La Sombra Del Holocausto.

Parte 1: El Gueto de Varsovia.


«Lo que más duele de ser un judío, no es morir a manos de alemanes nazis, es que te dejen vivir, para ver morir despiadadamente a tu familia a manos de estos mismos y aun así atreverse a sonreír en cualquier momento.» 
                                                                — Norah Von Drachenberg

Capítulo 1.

Septiembre, 1939, Varsovia, Polonia. 

 

— Norah, ve a leer a otra parte — Dijo Sylvia De Von Drachenberg.
Aquella mujer madura de hermoso y rojo cabello largo que peinaba de un lado con una caída en trenza de cuatro tramos, no quería que yo escuchará las cosas sin sentido que mi padre, el sastre Athos Von Drachenberg estaba leyendo. Mi padre pensaba que sería lo mejor mantenernos a mí y Maxwell al tanto de lo que sucedía en Varsovia.

— ¿Que pasa mamá? — pregunte con libro en mano. — ¿Por qué lloras?
— Solo ve a otro lado, Norah — demandó

Camine hacia el corredor que llevaba a la cocina y puerta trasera, pasando está, tenía un jardín, donde acostumbraba a mirar el atardecer, pero regrese.


— Continúa, leyendo Athos.
El sostenía el periódico y comenzó a leer con un hilo de voz.
— ¡Aquí dice que tenemos que usar emblemas al salir de nuestros hogares! — paso saliva y continúo. Yo fruncí el ceño escondida en la cocina.
— ¿Un emblema? — Pregunto Vannia.

Vannia Polansky, hermana de mi madre. Una chica terca y atrabancada de dieciocho años, ella era demasiado diferente a mi madre.


— Déjalo terminar, Vannia — Escarmentó Edna, mi abuela.


— Es un decreto que entrará en validez el mes de diciembre de mil novecientos treinta y nueve y se aplicará a todos los judíos mayores de trece años. El emblema deberá llevarse en la manga derecha, que deberá tener la estrella de David en un fondo de color claro, el fondo deberá ser lo bastantemente largo para la estrella, ya que esta deberá medir de ocho a nueve centímetros de punta a punta y el ancho de los picos de la estrella, deberá ser de un centímetro. Este decreto es algo realmente obligatorio y los judíos que no realicen este decreto serán severamente castigados.
Atentamente: Gobernador de Varsovia.

El silencio paralizador se hizo presente, nadie de la familia se había percatado que yo estaba escuchando todo desde la cocina.
— No lo usare — dijo rotunda Vannia.


— Vannia no comiences — dijo mi madre.
— Nos están marcando Sylvia, ¿no lo entiendes? Como si fuéramos unos perros, o cualquier objeto, solo por ser judíos.
— No hay de otra manera, no podrás ir a tu empleo, no sin el emblema.
— ¿Y de dónde sacaremos esas malditas cosas? — pregunto altanera. — No es algo que compres en un mercado.
— Aquí dice que nosotros tenemos que fabricarlos. — Sentencio mi padre sentado frente al comedor.
— ¿Y después que sigue despojarnos de nuestros hogares, que los malditos nos maten?
— ¡Vamos Vannia, no exageres las cosas! — Exclamo mi madre.
— Por favor, eso no va pasar, si seguimos el decreto tal y como dice en el periódico.
— No voy a hacer nada de eso Sylvia. ¡Olvídalo! — Exclamo — Ayer los malditos alemanes bombardearon la preparatoria, ellos van a matarnos. Esto apenas comienza.
Mi madre solo se quedó en silencio, un silencio doloroso. Podía notarlo desde donde estaba parada ¿Por qué mi madre y la tía Vannia eran tan diferentes?
Vannia Polansky, era bastante perspicaz y bastante necia, y mi madre no quería ver lo que pasaba, porque sabía que su joven hermana tenía razón, los alemanes no venían en paz, venían a matarlos solo por ser judíos.
— ¡Norah! — Grito mi madre a percatarse que estaba escuchando. Maldije por lo bajo
— Ven aquí.
Camine hasta frente a ella con la vista al suelo.
— ¿Que hacías allí?— pregunto
— Mama, no usare esa cosa — Dije con dureza.
— Norah, tienes que usarlo.
— No — Exclame rotundamente
— ¡Norah, si! — Grito.
— ¡No mamá! No entiendo nada de esto — Grite y sin decirme nada más me dejo marcharme.




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