La Sombra de los Guardianes Perdidos

Capítulo 9: Alquimia

El viento soplaba con suavidad entre los árboles, haciendo que las hojas caídas crujieron bajo los pies de Alquimia. Sus ojos verdes, llenos de sabiduría y misterio, brillaban bajo la luz de la luna mientras caminaba por el bosque. Era una figura enigmática, una mujer de piel cálida, adornada con pecas suaves que le daban un aire juvenil, y un cabello oscuro, rizado, que tenía como mechas de color verde esmeralda. Sin embargo, su mirada mostraba un alma profunda y herida, marcada por un dolor que nunca había logrado comprender del todo.

A pesar de su belleza, Alquimia era una mujer que había conocido el desamor de cerca. Desde pequeña, había aprendido a vivir entre las sombras del sufrimiento, buscando respuestas en los rincones más oscuros de su ser. Su vida había sido una constante lucha contra la melancolía, pero en su interior siempre había una chispa, una energía creativa que la mantenía viva: la escritura y los hechizos que tanto amaba. Estas eran sus armas, sus herramientas para intentar transformar su dolor en algo tangible.

Desde su más tierna infancia, tuvo la certeza de que su destino estaba marcado por el sufrimiento y la desdicha. Nacida en un pequeño pueblo donde la magia se había desvanecido, fue testigo de la decadencia de un mundo que una vez fue próspero y lleno de esperanza. Criada en la sombra del desamor y la desesperación, descubrió desde temprano el poder de la desilusión y la amargura que anidaban en lo más profundo de su ser.

Su vida transcurrió entre las sombras de la desesperanza y los ecos del desamor, buscando en vano una cura para el dolor que la consumía. A pesar de sus esfuerzos, cada intento por encontrar la luz en la oscuridad parecía sumergirse más profundamente en la penumbra de su propio sufrimiento.

Una tarde, mientras estaba sentada en su estudio rodeada de libros antiguos y velas encendidas, Alquimia movía la pluma sobre el pergamino, concentrada en la escritura de un hechizo que esperaba pudiera traerle alguna forma de paz. Las palabras fluían con naturalidad, pero con cada línea escrita, el dolor en su corazón se intensificó, como si la magia misma fuera una extensión de su sufrimiento.

Tomó una pausa y miró el amuleto de ónix que descansaba sobre la mesa. Sentía su peso en la mano, un recordatorio de las lecciones que había aprendido en su búsqueda de la luz. Cerró los ojos y comenzó a recitar en voz baja un conjuro de sanación, un hechizo que, en teoría, podría liberar su alma del dolor. Pero, en el fondo, sabía que la verdadera magia no residía en las palabras o en los amuletos; residía en ella misma.

A medida que las sombras danzaban a su alrededor, comenzó a comprender algo crucial: la luz que buscaba no estaba fuera de ella. Debía aprender a transformar su dolor en poder. Lo comprendió de inmediato: su sufrimiento no debía seguir siendo su prisión. El dolor, que tan amargamente había rechazado, debía convertirse en la chispa que encendiera su poder interior. No podía seguir buscando el amor fuera de sí misma; su fuerza no provenía de los demás, sino de su propia alma.

Sintió que esa revelación la despertaba de su propia oscuridad. No había necesidad de huir más; debía enfrentar su dolor y transformarlo en una parte de sí misma. El poder que había estado buscando, no en los hechizos ni en los amuletos, sino en su interior, comenzaba a resurgir.

Con renovada determinación, se levantó de su mesa, tomó el amuleto de ónix y lo sostuvo con fuerza. Ya no estaba sola en su viaje, no porque necesitara a alguien más, sino porque había encontrado algo mucho más poderoso: la capacidad de transformar su sufrimiento en fuerza. Dejó atrás el miedo al desamor y aceptó que, incluso en la oscuridad, siempre hay una oportunidad para encontrar la luz.

El camino que tenía por delante no sería fácil, pero sabía que este sería el primer paso para crear una nueva realidad. Con cada hechizo que creara, con cada pensamiento que transformara, el dolor se convertiría en la base de su arte, en la esencia misma de su poder.

Con el amuleto de ónix apretado entre sus manos, Alquimia respiró profundamente, sintiendo cómo la energía en su interior comenzaba a cambiar. Estaba acostumbrada a la quietud de su estudio, al silencio que la envolvía mientras se sumergía en el mundo de los hechizos y la escritura. Pero esa noche era diferente. Algo en el aire, en la forma en que la luna iluminaba su habitación, le decía que algo estaba por suceder.

Se levantó y caminó hasta la ventana, dejando que la brisa fría acariciara su rostro. Observó el reflejo de la luna en el lago cercano, la imagen distorsionada de la que se sentía tan cercana y, a la vez, tan distante. Sus ojos verdes se entrecerraron, como si buscara una respuesta en la quietud del agua.

—¿Qué es lo que necesito, realmente?—murmuró para sí misma, mientras su mente se inundaba de dudas.

Paseó de un lado a otro en su estudio, revisando antiguos grimorios, buscando algo que la guiara. Pero todo parecía tan lejano, como si las palabras de los libros fueran ecos de otros tiempos, de otros lugares. Cerró uno de los libros con frustración.

—¿Qué más hay? ¿Qué me falta?—

De repente, la habitación pareció hacerse más oscura, la luz de las velas parpadeó y un leve crujido resonó en el aire. Alquimia se detuvo en seco. No era un sonido desconocido para ella, pero aún así, la sensación de la presencia de alguien o algo diferente la sobresaltó. El aire a su alrededor se cargó de una extraña energía. Sintió como si las sombras mismas la rodearan, y su corazón latió con fuerza.

Y entonces, sin previo aviso, una figura apareció ante ella. Alta, con un porte imponente, y la luz de las velas reflejada en su cabello plateado como si fuera una cascada de seda. Sus ojos eran como espejos, reflejando lo más profundo de su ser. Alquimia, sorprendida, no pudo evitar parpadear ante la aparición, reconociendo inmediatamente la presencia que emanaba de él.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 24.06.2025

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