El sol ya comenzaba a ocultarse, tiñendo de anaranjado el cielo que se reflejaba en las calles de la ciudad. Gala caminaba sola por una de las plazas, sus pasos resonando en el silencio del lugar. Aquel día había sido extraño, lleno de descubrimientos y emociones confusas, pero algo le decía que todo lo que había vivido hasta ese momento la había preparado para algo aún más grande, algo que estaba por llegar.
Martín, por otro lado, ya se encontraba en la plaza. Había llegado un poco antes de lo previsto, por la simple razón de que necesitaba procesar lo que había pasado en las últimas horas. La tienda de Patricio, las respuestas que aún no lograba comprender del todo... Todo parecía girar a su alrededor como un torbellino. Martín sacó su cuaderno, como solía hacer, y comenzó a dibujar lo que veía a su alrededor, lo que sentía y lo que escuchaba en su mente. Cada trazo era una forma de procesar la realidad, como un escape para entender lo inexplicable.
Alquimia, como siempre, había estado presente desde el principio. Su presencia, misteriosa y enigmática, era una constante en la vida de Martín, pero este era el primer momento en el que se encontraría con Gala, la última pieza del rompecabezas que hasta ahora había sido incompleto. Alquimia, la bruja hechicera, observó desde las sombras, su mirada perceptiva y profunda como si pudiera ver lo que no era visible a simple vista.
Gala, al ver a las dos figuras que la esperaban, se acercó lentamente, sintiendo una mezcla de aprensión y curiosidad. Sabía que este encuentro era importante, algo que marcaría el rumbo de todo lo que había vivido hasta ahora.
Martín fue el primero en hablar, un tanto incómodo, sin saber cómo empezar.
—Hola, soy Martín —dijo con una ligera sonrisa, extendiendo la mano hacia Gala. —Creo que ya sabes quién soy, aunque no hemos tenido la oportunidad de conocernos bien.
Gala lo miró, la duda reflejada en sus ojos. Era un momento extraño, pero algo en su interior le decía que esta conexión con Martín, con Alquimia, era más que una simple coincidencia.
—Sí, te conozco —respondió Gala, estrechando su mano con una firmeza que reflejaba su determinación, aunque aún cargaba con la incertidumbre que rondaba en su mente—. Aunque en realidad no sé qué hacer con todo esto.
Alquimia, que había estado observando el intercambio en silencio, finalmente intervino.
—Todo es confuso al principio —dijo con su voz profunda y serena. Sus ojos parecían ver más allá de lo evidente—. Pero pronto entenderás que no hay coincidencias aquí. Estamos todos conectados, por algo más grande.
Martín asintió, consciente de las palabras de Alquimia. Había aprendido a confiar en ella, pero algo seguía rondando su mente. No todo encajaba del todo, pero sentía que la verdad estaba a punto de revelarse.
—Lo que Alquimia dice es cierto —dijo Martín, mirando a Gala con una mezcla de seriedad y empatía—. No estás sola en esto. Todos tenemos algo que aprender unos de otros, y juntos podemos encontrar la manera de afrontar lo que está por venir.
Gala los miró, con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Nunca había sentido un vínculo tan fuerte con alguien en tan poco tiempo. No podía comprender aún el alcance de lo que estaba por suceder, pero de alguna manera, sentía que las piezas estaban encajando. Como sanadora, sabía que había algo profundo en su conexión con ellos. Algo que no podía entender completamente, pero que la impulsaba a confiar.
Alquimia, siempre enigmática, dio un paso hacia adelante, como si quisiera marcar el inicio de algo que trascendería lo que habían hablado hasta ese momento.
—Lo que hemos descubierto hasta ahora es solo la punta del iceberg —dijo en un susurro, como si temiera que el viento llevara sus palabras. —Lo que está por venir es mucho más grande y más oscuro de lo que podemos imaginar. Y no podemos enfrentarlo si no estamos unidos.
Martín, mientras tanto, seguía dibujando frenéticamente en su cuaderno, capturando cada palabra, cada sentimiento, cada susurro. Era la única forma en que podía procesar todo lo que estaba sucediendo. La magia, la conexión entre ellos, el misterio. Todo debía quedar plasmado en sus dibujos, como un mapa que algún día podría ayudarles a encontrar respuestas.
Gala, aunque aún llena de dudas, sintió una chispa de esperanza al escuchar las palabras de Alquimia. Un sentimiento de unidad se empezó a gestar en su interior, aunque sabía que el camino por recorrer no sería fácil. Como sanadora, tenía la habilidad de sentir las emociones y energías de los demás, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que su propósito podía alinearse con algo más grande que ella misma.
—¿Y qué debemos hacer ahora? —preguntó Gala, su voz suave pero decidida. Estaba dispuesta a seguir, aunque el miedo seguía acechando su corazón.
Martín sonrió, ahora más confiado, sabiendo que la respuesta a esa pregunta solo la encontrarían juntos.
—Lo primero es unirnos. Si lo hacemos, lo que venga no nos detendrá —dijo con firmeza.
Alquimia asintió, y sus ojos reflejaron una tristeza que no pudo ocultar.
—Y debemos estar preparados para lo que sea que venga. El futuro es incierto, pero si estamos juntos, nada podrá quebrarnos.
Gala los miró, sintiendo el peso de sus palabras, pero también una creciente sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola en su lucha. El vínculo que los unía era tan fuerte como lo que se avecinaba, y sabía que solo juntos podrían enfrentar lo que se avecinaba.
Un sonido suave interrumpió el momento: el crujir de ramas, como si algo se moviera en la oscuridad.
Martín se tensó, y Alquimia frunció el ceño, como si presintiera algo.
—No estamos solos —dijo Alquimia, su voz baja y grave.
De repente, una figura emergió de las sombras, su presencia imponente pero serena. No era Patricio, como Gala había esperado. Era algo más, algo que sentía mucho más antiguo, mucho más sabio.