La Sombra de los Caidos

CAPITULO 4

Valle del Eco Eterno, Chronos

Elara avanzó a pie hacia el Valle del Eco Eterno, dejando la Furia del Cielo anclada en las afueras. El paisaje de Chronos la envolvió como un sueño detenido: la Gran Cronoteca dominaba el horizonte, un coloso de mármol negro cuyos engranajes colosales giraban con un zumbido rítmico, como si el tiempo mismo respirara. Torres esbeltas, coronadas por cristales temporales que emitían pulsos de luz azul, se alzaban entre arenas que parecían fluir en patrones hipnóticos. Cada estructura, tallada con precisión geométrica, parecía desafiar el caos de Elysara, un testimonio de la obsesión de Chronos por ordenar el pasado y el futuro. Elara, acostumbrada a las torres flotantes de Aetheria, sintió una mezcla de asombro y desconcierto ante esta arquitectura que parecía medir los latidos del universo.

Dos guardias de Chronos, con túnicas grises y comunicadores de pulso brillando en sus muñecas, bloquearon su camino frente a la entrada de la Cronoteca. Sus rostros, medio ocultos tras visores metálicos, eran fríos como el mármol que los rodeaba. “Elara de Aetheria,” dijo uno, su voz monocorde, casi mecánica. “Tu presencia es tolerada, no bienvenida. Declara tu propósito.” La hostilidad en sus palabras era un eco del desprecio que Elara había sentido toda su vida, pero su mirada verde no vaciló. “Vengo como embajadora, por orden de Corvus, para hablar con Janus sobre la desaparición en la Cresta de los Ecos,” respondió, su tono firme, aunque su mano apretaba el orbe lumínico en su cinturón.

Los guardias intercambiaron una mirada, sus comunicadores emitiendo un leve pulso. Sin una palabra más, uno señaló la entrada, pero su postura rígida advertía: en Chronos, una bastarda de Aetheria era poco más que una sombra bajo el peso del tiempo.

Elara atravesó la entrada de la Gran Cronoteca, su orbe lumínico pulsando débilmente bajo el resplandor de los cristales temporales que iluminaban el vestíbulo. Los engranajes colosales giraban en lo alto, su zumbido resonando como un latido eterno. Antes de que pudiera avanzar más, una figura emergió de las sombras: Vesper, una acólita de alto rango, con una túnica gris bordada con hilos plateados y un comunicador de pulso brillando en su muñeca. Sus ojos, afilados como agujas, escrutaron a Elara con una mezcla de desprecio y sospecha. Los guardias flanqueaban a Vesper, pero fue ella quien rompió el silencio.

“Elara de Aetheria,” dijo Vesper, su voz fría y precisa, como el tictac de un cronómetro. “¿Crees que puedes entrar en la Cronoteca y engañarnos con tu fachada de embajadora?”

Elara enderezó la postura, su mano rozando el orbe en su cinturón. “Vengo por orden de Corvus, para hablar con Janus sobre la desaparición en la Cresta de los Ecos,” respondió, su tono firme pero mesurado. “Aetheria busca respuestas, no conflicto.”

Vesper soltó una risa cortante, dando un paso adelante. “¿Respuestas? No insultes nuestra inteligencia. Eres una espía, enviada para culpar a Chronos por la pérdida de Valerius y Cassia. ¿Acaso Aetheria planea usar esto para justificar una invasión?”

“No soy una espía,” replicó Elara, sus ojos verdes destellando. “Valerius era mi mentor. Si alguien quiere la verdad, soy yo.” Su voz tembló ligeramente, pero su mirada no cedió.

Vesper entrecerró los ojos, evaluándola. “Mentiras de una bastarda no cambian el tiempo,” siseó, señalando a los guardias. “Llévenla a la Sala de los Archivos. Janus decidirá si sus palabras valen un instante.” Elara avanzó, escoltada, sintiendo el peso de la hostilidad de Chronos, pero con la determinación ardiendo en su interior.

La Sala de los Archivos, un vasto santuario de mármol negro y engranajes susurrantes, envolvía a Elara en un eco constante de tiempo. Los cristales temporales, incrustados en las paredes, pulsaban con luz azul, iluminando a Vesper y los guardias que la escoltaban. Elara, con su capa de aerotela ligeramente deslucida, se detuvo ante una mesa de obsidiana, su orbe lumínico brillando débilmente en su cinturón. “Vengo en nombre de Aetheria,” comenzó, su voz clara a pesar de la hostilidad palpable. “Mi misión es de paz: esclarecer la desaparición de Valerius y Cassia en la Cresta de los Ecos, no avivar conflictos.”

Vesper, con los brazos cruzados, soltó un bufido. “¿Paz? Aetheria nunca ha buscado paz, solo ventaja. ¿Qué esperas encontrar aquí, bastarda? ¿Una confesión que incrimine a Chronos?” Su tono era afilado, cada palabra un desafío.

“No busco culpar a nadie,” replicó Elara, su mirada fija en Vesper. “Valerius era mi mentor; Cassia, una campeona de Chronos. Si trabajamos juntos, podemos descubrir qué pasó.” Su sinceridad resonó en la sala, pero los guardias permanecieron impasibles, sus comunicadores de pulso parpadeando.

Un movimiento en las sombras interrumpió la tensión. Janus, líder de Chronos, emergió en el estrado, su túnica gris perla ondeando como un reflejo del tiempo. “¿Sinceridad de Aetheria?” dijo, su voz baja y medida, cargada de escepticismo. “Corvus envía a una embajadora prescindible para apaciguarnos. ¿Qué oculta tu señor, Elara?” Sus ojos, ocultos tras una calma inquietante, no revelaron nada.

Elara tragó saliva, sosteniendo su mirada. “Nada más que el deseo de evitar una guerra,” respondió, aunque sabía que sus palabras eran solo el comienzo de un juego peligroso. Janus inclinó la cabeza, sin comprometerse, y con un gesto la despidió. “Hablaremos mañana,” dijo, desapareciendo tras los engranajes, dejando a Elara bajo el peso de su desconfianza.

La sala del consejo de la Gran Cronoteca, un anfiteatro de mármol negro con engranajes incrustados que giraban con un zumbido grave, resonaba con la tensión de un reloj a punto de detenerse. Elara, de pie en el centro, enfrentaba a un semicírculo de consejeros de Chronos, sus túnicas grises brillando bajo la luz de los cristales temporales. Vesper, acólita de alto rango, estaba a un lado, sus ojos como dagas. Los guardias, con comunicadores de pulso parpadeando, flanqueaban la sala, mientras Elara alzó la voz, su capa de aerotela ondeando ligeramente.



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En el texto hay: fantasia épica, mundo construido, heroina resiliente

Editado: 11.10.2025

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