La Sombra de los Guardianes Perdidos

Capítulo 16: El encuentro con Patricio

Martín avanzaba por las calles desiertas, el eco de sus propios pasos resonando en la quietud de la noche. Las luces parpadeaban tenuemente a lo lejos, pero la ciudad parecía dormir. Su mente, sin embargo, estaba lejos de encontrar descanso. Se sentía atrapado, como si algo lo empujara a buscar algo más allá de lo visible, más allá de las respuestas convencionales. La angustia en su pecho lo ahogaba, pero no sabía cómo liberarse de ella.

Las sombras de la noche se alargaban con cada paso que daba, y la quietud del ambiente lo envolvía, creando una sensación casi irreal. A medida que cruzaba las calles desiertas, el susurro del viento era lo único que rompía el silencio. Martín no podía dejar de pensar en todo lo que había perdido, en todo lo que no lograba entender. Algo dentro de él lo impulsaba a buscar respuestas, pero no tenía idea de dónde comenzar.

Cruzó varias esquinas, cada paso más errático, como si algo invisible lo guiara. La sensación de ser observado crecía, una presión en el aire que lo envolvía. La ciudad parecía vacía, pero algo en las sombras lo hacía sentir que no estaba solo. No podía decir por qué, pero el aire se volvía más pesado, más denso. La confusión en su pecho lo acompañaba, y todo lo que deseaba era encontrar alguna forma de aliviarla, aunque fuera solo por un momento.

El sonido de sus zapatos chocando contra el asfalto lo acompañaba en su camino, y mientras más caminaba, más se sumergía en la oscuridad de la ciudad. Pero entonces, al doblar una esquina, encontró lo que buscaba, aunque no sabía exactamente qué era. Una vieja casona en el centro de la ciudad, con sus ventanas cubiertas por cortinas de terciopelo oscuro, se alzaba frente a él como un espectro de otro tiempo. El olor a incienso y hierbas flotaba en el aire, impregnando sus sentidos. La casa parecía estar esperando su llegada.

Empujó la puerta de madera con cautela, y al hacerlo, la entrada crujió, como si hubiera estado cerrada durante años. Adentro, la penumbra solo era interrumpida por la luz temblorosa de velas esparcidas por toda la habitación. Los muebles de madera antigua parecían estar sumidos en un sueño eterno, y el ambiente se sentía cargado, denso. Una figura solitaria estaba parada en la habitación, apenas visible en la sombra.

Patricio Leecrair. Un hombre con una presencia imponente y una mirada insondable. Martín lo observó, y un escalofrío recorrió su espalda. No era la primera vez que sentía esa presencia, esa sensación de que ya lo conocía. La ligera sonrisa de Patricio mostraba que él sabía algo que Martín aún no entendía.

—Sabía que vendrías —dijo Patricio con voz tranquila, pero con un tono de certeza. Como si hubiera estado esperando este momento. Como si supiera que Martín estaba perdido, buscando respuestas, y que la única forma de hallarlas era en ese lugar.

Martín se sintió incómodo bajo la mirada penetrante de Patricio, pero no retrocedió. Era como si su presencia allí fuera inevitable, como si todo lo que había hecho hasta ese momento lo hubiera llevado hasta esa habitación. La figura de Patricio lo observaba con calma, sin apuro. Sabía que el tiempo no tenía importancia allí.

—Tienes demasiadas preguntas —continuó Patricio—, y ya es hora de que encuentres algunas respuestas.

Martín se sentó frente a él, el silencio entre ellos era denso, cargado de una expectativa que no comprendía. Era como si algo dentro de él comenzara a despertarse, pero aún no podía entender qué. Patricio comenzó a mezclar las cartas del tarot con movimientos precisos, casi ceremoniales. La luz de las velas parpadeaba con cada giro de su muñeca. El aroma del incienso llenaba el aire mientras las cartas se mezclaban, una y otra vez. Finalmente, Patricio detuvo las cartas y las extendió sobre la mesa. Las cartas no eran simples, tenían algo más, algo que no podía definir, pero que sabía que cambiaría todo para él.

Patricio asintió, comprendiendo el dolor de Martín. Sin decir más, trazó un círculo en el aire y comenzó a recitar en voz baja, aunque firme, una invocación:

—Abrimos círculo de protección —dijo, su voz vibrando en el espacio, llenándolo de una energía antigua y poderosa—. Invocamos a todos los entes, deidades, espíritus y seres que quieran convivir en paz y armonía. Estamos en un tiempo que no es un tiempo, en un día que no es un día, en un lugar que no es un lugar. Ante el velo de los misterios, por favor protégenos en nuestra travesía mágica y ayúdenos a encontrar las respuestas que estamos buscando. El círculo ha sido creado y nunca perturbado.

—Las respuestas no siempre están donde creemos —murmuró Patricio, con tono enigmático—. A veces, las cartas revelan lo que nos negamos a ver. Y tú, Martín, necesitas ver lo que has estado evitando.

Con esos palabras, Patricio colocó la primera carta sobre la mesa: El Colgado.

—Estás atrapado en tu propio dolor —dijo Patricio, como si hubiera estado esperando esta revelación—. Aferrado a lo que ya no es, negándote a soltar lo que ya no te pertenece.

Martín tragó saliva. Las palabras de Patricio le calaron hondo. Era cierto. Sabía que se había quedado estancado en un pasado que no podía cambiar, un pasado que lo consumía. Pero no sabía cómo liberarse de él. Las cartas parecían hablarle directamente a su alma, como si supieran todos sus temores, todos sus anhelos.

La segunda carta era La Torre.

—El cambio viene —continuó Patricio, sin perder su tono tranquilo—. Puedes resistirte o aceptarlo, pero no puedes evitarlo.

Martín miró la carta, viendo el rayo que la destruía, el derrumbe de una estructura que hasta ese momento le había dado seguridad. La torre destruida simbolizaba algo en su vida que también debía desmoronarse. Algo que ya no servía, que ya no podía sostener más. El cambio era inevitable.

La última carta fue El Mundo.

—El cierre de un ciclo —dijo Patricio—. El final de algo, pero también un nuevo comienzo. Esta carta es el principio de algo que ni siquiera sabes que te espera, pero que es necesario.



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En el texto hay: fantasia, amor, magia

Editado: 24.06.2025

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