La Sombra de los Guardianes Perdidos

Capítulo 11: Susurros de Alas Perdidas

La oscuridad se espesó aún más, como si el mundo entero reconociera su determinación. Alquimia caminó hacia lo desconocido, cada paso más firme que el anterior, sintiendo el peso de las sombras y la suavidad del viento como una bendición. En su corazón, un fuego helado comenzó a encenderse, una llama alimentada por la promesa de un poder profundo y sin restricciones.

De repente, un susurro más se coló en el aire, una risa que no pertenecía a Sam. Era una voz diferente, una presencia completamente ajena, que parecía surgir de la misma oscuridad que la rodeaba. Alquimia se detuvo, su cuerpo tenso, y sus ojos se entrecerraron.

La figura ante ella era difusa, flotando como una marioneta rota, con hilos que se estiraban y se retorcían en el aire, desintegrándose en la nada. Esta criatura no tenía forma definida, pero su presencia era inconfundible, como un vacío que absorbía la luz a su alrededor. Sam había dicho que su destino no estaba en el amor, pero esa figura frente a ella hablaba de algo mucho más antiguo: el desamor mismo, el vacío profundo que había sido su compañero durante tantos años.

—¿Quién eres? —preguntó Alquimia, su voz temblando ligeramente mientras la figura se deslizaba hacia ella.

La marioneta flotó más cerca, los hilos invisibles en el aire apenas rozando su piel, enviando un escalofrío por su columna. La figura habló, su voz como una marea distante, llena de ecos rotos y de promesas olvidadas.

—Soy Sam en su forma más pura, en su esencia más antigua. El desamor, Alquimia, no es solo un vacío. Es una fuerza que consume y redefine. Tú ya conoces la oscuridad, pero ahora es momento de conocer la soledad definitiva.

Alquimia sintió la presión en su pecho, como si el aire alrededor se hubiera espesado. El poder que Sam le había prometido parecía alejarse, transformándose en algo más sombrío, algo que no podía controlar.

—Lo que tú llamas libertad —prosiguió la figura, su tono más grave, casi hipnótico—, es una ilusión. El desamor te consume lentamente, te convierte en algo menos que humano, en un ser que solo puede vagar por la eternidad, buscando algo que nunca podrá ser alcanzado.

Alquimia se mantuvo firme, luchando contra el deseo de ceder. Había pasado tanto tiempo buscando respuestas, pero ahora sabía que debía ser más que una marioneta atrapada en los hilos del destino.

—No voy a ceder —dijo, su voz más fuerte, retumbando en el aire—. No importa lo que me digas. Yo soy más que el desamor. Soy quien elijo ser.

La figura de la marioneta se deshizo en una niebla densa y oscura, disipándose en el aire como un sueño perdido. Alquimia dio un paso más, su mirada fija en el horizonte, donde la oscuridad comenzaba a desvanecerse, revelando una nueva luz, un camino que solo ella podía elegir.

Sam había intentado moldearla, convertirla en algo más, algo menos humano. Pero Alquimia había visto más allá de sus palabras, más allá de su influencia. Ahora entendía que el verdadero poder no residía en la manipulación de los sentimientos, sino en la capacidad de crear su propio destino, sin depender de lo que otros esperaban de ella.

—Voy a forjar mi propio camino —dijo en voz baja, con una convicción que resonó en su interior.

Y así, con la figura de Sam desvaneciéndose en el olvido, Alquimia siguió adelante, avanzando hacia un futuro que solo ella podría escribir. Las sombras la rodeaban, pero ya no sentía miedo. Su corazón estaba libre, y su destino, por fin, era suyo.

Mientras Alquimia avanzaba en su viaje hacia el futuro, su corazón palpitaba con una mezcla de determinación y libertad. Cada paso que daba la alejaba de su pasado, pero una parte de ella sentía que algo importante aún estaba por suceder. La niebla que se levantaba ante ella no era solo del mundo que conocía; algo en su interior se removía, un llamado silencioso, una sensación de que su destino aún no se había revelado por completo.

De repente, entre la bruma, una figura emergió. Un ser imponente, con un rostro sereno y ojos que reflejaban las estrellas. Sus alas blancas como la nieve se desplegaron con una majestuosidad que hizo que el aire a su alrededor se volviera más denso, más pesado.

—¿Quién eres? —preguntó Alquimia, con una mezcla de curiosidad y cautela. Sabía que todo en ese lugar tenía un propósito, y esa aparición no era una coincidencia.

—Soy Raphaël, el Guardián del Más Allá —respondió la figura, su voz suave pero resonante, como el eco de una melodía celestial. —He venido a ofrecerte una guía, a mostrarte el camino que pocos pueden ver.

Alquimia lo miró fijamente, sintiendo que algo en él resonaba profundamente en su alma. Su presencia no era invasiva, pero sí poderosa.

—¿El camino hacia qué? —preguntó, intentando comprender lo que significaba esa oferta. Su vida había sido un enigma, siempre buscando respuestas, pero nunca completamente convencida de que las encontraba.

Raphaël alzó una mano, y en su palma brilló una pequeña estrella, como un reflejo del tatuaje que adornaba su frente. La luz parecía danzar, creando símbolos que Alquimia no reconocía pero que sentía familiares.

—El camino hacia la paz, hacia la trascendencia. He sido enviado por aquellos que habitan más allá de este mundo. La vida es solo una parte de lo que existe, y tú, Alquimia, eres más que la sumatoria de tus experiencias terrenales. Hay algo más grande esperándote.

Alquimia frunció el ceño, intrigada. Durante tanto tiempo había caminado sola, buscando respuestas en las sombras, luchando con su propio destino. ¿Qué más podría haber más allá de lo que ya conocía?

—¿Y cómo sabes lo que necesito? —preguntó, sin poder evitar una leve desconfianza en su voz.

Raphaël la miró con una expresión de calma infinita.

—Porque he visto lo que llevas dentro. Tu dolor, tus dudas, tu lucha. He estado observando el camino que has recorrido, y entiendo lo que te impide avanzar. Lo que necesitas no es otra respuesta, Alquimia. Necesitas liberar lo que aún te ata, lo que aún te retiene de ser quien verdaderamente eres.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 24.06.2025

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