La Sombra de los Caidos

ARCO 2 "Las Llamas de la Discordia" CAPITULO 5

Valle del Eco Eterno, Chronos

Elara volvió a la sala del consejo de la Gran Cronoteca, donde los engranajes colosales giraban con un zumbido que parecía contar los segundos de su destino. Los cristales temporales incrustados en las paredes de mármol negro emitían pulsos de luz azul, iluminando a los consejeros sentados en el anfiteatro. Janus, en el estrado, observaba desde su asiento de obsidiana, su túnica gris perla inmóvil, como si el tiempo mismo lo protegiera. Vesper, a su lado, cruzó los brazos, sus ojos afilados fijos en Elara. La bastarda de Aetheria, con su orbe lumínico brillando tenuemente en su cinturón, alzó la voz con determinación.

“Consejo de Chronos,” comenzó Elara, su tono claro resonando en la sala, “propongo una cooperación entre nuestras Casas. Aetheria y Chronos pueden unir recursos para buscar a Valerius y Cassia en la Cresta de los Ecos. Sus desapariciones nos afectan a todos.”

Janus inclinó la cabeza, su mirada fría y despectiva. “¿Cooperación?” dijo, su voz un murmullo que cortó el aire. “Aetheria envía a una bastarda para hablar de alianzas, pero no ofrece pruebas de su buena fe. ¿Qué busca Corvus realmente?”

“No busco trampas,” replicó Elara, sus manos apretadas para contener su frustración. “Valerius era mi mentor; Cassia, vuestra campeona. Si están vivos, cada momento que discutimos los pone en peligro.”

Vesper intervino, su voz gélida. “¿Y si Aetheria los sacrificó para provocar una guerra? Tus palabras suenan huecas, embajadora.” La palabra “embajadora” estaba cargada de sarcasmo.

Elara sostuvo la mirada de Vesper. “Si no confían en mí, confíen en esto: la Cresta guarda secretos que ninguna Casa puede desentrañar sola. Rechacen mi propuesta, y todos perdemos.”

Janus esbozó una sonrisa sin calor. “Valiente, pero inútil,” dijo. “Chronos no se doblega ante gestos vacíos. Vuelve con hechos, no palabras.” Con un gesto, señaló la salida, su desdén como un eco que resonó en los engranajes, dejando a Elara frente a un consejo que veía en ella solo una sombra de Aetheria.

La sala del consejo de la Gran Cronoteca vibraba con el zumbido grave de los engranajes, mientras los cristales temporales proyectaban destellos azules que danzaban sobre las túnicas grises de los consejeros. Elara, en el centro del anfiteatro, enfrentaba sus miradas escrutadoras, su orbe lumínico pulsando débilmente en su cinturón. Vesper, acólita de alto rango, se adelantó desde su posición junto al estrado, su rostro tenso de indignación. Janus, inmóvil en su asiento de obsidiana, observaba en silencio, su presencia como un reloj que marcaba el tiempo de la confrontación.

Vesper alzó la voz, cortante como un engranaje afilado. “No nos engañes, Elara. Aetheria saboteó a Cassia, nuestra campeona, en la Cresta de los Ecos. Su desaparición no es casualidad; es un complot para debilitar a Chronos y apoderarse del Reloj de las Eras.”

Elara apretó los puños, su mirada verde encendida. “Eso es absurdo,” replicó, su tono firme pero controlado. “Valerius, mi mentor, desapareció junto a Cassia. Aetheria perdió tanto como Chronos. ¿Por qué sabotearíamos a nuestro propio campeón?”

Un consejero anciano, con un cronómetro en la mano, intervino con un gruñido. “Porque Aetheria codicia el control de Elysara,” dijo. “La Espada de los Vientos Eternos en manos de Valerius era una amenaza. Sacrificarlo con Cassia limpia el camino para Corvus.”

“¡No hay pruebas de eso!” exclamó Elara, su voz resonando en la sala. “La Cresta de los Ecos se los llevó a ambos. Si acusas a Aetheria, también acusas a Valerius de traición. ¿Eso crees de Cassia?”

Vesper vaciló, su expresión endureciéndose. “No manches el nombre de Cassia,” siseó. “Pero Aetheria siempre ha jugado sucio. ¿Qué escondes, bastarda?” Los consejeros murmuraron, sus comunicadores de pulso parpadeando como un coro de sospechas. La tensión en la sala creció, un resorte a punto de romperse, mientras Elara permanecía firme, sabiendo que cada palabra era una batalla por la verdad.

El zumbido de los engranajes en la sala del consejo de la Gran Cronoteca resonaba como un latido implacable, mientras los cristales temporales proyectaban destellos azules sobre los consejeros. Elara, en el centro del anfiteatro, sentía el peso de las acusaciones de Vesper, pero antes de que pudiera responder, Janus alzó una mano desde el estrado, su túnica gris perla capturando la luz como un reflejo del tiempo. Su presencia silenció los murmullos, y los comunicadores de pulso de los guardias parpadearon en sincronía.

“Esto no es solo sobre Cassia o Valerius,” dijo Janus, su voz suave pero cortante, desviando la discusión. “Aetheria ha cruzado las fronteras de la Cresta de los Ecos, enviando naves no autorizadas. ¿Es tu misión de paz una cortina para justificar incursiones territoriales?”

Elara frunció el ceño, captando un destello de evasión en los ojos de Janus. “No hay incursiones,” replicó, su tono firme. “Aetheria no ha enviado naves más allá de mi Furia del Cielo. Mi misión es encontrar a los campeones, no reclamar territorios.”

Vesper, desde un lado, intervino con un siseo. “¿Y esperas que creamos eso? Cassia desapareció en la Cresta, y Aetheria señala a Chronos. ¿Qué sabes tú de su destino, embajadora?”

“Solo que está perdida, igual que Valerius, mi mentor,” respondió Elara, su mirada fija en Janus. “Si Chronos sabe algo, compartan la verdad.” Notó un leve tic en la mandíbula de Janus, un indicio de que ocultaba algo sobre Cassia, aunque su rostro permaneció impasible.

Janus sonrió, un gesto vacío. “La verdad no se comparte con quienes sirven a ambiciones extranjeras,” dijo. “Aetheria debe responder por sus movimientos en la Cresta antes de hablar de cooperación.” Los consejeros asintieron, sus murmullos creciendo, mientras Elara apretaba su orbe lumínico, convencida de que Janus sabía más de lo que revelaba, y que la clave de Cassia estaba enterrada en su silencio.



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En el texto hay: fantasia épica, mundo construido, heroina resiliente

Editado: 11.10.2025

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