La Sombra Del Holocausto.

Capítulo 3.

Mi hermano Maxwell. Ese chico de 16 años, necio y callado, altamente furioso comenzó una riña con Robert Pataky por llamarme "Basura humana" el otro chico sí que se llevó unos buenos golpes.

— ¡Ya basta! — Gritaba paralizada e impotente por no poder hacer nada ante la pelea de aquel chico y mi hermano. — Ya basta Max, detente. — Grite con desesperación, en ese momento el chico Pataky cayó al suelo con la nariz rota chorreando de sangre brevemente coagulada. 
— ¡¡No vuelvas a llamar a mi hermana así!! — dijo Maxwell con la nariz en la misma condición que el otro chico y seguía jadeante de cansancio. — La única basura, Pataky, eres tú. — Dijo sosteniéndolo de la camisa tirado en el suelo, cuando le soltó la última bofetada dejándolo tendido en el patio del colegio. Maxwell tomo mis cosas y me jaloneo del brazo hasta dirigirnos a casa.

— No sé porque papá nos sigue mandado al colegio — dijo Max jadeante sin dejar de caminar.

— Tenemos derecho a la educación — Titubee con el cuerpo tambaleante.

— Estamos expuestos a que esto pase todos los días.

— Max, me lastimas — sentencie soltándome bruscamente de él. — ¡Ya Suéltame! — Grite llorosa.

— Norah, tienes que dejar de llorar cuando cosas como estas pasen. Llorar no soluciona nada — Dijo Max al detenerse tomándome de los dos brazos zarandeándome de un lado a otro. — Tienes que ser Fuerte.

Y si, quizá llorar no solucionaba nada pero de cualquier manera no podía contenerlo, aquella situación me ponía todo el tiempo intranquila y simplemente las lágrimas salían solas con facilidad. 

— ¡¿Por qué ser judío es malo?! — Entonces me queje y lo grite con la voz rota y llena de rabia. 

Max no supo que contestar, me tomó del brazo de nuevo y seguíamos caminando por las calles. 
Antes de entrar a casa, Max se quitó la chaqueta y limpio su nariz ensangrentada.

— ¿Ya no hay sangre? — Pregunto Máx. Negué con la cabeza y entramos a casa.

— ¿Por qué tardaron tanto? — Pregunto mi madre preocupada, ella se acercó y nos dedicó una caricia a ambos en las mejillas, ella se detuvo frente a Máx.

— Maxwell... — Sentencio mirándolo de cerca, el solo bajo la cabeza, a esto le levanto la cabeza con el dorso de la mano. — Tu nariz... — Murmuró.

— ¿Qué pasa con ella? — pregunto Maxwell. 
— Está hinchada.

Igual que Max baje la cabeza, sentía tanta culpa que no podía ni siquiera mirar a mi madre. 
— ¿Que te paso?

Max se silenció con la cabeza baja.

— ¿Norah? — Pregunto mi madre, yo con la misma expresión de mi hermano, sentía vergüenza de que mi hermano traía tan tremendo golpe en la nariz. 
— Hubo una riña en la escuela, mamá. — Sentencie, Max de inmediato me codeo y su mirada molesta se hundió en mí. 
— ¡Norah!— Bramó molesto

— Por mi culpa.

— ¡Mentira! — Grito Max — Ese idiota me provocó 
— Máx... — exclamo mi madre con el rostro reflejando en ello preocupación. En su hermosa cara blanca con esos ojos de color tan hermosamente color agua amenazando con salir lágrimas, de bajo de ellos, unas ojeras de cansancio los adornaban. — No llores mamá. — dijo Maxwell mientras la abrazaba firmemente. — Te prometo que nunca más te daré preocupaciones.

— ¡No quiero que vuelvas a meter a tu hermano en tus problemas! arréglalos tu misma, ya no tienes diez años para que tu hermano se parta la cara por ti. ¿Me entiendes, Norah? — me grito de repente mientras me sostenía de los brazos apretando fuerte con sus palmas zarandeándome. — ¡Mama, me estas lastimando!


Ella no contesto pero seguía lastimándome

— ¡Sylvia ya basta! — Grito mi padre con severidad, a lo cual me soltó mi delgado brazo. 
Camine a mi habitación donde yacía Vannia. — Vannia... — murmure mientras ella miraba por la ventana a lo poco que quedó de una casa que fue bombardeada la noche anterior. Ella trago saliva mientras que lloraba con tranquilidad.

— Harry vivía en esa casa. — sentencio con un hilo de voz.

Harry era un chico alto, castaño y de ojos negros, el vecino de la casa de enfrente y tenía un amorío con la tía Vannia. Su casa fue bombardeada esa tarde. — Y no pude hacer nada para que el no muriera. — Dijo mientras seguía de espaldas contra mí — Le falle. — Dijo.

— No era tu deber salvarlo. — conteste revoloteando los ojos

— No — dijo y carraspeo la nariz luego continuó. — Pero se lo prometí. Nos prometimos que nos cuidaríamos y que nada nos pasaría, que siempre estaríamos juntos.

— ¿Y porque prometen algo que no pueden cumplir? — Vannia se giró a mí.

— Porque cuando estas enamorada crees poder contra todo. — Contesto.




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