favor de Aetheria. El zumbido de las turbinas se intensificó, como si el cielo mismo conspirara con sus planes.
Valle del Eco Eterno, Chronos
La Gran Cronoteca resonaba con el tic-tac de los engranajes colosales, sus sombras danzando sobre los muros de mármol negro bajo la luz parpadeante de los cristales temporales. Janus, líder de Chronos, permanecía en el estrado de la Sala de los Archivos, su túnica gris perla inmóvil, como si el tiempo mismo se detuviera a su alrededor. El capitán Myra, aún marcada por el polvo de la Cresta de los Ecos, aguardaba su orden, su comunicador de pulso apagado colgando como un peso muerto. “Retírate, Myra,” dijo Janus, su voz un susurro frío que cortó el silencio. “Prepara a los vigías. Quiero ojos en todas las fronteras de Chronos, especialmente hacia Aetheria.”