Valle de Noctua, Territorio Neutral
El Valle de Noctua, un vasto mosaico de praderas y colinas salpicadas de torres de piedra antigua, ardía bajo el cielo roto por el rugido de las naves aéreas de Aetheria. Llamas carmesí, desatadas por los berserkers de Ignis, devoraban la hierba, tiñendo el aire de cenizas y un resplandor infernal. Corvus, líder de Aetheria, comandaba desde la Aurora Celestial, su nave insignia, sus escudos lumínicos destellando mientras disparaban rayos etéreos contra las defensas de Chronos. Kaelen, el feroz capitán de Ignis, lideraba a sus berserkers en tierra, sus armaduras ígneas brillando, blandiendo hachas de plasma que cortaban las barricadas temporales de Chronos. El territorio neutral, hogar de aldeanos y santuarios olvidados, se desmoronaba bajo el peso de la primera batalla campal de Elysara.
“¡Avancen sin piedad!” rugió Kaelen, su voz resonando sobre el estruendo, mientras un berserker incendiaba una torre con un lanzallamas. “Chronos pagará por su traición en la Cresta.” Sus hombres, embriagados por la furia, arrasaban las líneas enemigas, ignorando los gritos de los aldeanos atrapados en el valle.
Desde la Aurora Celestial, Corvus observaba el mapa holográfico, su túnica plateada ondeando. “Dirijan los rayos lumínicos a sus torres de pulso,” ordenó a sus pilotos, su tono frío. “Janus quiso sabotearnos; ahora Noctua será nuestra advertencia.” Las naves de Aetheria, zumbando con orbes lumínicos, lanzaron una salva que fracturó una colina, enviando escombros al cielo. El Valle de Noctua, antaño un refugio de paz, se convertía en un infierno, mientras las fuerzas de Chronos y Terra, ocultas en las sombras, preparaban su contraataque, y Elara y Riven, lejos en la Cresta, buscaban desentrañar las intenciones de Ignis.
El Valle de Noctua ardía, las llamas de Ignis devorando praderas mientras los rayos lumínicos de Aetheria fracturaban torres de piedra antigua. Desde una trinchera en una colina, Torren, un soldado de Terra, ajustaba su armadura de piedra reforzada, su escudo tectónico vibrando con energía geológica. El estruendo de las naves aéreas de Corvus y los gritos de los berserkers de Kaelen resonaban, pero la disciplina de Terra y Chronos se alzaba contra el caos. Vesper, líder de la patrulla de Chronos, dirigía arqueros temporales en una cresta cercana, sus flechas temporales distorsionando el aire al frenar los ataques etéreos. Garen, capitán de Terra, organizaba defensas terrestres, erigiendo muros de roca viva que emergían del suelo con un rugido sísmico.
“¡Arqueros, apunten a las naves!” ordenó Vesper, su armadura temporal destellando, su guantelete de engranajes sincronizado con la Gran Cronoteca. Las flechas temporales volaron, ralentizando una nave de Aetheria que se estrelló contra una colina. Torren, desde su trinchera, observaba con admiración la precisión de Chronos, mientras Garen gritaba: “¡Levanten los muros! ¡No dejen que los berserkers avancen!”
Torren, con sudor en la frente, empuñaba su lanza sísmica, su entrenamiento en Terra guiándolo. “Ellos traen caos; nosotros, orden,” murmuró, recordando los juramentos de Garen para proteger Elysara. Mientras un rayo lumínico fracturaba un muro cercano, enviando escombros sobre aldeanos atrapados, Torren cargó contra un berserker, su lanza vibrando. La disciplina de Terra y Chronos resistía, pero el Valle de Noctua, neutral y sagrado, se desmoronaba bajo el peso de la guerra, mientras Elara y Riven, en la Cresta, buscaban desentrañar las intenciones de Ignis.
El Valle de Noctua ardía bajo un cielo fracturado, las llamas de Ignis consumiendo praderas y torres de piedra antigua, mientras los rayos lumínicos de Aetheria y las flechas temporales de Chronos chocaban en un torbellino de destrucción. Elara, a bordo de una Furia del Cielo, una nave ligera de Aetheria, observaba desde las alturas, su corazón apretado por la devastación. A través de la cúpula de aerocristal, veía aldeas en llamas y aldeanos huyendo, atrapados entre los berserkers de Kaelen y las defensas de Garen y Vesper. Su capa de aerotela ondeaba, el orbe lumínico en su cinturón pulsando débilmente, y el mapa de rutas comerciales de Riven, guardado en su bolsa, le recordaba su misión para espiar a Ignis.
“Esto es una masacre,” murmuró Elara, horrorizada, mientras un rayo lumínico fracturaba una colina, enviando escombros sobre un santuario. Conectó su comunicador de pulso al canal de Corvus, en la Aurora Celestial. “Mi señor, el Valle de Noctua es neutral,” dijo, su voz temblando de urgencia. “Limiten los rayos lumínicos. Los aldeanos están muriendo.”
Corvus, su figura proyectada en un holograma, la miró con frialdad. “Elara, Chronos y Terra nos desafían,” replicó, su túnica plateada destellando. “Janus provocó esto en la Cresta. Si cedemos, Valerius y Cassia quedarán perdidos.”
“¡La guerra no los encontrará!” insistió Elara, esquivando una flecha temporal que rozó la Furia del Cielo. “Por favor, restrinja el ataque.” Corvus cortó la comunicación, su nave lanzando otra salva. Elara, con la mirada fija en el valle en llamas, supo que debía actuar con Riven para descubrir las intenciones de Ignis, o el caos consumiría Elysara antes de que la verdad sobre los campeones emergiera.
El Valle de Noctua, antaño un refugio de praderas verdes y torres de piedra antigua, era ahora un infierno de llamas y escombros. Las naves aéreas de Aetheria, lideradas por Corvus, lanzaban rayos lumínicos que fracturaban colinas, mientras los berserkers de Kaelen, de Ignis, incendiaban aldeas con sus lanzallamas. Las flechas temporales de Vesper y los muros de roca viva de Garen, de Chronos y Terra, resistían, pero el precio lo pagaba Noctua, atrapada en el centro. Aldeanos corrían entre el humo, sus gritos ahogados por el estruendo de la batalla, mientras las bajas civiles se acumulaban en las calles destrozadas.