El sol comenzaba a caer sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos que se desvanecían lentamente. Gala avanzaba con pasos decididos entre los árboles, su caminar ligero pero firme. Cada pisada parecía resonar con una energía que no había sentido antes, una fuerza que emergía desde lo más profundo de su ser. El aire del bosque acariciaba su rostro, y aunque el día se desvanecía, Gala no sentía miedo. Sabía que algo dentro de ella estaba cambiando, y era un cambio que no podía ignorar.
—Es curioso—, murmuró para sí misma, observando el cielo teñido de naranja y rojo. —Siempre creí que encontrar mi camino sería un proceso largo, pero nunca imaginé que todo sucedería tan rápido.—
Cuando llegó a un claro en el bosque, se detuvo y cerró los ojos. El viento susurraba entre los árboles, acariciando su piel mientras los últimos rayos de sol iluminaban su rostro. En ese instante, algo despertó en ella. Una chispa que había estado latente durante años se encendió con una fuerza imparable. Primero lo sintió en el pecho, luego en sus venas, hasta que invadió cada fibra de su ser. Era como si una llama ancestral hubiera comenzado a arder dentro de ella, iluminando todo lo que había permanecido en la oscuridad.
Había vivido una vida marcada por dudas y dificultades, pero ahora sentía que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Su conexión con el mundo natural, las visiones que había tenido durante su infancia, y el conocimiento heredado de su madre parecían cobrar vida con cada paso que daba. Ya no era solo una joven que había buscado la sanación; ahora algo más profundo se despertaba en ella.
Al llegar a un claro, Gala se detuvo y cerró los ojos, respirando hondo. El viento susurraba entre los árboles, trayendo consigo una sensación de calma y paz. Pero en su pecho, algo se movía, una chispa que crecía lentamente. Al principio, era solo un leve cosquilleo, pero pronto esa sensación se convirtió en una llama intensa.
—¿Qué es esto?—, se preguntó en voz alta, como si alguien pudiera responderle. Pero solo el silencio del bosque le devolvía la respuesta. Era un poder que no entendía completamente, pero que podía sentir en cada célula de su cuerpo.
Al abrir los ojos, la oscuridad comenzaba a ganar terreno, pero Gala no sintió miedo. En lugar de eso, la oscuridad parecía llenarse de una energía distinta, una energía que ahora podía dominar.
—Soy fuego—, susurró, sus palabras resonando en el aire. —Y este fuego es mío.—
La sensación creció en su pecho como una llamarada viva. La fiebre de este poder la envolvía, iluminando cada rincón de su ser, sin que nada ni nadie pudiera extinguirlo. Era algo ancestral, algo que había estado dormido dentro de ella durante años, esperando el momento adecuado para despertar.
Pero también comprendió algo más, una lección que le llegó en forma de una profunda verdad interna: el fuego, aunque transformador, tenía el poder de consumir todo a su paso si no se manejaba con cuidado. Este poder era un regalo, pero también una responsabilidad.
—No voy a dejar que me consuma—, se dijo en voz baja, mirándose las manos, como si al decirlo pudiera controlar lo que ocurría dentro de ella.
Con ese pensamiento en mente, Gala siguió su camino, avanzando con determinación. La oscuridad que se extendía frente a ella ya no era una amenaza; era solo otro paso en su camino. Y, al final, lo que realmente importaba no era lo que estaba por venir, sino lo que ella podía hacer con lo que ya tenía: su fuego, su poder interior.
Mientras caminaba, las sombras de los árboles se alargaban a su alrededor, pero en lugar de sentirse intimidada, Gala sonrió. El fuego en su pecho ardía más fuerte, más firme, como si le diera la fuerza para enfrentar cualquier cosa.
—Soy más fuerte de lo que creía—, pensó, sin dejar de caminar. —Y este es solo el principio.—
A lo lejos, el sonido de un río empezó a llegar a sus oídos, calmante y sereno. Gala se detuvo un momento, escuchando el murmullo del agua como una melodía natural que equilibraba el calor de su fuego. Sin saber por qué, sintió una necesidad de acercarse al agua. El río representaba algo que siempre había anhelado comprender: el equilibrio entre los opuestos. El agua, suave y fluida, y el fuego, ardiente y destructivo. ¿Cómo podían coexistir?
Se acercó al borde del río, el agua iluminada por la luz tenue de las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. El contraste entre el agua fría y el calor que emanaba de su pecho era sorprendente, pero no sentía que uno pudiera apagar al otro. En lugar de eso, algo dentro de ella comenzó a entender que ambas fuerzas debían coexistir.
—Si el fuego puede sanar, también puede destruir—, dijo Gala en voz baja, como si lo estuviera recordando a sí misma. —Pero el agua... el agua suaviza. Quizá, si soy capaz de combinar ambas fuerzas, podré encontrar mi verdadero propósito.—
Sumergió los dedos en el agua, sintiendo el frío recorrer su piel. Aquel contraste la hizo reflexionar sobre lo que había aprendido en su vida: que no todo es blanco o negro, que las fuerzas opuestas, aunque a menudo se temen, son necesarias para el equilibrio.
—Quizás esto es lo que significa ser completa—, pensó, mientras sus ojos se fijaban en el flujo constante del río. —Aceptar lo que soy en su totalidad: el fuego y el agua, la pasión y la serenidad.—
Gala sonrió para sí misma, comprendiendo que su viaje no era solo físico, sino un viaje hacia su interior, hacia la aceptación plena de quién era. Y mientras observaba cómo el agua se deslizaba suavemente sobre las piedras, comprendió que, como el río, su vida no seguiría un camino recto. Había momentos de calma y momentos de ardor, pero todos eran necesarios.
—El fuego puede guiarme—, murmuró, —pero el agua me enseñará a fluir.—
Con una última mirada al río, Gala se levantó, sintiendo el poder de ambos elementos en su interior. Ya no era la misma persona que había entrado en ese bosque. Ahora, entendía que su fuego no solo era una fuerza destructiva, sino también una fuente de vida y creación.