Patricio Leecrair no siempre había sido el brujo que ahora asombraba con sus lecturas y su presencia magnética. Su historia comenzó en una pequeña villa rodeada de colinas, un lugar hermoso pero austero. Era el hijo menor de tres hermanas en un hogar lleno de expectativas, donde su singularidad se percibía como una rareza. Desde la infancia, Patricio se sintió diferente, un forastero en su propia casa.
Mientras sus hermanas se enfocaban en estudios y trabajo, él hallaba refugio en los bosques cercanos. Caminaba entre los árboles, sintiendo que solo ellos lo comprendían. —Las flores son mis amigas, y los árboles, mis confidentes—, susurraba para sí mismo. La práctica vida familiar dejaba poco espacio para lo mágico, y su madre, Julia, intentaba enderezarlo. —Patricio, debes concentrarte en tareas útiles. Las fantasías no alimentan a nadie-. Pero él sabía que su destino estaba más allá de lo ordinario.
Un día, tras una discusión, se adentró más en el bosque de lo habitual. Allí, bajo un árbol antiguo, halló un libro cubierto de polvo y telarañas titulado —El Arte de la Magia—. Al leerlo, sintió que cada palabra despertaba algo en su interior. —La magia es la chispa de la creación—, decía una página. Se aferró a esas ideas, aunque su familia no compartiera su entusiasmo. Cuando su hermana mayor, Claire, descubrió el libro, se burló: —¿Aún sueñas con ser un mago? Eso es absurdo—. Patricio, con desafío, respondió: -Quizás un día entiendas-.
Su búsqueda de respuestas se volvió más intensa. Oía historias de hechiceros y seres que veían más allá del velo de la realidad. Una noche de luna llena, en un claro que nunca había visto antes, encontró una fuente de agua cristalina. Al mirar su reflejo, una voz susurró su nombre: —Patricio... tu destino te espera—. Cerró los ojos y una energía recorrió su cuerpo. —Estoy listo—, murmuró.
Poco después, recibió un amuleto de un anciano desconocido. —Este amuleto te guiará—, le dijo el hombre con una sonrisa enigmática. Patricio lo llevó consigo siempre, sintiendo que conectaba con fuerzas antiguas. Conforme crecía, se alejaba más de la vida convencional de su familia y más hacia lo místico. Su destino se selló el día que encontró una extraña tienda en una calle apartada del pueblo.
Al entrar, lo envolvió el aroma de incienso y hierbas secas. Libros polvorientos y objetos arcanos llenaban las estanterías. Un anciano tras el mostrador lo observó. —¿Te atraen las cartas?—, preguntó, y le entregó un mazo envuelto en terciopelo negro. —Son puertas hacia lo que los ojos comunes no ven—. Al tocarlo, una energía lo recorrió. Sabía que ese era su siguiente paso.
Pasó meses estudiando las cartas, hasta que comenzó a hacer lecturas en la tienda. Pronto, la gente acudió en busca de respuestas. Su reputación creció, y la tienda se convirtió en su santuario. Su mentor, Bastian, observaba su progreso con atención. —¿Estás listo para aceptar el misterio de la magia?—, preguntó una tarde. Patricio asintió sin titubear. -Quiero comprender y ayudar a los demás-.
Bastian sonrió, pero su mirada se tornó seria. —Entonces, es hora de que aprendas a protegerte. No todos vendrán a ti con buenas intenciones—. Patricio sintió el peso de esas palabras. Su camino en la magia apenas comenzaba.
Los días en la tienda se convirtieron en noches largas de estudio. Patricio memorizaba símbolos, interpretaba sueños y descifraba la energía de cada carta. Su conexión con la magia se fortalecía, pero también lo hacía su intuición. Comenzó a notar que algunos clientes no venían solo por respuestas, sino por algo más... algo que ni siquiera ellos entendían.
Una tarde, una mujer de cabello trenzado y ojos grises entró en la tienda. Su aura era densa, como si estuviera atrapada entre dos mundos.
—Quiero una lectura —dijo, dejando caer unas monedas sobre la mesa.
Patricio asintió y barajó las cartas. Cuando colocó la primera, un escalofrío recorrió su espalda. El Arcano XIII. Muerte. No era un mal augurio, sino un cambio inminente.
—Estás a punto de dejar algo atrás —murmuró.
La mujer lo miró fijamente.
—No es algo. Es alguien.
Patricio sintió el peso de esas palabras. A medida que avanzaba en la lectura, comprendió que la mujer llevaba consigo un espíritu aferrado a su existencia. No lo veía, pero lo sentía.
—Alguien no quiere soltarte —dijo en voz baja.
La mujer se estremeció.
—¿Puedes ayudarme?
Patricio nunca había intentado una liberación espiritual, pero supo que era el momento. Bastian lo había preparado para ese instante.
Esa noche, encendió velas y marcó el suelo con un círculo de protección. La mujer cerró los ojos mientras él recitaba un conjuro aprendido en los textos antiguos. El aire en la tienda se tornó denso, como si el espacio mismo contuviera la respiración.
—Quien está atado, que encuentre su camino —susurró.
El viento apagó las velas de golpe. La mujer jadeó y se agarró el pecho. Patricio sintió la energía liberarse como un suspiro de alivio.
Cuando todo terminó, la mujer abrió los ojos con una paz que antes no tenía.
—Se ha ido —dijo, y en su voz no había duda.
Patricio supo entonces que su destino no solo era leer el futuro, sino ayudar a quienes estaban atrapados en su propio pasado.
Con el tiempo, su fama creció. Más personas acudían a él, no solo por curiosidad, sino por necesidad. Aprendió a leer más allá de las cartas: en las miradas, en los silencios, en los miedos no expresados.
Pero con la luz, también llegó la sombra. Una noche, mientras cerraba la tienda, sintió una presencia. No era un cliente. No era un espíritu errante. Era alguien que lo observaba desde el otro lado de la calle.
Un hombre de túnica oscura, con un rostro oculto bajo la capucha.
—No deberías jugar con fuerzas que no comprendes —dijo la voz del desconocido.
Patricio sintió un escalofrío, pero mantuvo la calma.
—Comprendo más de lo que crees.