Gala avanzaba por las calles adoquinadas de Montpellier, pero esta vez, la luz del sol que solía reconfortarla había desaparecido tras nubes densas y grises. El aire estaba cargado, casi opresivo, como si la ciudad misma escondiera un secreto que deseaba permanecer oculto. En su pecho, un presentimiento creció, acompañado por el eco de pasos que parecían seguir los suyos. Aunque no había nadie a la vista, Gala sabía que no estaba sola.
Las ventanas de los edificios antiguos parecían observarla, y cada sombra que proyectaban los callejones tenía un matiz más profundo de lo habitual. —¿Por qué siento esto ahora?—, pensó Gala, intentando calmarse. Sus pasos la llevaron a una librería que nunca había notado antes. Su fachada era oscura, con letras doradas que apenas brillaban: "La Llamada del Silencio". Algo en ese nombre le erizó la piel, pero también la atrajo con una fuerza inexplicable. Sin pensarlo demasiado, empujó la puerta y entró.
El interior era un contraste absoluto con el bullicio de la ciudad. Estaba en completo silencio, salvo por el crujir de las tablas bajo sus pies. Los estantes estaban llenos de libros cuyas portadas carecían de títulos o autores. Cada uno parecía cubierto de un polvo que, en lugar de ensuciar, emitía un leve destello al ser tocado. Gala se detuvo, observando cada detalle con cautela. —Esto no es normal—, pensó, pero su curiosidad la impulsó a seguir adelante.
De pronto, un movimiento entre las sombras la sobresaltó. No era alguien tangible, sino más bien una sensación, un eco de algo que se deslizaba entre los estantes. —¿Qué estoy haciendo aquí?—, se cuestionó, pero sus pies no retrocedieron. Fue entonces cuando algo llamó su atención: un libro negro en uno de los estantes más altos, que parecía emitir un leve resplandor.
—¿Qué es esto?—, murmuró Gala para sí misma mientras extendía la mano para tomarlo. Al contacto, una sensación de calidez y frío al mismo tiempo recorrió su cuerpo. El libro era pesado, pero su superficie era suave, casi sedosa.
Mientras observaba el libro, un susurro imperceptible llenó el aire: —Ábrelo—. Gala giró sobre sí misma, buscando el origen de la voz, pero estaba sola. —Estoy perdiendo la cabeza—, pensó, pero no podía ignorar la curiosidad que la consumía.
Cuando finalmente salió de la librería, el aire de Montpellier se sentía distinto, como si algo invisible la estuviera siguiendo. Mientras caminaba hacia su cabaña, la sensación de ser observada creció. —Esto es absurdo—, se dijo, tratando de convencerse de que solo era su imaginación. Pero cada sombra en el camino parecía moverse con vida propia, y un murmullo apenas audible flotaba en el aire.
Cuando llegó a su cabaña, Gala encendió velas para disipar la penumbra que inexplicablemente había invadido el espacio. Colocó el libro sobre la mesa y, después de un momento de duda, lo abrió. Las primeras páginas estaban en blanco, pero desprendían un leve resplandor que llenaba el espacio con una luz tenue y cálida. Luego, las palabras comenzaron a aparecer, como si alguien las escribiera en tiempo real.
—La oscuridad no siempre es enemiga; a veces, es la única guía hacia la verdad—, decía la primera frase. Gala sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. —¿Qué significa esto?—, pensó mientras pasaba las hojas. Las palabras narraban cosas que solo ella sabía: sus miedos, sus secretos, sus dudas más profundas. Pero también revelaban algo más, algo que no comprendía del todo: un camino que aún no había recorrido.
De repente, una página se iluminó más que las demás. Contenía un dibujo de una puerta, tallada en madera oscura, con intrincados grabados que parecían cobrar vida. Gala reconoció el diseño: era una puerta que había visto en sus sueños desde que era niña, siempre al final de un largo corredor en penumbras. Una frase apareció debajo del dibujo: "Atrévete a cruzar, pero no olvides que la luz y la oscuridad son una sola".
—Siempre pensé que mis sueños eran solo eso... sueños—, pensó Gala, con las manos temblando al pasar sus dedos sobre el dibujo. El sonido de un golpe la sacó de su concentración. Venía de la ventana. Al asomarse, no vio nada fuera de lo común, pero la sensación de inquietud no la abandonó. Volvió al libro, pero ahora estaba cerrado, como si nunca lo hubiera abierto. —Esto no puede ser real—, pensó mientras intentaba reabrirlo, sin éxito.
Algo había cambiado en el aire. La cabaña, que antes había sido su refugio, se sentía más como una prisión. Gala salió al bosque que rodeaba su hogar, llevándose el libro consigo. Mientras caminaba entre los árboles, la brisa susurraba palabras ininteligibles, y los ruidos del bosque se sentían más intensos, más cercanos. —¿Qué quieren de mí?—, pensó, apretando el libro contra su pecho.
Llegó a un claro donde la luz de la luna iluminaba un círculo perfecto. En el centro, había una estructura de piedra que no había visto antes. Parecía un altar, cubierto de musgo y rodeado por velas apagadas. Gala colocó el libro sobre la piedra, y las velas se encendieron al instante. La tapa se abrió por sí sola, revelando nuevamente la imagen de la puerta.
—Estás lista—, susurró una voz, suave como el viento, pero clara como un trueno.
Gala cerró los ojos, sintiendo el peso de las palabras. —No estoy lista—, pensó, pero sabía que no había vuelta atrás. El aire alrededor de Gala cambió. Ya no era sólo el misterio lo que la rodeaba; era la certeza de que, al cruzar esa puerta, nada volvería a ser igual.
La luna llena iluminaba el claro con su luz plateada, como una guía en la oscuridad que la rodeaba. Gala observó el libro abierto sobre el altar de piedra, y sus dedos temblaron al recorrer las palabras que aparecían, escritas con una calidez extraña que contrastaba con la frialdad del aire nocturno. El dibujo de la puerta volvió a brillar, más intensamente que nunca.
La voz susurrante que había escuchado antes no provenía de ninguna parte visible, pero la sensación de que algo la observaba se intensificó. Su corazón latía más rápido, no solo por el miedo, sino por una extraña fascinación, como si la puerta que el libro describía fuera el siguiente paso en su destino, una decisión que no podía evitar. —Atrévete a cruzar, pero no olvides que la luz y la oscuridad son una sola.—