Atrio de la Luz, Aetheria
Elara descendió de su nave, Furia del Cielo, en el Atrio de la Luz, el corazón pulsante de Aetheria. Torres de aerocristal se alzaban hacia un cielo surcado por nubes luminosas, y plataformas flotantes zumbaban con el brillo de orbes lumínicos que iluminaban a la multitud reunida. Nobles con capas de aerotela, mercaderes, y guardias con comunicadores de pulso se arremolinaban en la plaza, sus voces un murmullo constante. Elara, con su propia capa ondeando y su orbe lumínico pulsando en su cinturón, avanzó hacia el Salón de Corvus para informar sobre Chronos, el mapa de rutas comerciales de Riven guardado en su dispositivo. Su mente aún pesaba con la alianza tentativa con el desertor de Umbra y el plan para espiar la reunión de Chronos e Ignis.
Antes de alcanzar las puertas, una voz altiva cortó el aire. “¡La bastarda embajadora regresa!” Kaelen, un noble de Aetheria con una túnica enjoyada y una sonrisa desdeñosa, se interpuso en su camino, atrayendo miradas. “¿Qué lograste en Chronos, Elara? ¿O solo avergonzaste a Aetheria con tu sangre impura?”
Elara se detuvo, su mirada verde endureciéndose. “Informo a Corvus, no a ti, Kaelen,” replicó, su tono firme pero controlado. “Mi misión es encontrar a Valerius y Cassia, no alimentar tu arrogancia.”
Kaelen rió, su voz resonando en el Atrio. “¿Una bastarda liderando la diplomacia? Corvus debe estar desesperado. Chronos te expulsó, ¿verdad? ¿Qué escondes de la Cresta de los Ecos?”
“No escondo nada,” respondió Elara, su mano rozando el orbe lumínico. “Pero si Aetheria quiere la verdad, deja de cuestionarme y apóyame.” La multitud murmuró, algunos con desdén, otros con curiosidad. Kaelen dio un paso más cerca, su sonrisa afilada. “Cuidado, embajadora. Los nobles no olvidamos a los de tu clase.” Elara sostuvo su mirada, sintiendo el peso de su marginación, pero decidida a enfrentar a Corvus con las pruebas de Riven y un plan que podría cambiar el destino de Elysara.
El Atrio de la Luz vibraba con el zumbido de plataformas flotantes, sus orbes lumínicos proyectando destellos dorados sobre las torres de aerocristal que se alzaban hacia el cielo de Aetheria. La multitud, un mosaico de nobles con capas de aerotela y guardias con comunicadores de pulso, observaba a Elara mientras enfrentaba a Kaelen en el centro de la plaza. Su capa ondeaba, y su orbe lumínico pulsaba en su cinturón, donde guardaba el dispositivo con el mapa de rutas comerciales de Riven. La misión de informar a Corvus sobre Chronos y el plan para espiar la reunión de Chronos e Ignis se veía amenazada por esta confrontación.
Kaelen, con su túnica enjoyada brillando bajo la luz, dio un paso adelante, su sonrisa desdeñosa cortando como un filo. “Bastarda indigna,” escupió, su voz resonando para deleite de los nobles cercanos. “¿Crees que tu sangre manchada te hace apta para representar a Aetheria? Eres una vergüenza para Corvus.”
Elara alzó la barbilla, su mirada verde desafiante. “Mi sangre no define mi valía, Kaelen,” replicó, su tono firme. “He enfrentado a Chronos por Valerius y Cassia. ¿Qué has hecho tú, además de pavonearte?”
La multitud murmuró, algunos con risas burlonas, otros con interés. Kaelen entrecerró los ojos, su arrogancia encendida. “Si tan valiente eres, pruébalo,” dijo, señalando una torre de aerocristal en el horizonte. “Un duelo en la Torre Cénit, bastarda. Mañana al alba. Si no puedes sostener una espada de luz, no mereces hablar por Aetheria.”
“Un duelo no resolverá la desaparición de los campeones,” respondió Elara, su mano rozando el orbe lumínico. “Pero si insistes, te mostraré lo que una bastarda puede hacer.” Kaelen rió, dando media vuelta, mientras la multitud se agitaba. Elara sintió el peso de las miradas, su determinación endurecida. Debía enfrentar a Corvus antes que el duelo la desviara de su misión en la Cresta de los Ecos.
Salón de Corvus, Aetheria
El Salón de Corvus, una vasta cámara de aerocristal en el corazón de Aetheria, brillaba con orbes lumínicos que flotaban como estrellas, proyectando reflejos en las paredes translúcidas. Corvus, líder de Aetheria, estaba sentado en un trono elevado, su túnica plateada ondeando como nubes. Elara, frente a él, con su capa de aerotela y el orbe lumínico pulsando en su cinturón, sintió el peso de su mirada. El mapa de rutas comerciales de Riven, guardado en su dispositivo, y el plan para espiar la reunión de Chronos e Ignis aguardaban su informe, pero la confrontación con Kaelen dominaba la conversación.
“Kaelen te ha retado en la Torre Cénit,” dijo Corvus, su voz fría y calculadora. “Si rehúsas, los nobles cuestionarán mi decisión de nombrarte embajadora. Acepta el duelo, Elara, o Aetheria te descartará como la bastarda que dicen.”
Elara apretó los puños, su mirada verde desafiante. “Kaelen solo busca humillarme,” replicó. “Mi misión es encontrar a Valerius y Cassia en la Cresta de los Ecos, no pelear duelos para entretener a nobles.”
“Tu misión no te exime de probar tu valía,” cortó Corvus, inclinándose hacia adelante. “Acepta, o perderás toda credibilidad. Aetheria no tolera la debilidad.”
Elara asintió con reticencia, su mente acelerada. “Entonces lo enfrentaré,” dijo, su tono firme. “Pero no con espadas de luz. Usaré algo que Kaelen no espera.” En su alojamiento, más tarde, desenterró un esquema de Valerius: un dispositivo de viento, un artefacto compacto que canalizaba ráfagas etéreas. Trabajó febrilmente, ajustando circuitos de aerocristal con su comunicador de pulso, confiando en su ingenio y las enseñanzas de su mentor. “Kaelen subestima a los marginados,” murmuró, probando el dispositivo, que emitió un zumbido suave. Con el duelo al alba y la Cresta de los Ecos en su horizonte, Elara se preparó para demostrar que su sangre no definía su destino.