La noche estaba en su apogeo, y la cámara del palacio reverberaba con las risas alegres y los ecos de las conversaciones animadas que flotaban en el aire como notas de música. En su apogeo, la exposición “Voces en color” había convertido el recinto en un vibrante caleidoscopio de emociones. El arte de Isabel desbordaba pasión, una conexión palpable que unía a quienes se habían acercado a ver sus obras. Sin embargo, en medio de la celebración, el horizonte se oscurecía, y las nubes de un conflicto inminente comenzaban a formarse.
La figura de Fernando de Haro, su prometido, se alzaba en la entrada del vasto salón, como un rayo de tormenta al acecho. Su mirada se mantenía fija en Isabel, que, embelesada en el arte de la vida y la profundidad de sus colores, no se había percatado del peligro que la acechaba. La ira contenida en su rostro era un presagio de una tempestad que estaba por desatarse.
Isabel, absorta en la calidez de la energía que la rodeaba, sintió una corriente electrizante que atravesó el ambiente cuando se encontró con Álvaro. En el corazón de la celebración, él se acercó, admirando su obra, como un símbolo de la lucha y el amor que habían brotado en las últimas semanas.
“Isabel, cada uno de tus lienzos es un acto de valentía,” dijo con sinceridad. “Has capturado la esencia de la lucha de tantas mujeres y de tu propia verdad. Te has convertido en un faro de esperanza.”
“Gracias, Álvaro,” respondió, permitiéndose sonreír mientras su corazón se llenaba de gratitud y orgullo. “No podría haberlo hecho sin tu apoyo. Siempre has creído en mí, incluso cuando mi propia voz se desvanecía.”
En ese preciso momento, mientras compartían miradas intensas y sonrisas cómplices, una sombra oscura se acercó, y Fernando irrumpió en la conversación. Su tono era helado, su presencia demandando atención. “¿Es este el respectivo espectáculo que te enorgullece, Isabel? ¿Hacer públicas tus desavenencias con nuestra familia?”
La tensión en el aire se tornó palpable. La multitud había comenzado a girar sus miradas hacia ellos, un susurro colectivo reverberando en la atmósfera. Isabel sintió que el fuego de su valentía comenzaba a enfriarse ante la autoridad de Fernando, y un nudo se formó en su garganta.
“Fernando, no es un acto de rebeldía, sino de voz,” intentó explicarle, aunque sentía que cada palabra que pronunciaba se deslizaba hacia la futilidad.
“¿Voz?” exclamó él, sus ojos afilados como un cuchillo. “Lo que estás haciendo es una falta de respeto a nuestra familia. Te has colocado en una posición ridícula, como si pudieras desafiar mis derechos y expectativas.”
Isabel sintió cómo el dolor se intensificaba en su pecho. Cada palabra de Fernando era como una lanza que penetraba en su espíritu, y la multitud parecía esperar en un silencio sepulcral. “Solo estoy expresando mi deseo de ser escuchada, de ser más que un adorno en la corte. Tú también deberías entender…”
“Entender qué? ¡Tu locura!” cortó Fernando, interrumpiéndola con furia contenida. “Tienes un deber que cumplir. La historia no te recompensará por ser una artista, pero sí te recompensará por ser una esposa obediente. No olvides que tu papel es quedarte a mi lado, fortaleciendo nuestras alianzas.”
Isabel sintió que su rabia comenzaba a brotar, un fuego que había alimentado en su interior por tanto tiempo. “¡La historia será quien cuente la verdad de nuestro tiempo!” gritó, su voz resonando con la ferocidad de su convicción. “No me someteré a ser solo lo que dictan los hombres. No seré una sombra; seré una voz, y el arte será mi alianza.”
El murmullos en la multitud se intensificaron, algunos aplaudiendo la valentía de Isabel, pero otros prudentes en su juicio. En el fondo de su ser, sabía que lo que había dicho podía desencadenar un conflicto devastador, pero cada fibra de su ser exigía ser libre.
Sin embargo, Fernando no se dejó amedrentar por la tensión creciente. Su mirada amenazante reflejaba una combinación peligrosa de celos y orgullo. “Si te empeñas en seguir este camino, te aseguro que no podrás escapar de las consecuencias. Y ten por seguro que yo no seré el único en molestarse por tu desobediencia.”
El aire se volvió pesado a su alrededor, y la multitud comenzó a murmurarse entre sí, sorprendida por la confrontación que se desarrollaba ante sus ojos, como si el drama de la vida misma estuviera revelándose de maneras inesperadas. Isabel sabía que eso podría convertirse en un escándalo que podría dañar tanto su reputación como la de su familia.
Pero, en el fondo de su alma, un profundo resentimiento comenzó a gestarse ante la idea de un matrimonio que servía solo como un automóvil para el poder y el control. El miedo a las posibles consecuencias de su desobediencia no la detendría esta vez. Mientras las sillas del palacio sonaban bajo el peso de la tensión, ella se dio cuenta de que la oscuridad comenzaba a nublar su visión, y, al mismo tiempo, sentía que se abría una luz en su interior.
En lo más profundo de su ser, Isabel se sintió simultáneamente liberada y amedrentada. Álvaro, que había estado observando el intercambio, dio un paso hacia adelante, haciéndose presente como una fortaleza a su lado. “Fernando, este no es el lugar ni el momento para amenazar a Isabel. Sus sueños y su voz son dignos de respeto. La mujer que amas merece ser escuchada.”
Un murmullo de aprobación se extendió por el aire, y la figura de Álvaro se erguía con firmeza, un guerrero en la lucha por la verdad. Isabel sintió que el apoyo de Álvaro la abastecía de valor, y su corazón palpitaba al entender que había personas dispuestas a defenderla, no solo en el amor, sino en la lucha por una causa mayor.
Fernando, ante la creciente presión de los que los rodeaban, se contuvo. Si bien su mirada era de furia, el aviso de la multitud comenzó a calar hondo. Con un último destello de ira, giró sobre sus talones y salió de la sala, dejando atrás un aire pesado que penetró en el espacio como una sombra que no lograba disiparse.
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novela histórica con romance y drama, vida en la corte e intrigas politicas, traición y luz de un amor perdido
Editado: 12.12.2025