¿En qué mundo? ¿En qué mundo se supone que se podía vivir en donde estaban apartándonos de los demás? Al ser lo que éramos, judíos.
Una palabra en meses se había vuelto una palabra vulgar e innombrable, en los restaurantes y puestos de abarrotes podían verse un cartel pegado en las ventanas, donde se prohibía rotundamente la entrada a los judíos y animales.
Mi familia, cada uno de nosotros portábamos el emblema con la estrella de David, excepto la impredecible y necia tía Vannia. Los bombardeos se escuchaban con más fuerza e intensidad, escuelas, edificios todo a su paso iban destruyendo. Podía verse con la crueldad como nos trataban por la calles de Varsovia, y nadie hacia el mínimo intento de ayudarnos.
— ¿Qué te pasa? — pregunto mi madre a Vannia. Ella estaba poniendo la mesa para la merienda, esperando a que mi padre regresará de su empleo en la sastrería.
— Ya no podré ayudarte con el dinero de la casa — dijo furiosa, enrojecida del rostro.
Yo apreté los ojos.
— Me han echado del trabajo.
— ¿Por qué?
— ¿Aún me lo preguntas Sylvia? — sentencio furiosa. — El muy idiota dijo que no iba a permitir que una judía sirviera en su restaurante.
Mi padre abrió la puerta de la entrada, traía el ojo morado, una ceja rota y de la nariz le goteaba sangre, el cómo si no hubiera pasado nada se quitó el abrigo y se sentó en el sofá grande de la sala. Al mirarlo golpeado me llene de enojo. Apreté mis puños.
— ¡Por Yahvé, Athos! — Grito mi madre distraída de la plática con Vannia. — ¿Que te paso, Athos? — Pregunto asustada y se arrodilló ante él, tomando su rostro con las palmas de las manos.
— ¡¿Athos, que te paso?! — Volvió a preguntar histérica al presenciar el silencio de mi padre.
— Nada Sylvia — contesto limpiando la sangre que escurría de su nariz con el dorso de la mano. — Fueron esos malditos Alemanes — Aseguro Vannia ya con alcohol y algodón en la mano. — ¿Eso es cierto Athos? ¿Fueron los alemanes? — Pregunto mientras recibía el alcohol, curando la ceja rota de mi padre.
— Dicen que no puedo caminar por la acera como todos los demás.
— No Athos, no... — susurro.
— Hay una noticia nueva sobre los judíos en el periódico. — interrumpí levantando el periódico.
Vannia lo quito de mi mano y comenzó a leer, en este pudo observarse un territorio marcado en él. — ¿Qué es esto? — Pregunte.
— Es donde van a llevarnos. — Dijo Vannia con los ojos bien abiertos de incredulidad.
— ¿Llevarnos? ¿Cómo que a llevarnos? ¿A dónde? — Pregunte con la misma expresión.
Vannia aclaró su garganta y comienzo a leer.
— El gobernador, Se refiere a Ustedes; Los judíos de Varsovia. Por petición del mismo, será creado un distrito judío, en el que todos los judíos que vivan en Varsovia o sus alrededores, tendrán que residir, como se muestra en la imagen de abajo, en el terreno Subrayado, los judíos que no vivan en el área restablecida, tendrán que cambiarse al distrito judío, antes del treinta de octubre de mil novecientos cuarenta...
— ¡No pueden llevarnos! — Grite.
— Pronto toda Polonia estará limpia de judíos... — dijo Máx.
— Es la frase más estúpida que he oído. — Exclame con el ceño fruncido. — Por más que Hitler quiera deshacerse de cada uno de nosotros, ¡jamás sucederá! Somos demasiados. Es mucha ignorancia por parte de Adolf Hitler pensar que puede deshacerse de nosotros.
— ¡Norah! — Escarmentó mi madre con severidad.
Con el rostro lleno de incredulidad, la familia, ya sentados en el comedor, unos nos mirábamos a otros y el único sonido que se producía eran los de los cubiertos contra los platos, Vannia como era de esperarse rompió el silencio azotando los antebrazos contra la mesa. — ¿Así que nadie va a decir nada?
— ¿Nada de Qué? — Pregunto mi madre con la cabeza hacia abajo.
— Como que, "¿Nada de qué?"
— Ya basta, Vannia — Dijo mi abuelo.
— Papa, pero...
— Te recomiendo que solo abras la boca para comer — Reprendió.
Vannia movió la cabeza de un lado hacia otro, se levantó bruscamente y se detuvo frente a todos.
— No cabe duda, — decía mientras arrojaba la servilleta en la mesa. — Que no hay peor ciego, que el que no quiere ver.
Termino, camino hacia mi habitación y azoto con fuerza la puerta.
Todos sabíamos perfectamente que iban a matarlos cuando los alemanes tuviesen tiempo. En la sastrería de mi padre ya nadie iba a remendar sus trajes, él estaba cayendo en bancarrota.
El día anterior, llegue a casa con la rodilla sangrando, me arrojaron una roca, siguiendo una salmodia.
— ¡Largo de aquí, judía de porquería! ¡Miren! ¡Ahí está Norah, la judía! ¡Judía, judía, judía, cerda!